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sábado, 31 de marzo de 2012

"El inventario interrumpido. Reflexiones acerca del archivo de Walter Benjamin" por Carlos Ríos de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.


Me han advertido y me han quitado
lo que gané con mi trabajo. Y como no me corregía
me persiguieron, pero
en mi casa sólo había escritos que descubrían
los planes contra el pueblo. Por eso
dictaron contra mí una orden de detención
que me acusa de bajas convicciones, es decir
de las convicciones de los de abajo.
Bertolt Brecht, "Perseguido por buenas razones"

También los libros tienen historia. Y en ocasiones, la historia de la escritura de los libros suele ser tan apasionante como la historia que éstos cuentan. Pero ambas historias, aunque estén íntimamente relacionadas, no deben ser confundidas. Distintas, e incluso diferentes, la historia de la escritura de los libros es una historia compuesta por los laberintos de la investigación, que a modo de capítulos de una arquitectura mayor, muestra las dudas, las preguntas, las tesis y antítesis, las disensiones textuales y opiniones interpretativas, antes ―mucho antes— que los resultados, las conclusiones y los datos concretos, devenidos en pruebas científicas.
Idénticas en apariencia, ambas historias corren paralelamente pero en registros diferentes. La primera lo hace de forma velada, escondida tras el peso del trabajo terminado, que es la imagen de la segunda. A diferencia de ella, la representación de la primera es contradictoria: el caso y los presupuestos ideológicos intervienen de manera imprevista en el riguroso "Gioco di pazienza" del análisis textual y del descubrimiento erudito (Ginzburg y Prosperi, dixit), cuya figura es elaborada, pulida, acabada. Así, al ser la historia de los libros una historia latente, una vía de búsqueda y realización, es sobre todo una historia tentativa.
Archivos de Walter Benjamin. Fotografía, texto y dibujos, como señala el título, es el archivo de Walter Benjamin (1892-1940), quien fuera uno de los grandes autores de la cultura occidental europea del primer tercio del siglo XX, así como una de las figuras centrales del pensamiento crítico contemporáneo. Nucleado ambiguamente en torno de Theodor Adorno, Max Horkheimer, o Herbert Marcuse, Alfred Sohn-Rettel, Karl Wittfogel, Fritz Sternberg, Erich From Leo Lowental y Friedrich Pollok, entre otros, Benjamin perteneció a este muy importante grupo de intelectuales judíos, que en conjunto constituyen una importante corriente de pensamiento conocida como la Escuela de Frankfurt.
Archivos de Walter Benjamin es un registro bellamente ilustrado. Aparecido originalmente en alemán en el año 2006, y un año después en inglés, la edición en español ha cuidado a tal grado la calidad de la publicación, que ello permite mostrar con pulcritud la textura del papel, la calidad de las fotografías o las diversas tonalidades de las tintas de la escritura de Benjamin, logrando que el grado de fidelidad con los manuscritos originales sea verdaderamente sorprendente. La letra del autor, particularmente su pequeña pero bien refinada letra, es un atractivo irresistible para el lector que observa los manuscritos: llenos, casi hasta la asfixia, ―y algunos de ellos en direcciones encontradas― de reflexiones y más reflexiones, redactadas con un color de tinta, primero, y después con otro distinto. Tal parece que él solía aprovechar hasta el último espacio de la geografía de los papeles, peleando hasta el último centímetro contra la blanca geografía que parecía aprisionar su escritura. Pequeña, pero aguda y precisa, la letra de los manuscritos invita a reflexionar lo que Gershom Scholem decía a propósito de ella: "Su ambición nunca cumplida era llegar a cien líneas en una hoja de carta normal". Pareciera que en Walter Benjamin la operación de la escritura era una dimensión de su angustia por vivir, obteniendo de la vida el máximo disfrute, antes de que ésta pudiera terminarse; o soportando fatigosamente el hastío de la vida. Mientras el hastío no fue lo bastante opresivo, ni el horizonte se mostraba lo suficientemente oscuro ("esa fatiga la había sentido ocho años antes cuando en su diario daba cuenta, en un breve comentario, de su intención de terminar con todo y sus preparativos"), Benjamin no desencadenó el peligro de los negros nubarrones que amenazaban el cielo del futuro, al provocar él mismo la tormenta, orientándola hacia él.
Las características de esta edición permiten hacer una introspección al ‘autor como productor’; a las peculiaridades de su producción, a sus métodos y esquemas de pensamiento y clasificación, al igual que a una escritura ansiosa que nuestro autor solía plasmar sin importarle demasiado dónde lo hiciera: cartulinas, fichas, tarjetas, postales, sobres, e inclusive bordes de periódicos, representaron una especie de lienzo para el artista. Al mismo tiempo que inventario, ―cuya existencia se debe a la necesidad de reunir los trabajos dispersos, aunque de manera íntima, incluyendo reflexiones intelectuales, lo mismo que pasiones y sentimientos de distinta especie―, los Archivos son algo más que un repertorio. Éstos no representan simplemente el intento de reunir, ordenar o clasificar. Son el registro de la actividad, el dinamismo, las pasiones y la curiosidad del pensamiento de W. Benjamin, características todavía escasamente conocidas o ignoradas por completo, que a través del libro aparecen bajo la luz de la pasión del coleccionista, del hombre que piensa, reflexiona, escribe, clasifica, evita la dispersión de su obra y sus sueños, tratándolos de poner a salvo de la fragilidad de su existencia y la inestabilidad de la atmósfera política que todo envolvía y hacía peligrar:

En este libro se examinan trece archivos de Benjamin. No en todos los casos los materiales pudieron almacenarse en carteras, carpetas, ficheros y otros receptáculos. Además del valor objetivo cuenta el valor conferido: los archivos de Benjamin contienen imágenes, textos y dibujos que pueden verse y entenderse, pero también constituyen el lugar de almacenamiento de experiencias, ideas y esperanzas de quien los anotó y analizó. Partiendo de elementos de la vida cotidiana, del arte y de los sueños, su proyecto sobre los Pasajes de París, colección de citas y comentarios, debía profundizar en la "prehistoria del siglo XIX". De este modo se registran en él una tipología (flâneur, dandy, trapero, prostituta), formas arquitectónicas y lugares (pasajes, bulevares, panoramas, catacumbas), materiales (acero, vidrio), efectos de la moda, publicidad y las leyes de la mercancía. Benjamín reservó a todo esto "un lugar en los archivos de nuestra memoria" (Baudelaire). La obra del escritor en su totalidad puede entenderse como un archivo del pensamiento, de las percepciones, de la historia y del arte.

Arquitecto de sus ensayos, Walter Benjamin diseñaba los manuscritos considerando la disposición y proporción de artículos y libros. La organización del espacio muestra en él una preocupación por estructurar el significado de sus ideas a través de coordenadas ("Constelaciones. Formas gráficas"), entendidas como una práctica preparatoria de los ensayos que le permitían ordenar y orientar su pensamiento, a través del recurso a estas ‘constelaciones’. "Cuadros de viajes. Postales", son la pasión del coleccionista, principalmente por una novedad técnica que constituyó una moda en toda Europa: las postales ilustradas en color, realizadas a partir de fotografías, cuyo magnético atractivo le motivó a escribir una obra que, desafortunadamente, jamás realizaría: Estética de la tarjeta postal, sin que por ello dejara de pensar en el tema, tal y como puede verse en Dirección única, una obra que representa su interés por los sellos postales y la pasión por coleccionarlos. "Acertijos, enigmas y juegos de palabras", manifiestan el interés de Benjamin por las cuestiones lingüísticas: la métrica de los versos, el sonido y el significado de las palabras, la producción de sonidos mágicos". Esta afición por los juegos de palabras está magníficamente representada en "Opinions et pensées. Palabras y formas de hablar del hijo", sección que muestra el análisis de la visión que un niño tiene sobre el mundo, a partir de su vocabulario fantástico y sorprendente, al igual que de ciertos comportamientos y actitudes. Stefan era el nombre de este niño; Walter Benjamin, el de su padre.
"Delicados alojamientos. Libros de notas", son "seis libros y tres blocs de notas" que él estimaba profundamente al considerarlos compañeros de ruta en la búsqueda del saber, compañeros en la persecución del judío que huye. De igual forma, están ahí las notas y citas extraídas de una gran variedad de temas, pero mezcladas con fragmentos de comentarios, interpretaciones y reflexiones que constituyen los grandes proyectos en curso. Por ejemplo: "Recolección del trapero. El trabajo de los Pasajes", es el andamiaje de París, capital del siglo diecinueve; título ulterior al de los Pasajes de París, obra monumental sobre la historia crítica de la génesis de la sociedad moderna en la que él trabajaba desde hacía años, pero que hacia mayo de 1935, en una carta dirigida a Alfred Cohn, decía sobre ella: "naturalmente, ahora es más incierto que nunca que alguna vez escriba este libro". Benjamin escribía como si atisbara ya el naufragio en ciernes que le impediría terminar con esta gran obra, al igual que emprender y finalizar otros proyectos. Un naufragio que sería el de la democracia occidental ante el fascismo, y el fracaso de la revolución comunista que había devenido en el ‘socialismo realmente existente’, pero que sería también un naufragio singular, personal, propio: el suyo mismo. Su huida a la infranqueable frontera franco-española, convertida para él en calvario, terminaría finalmente el 26 de septiembre de 1940, pero en suicidio. "Me dicen que, adelantándote a los verdugos, has levantado la mano contra ti mismo", escribió Bertolt Brecht a su amigo, en un poema póstumo.
Sin embargo, esta confessio in extremis no se debe simplemente a un mal augurio o a una ocurrencia pesimista, sino a la marcha letal de un futuro cargado de tormentas, que los judíos sentían con especial peligrosidad. Otros intelectuales judíos lo harían más pronto o más tardíamente. Por ejemplo, el historiador francés Marc Bloch, cofundador de la célebre revista Annales, apuntaba justo cuando Europa atravesaba por la mitad de la II Guerra Mundial, en la dedicatoria de su bello manuscrito interrumpido, Apología para la historia o el oficio de historiador: "Si este libro ha de publicarse algún día; si de simple antídoto al cual, entre los peores dolores y las peores ansiedades, personales y colectivas, pido hoy una cierta tranquilidad del alma si llega a ser un verdadero libro que se ofrezca a la lectura". Al igual que Benjamin, Bloch no sobreviviría al fin de la guerra: sería fusilado por los alemanes, por haber participado activamente en los Movimientos Unidos de la Resistencia francesa (MUR).
Así, aunque el nombre lo indique, Archivos de Walter Benjamin no parece ser sólo un Archivo. Aún cuando encontremos información de sus libros y sus estudios, o referencias sobre ellos; manuscritos, fotografías, postales, correspondencia y papeles de todo tipo; dibujos y esquemas de propia mano; entre una variedad de ‘fuentes’ o ‘pruebas’ sobre todos los puntos y todos los ámbitos de su vida. Pareciera que en vez de ser simplemente un archivo, su principal característica es la de ser un indicio. Y es que este carácter indiciario no le viene dado al texto por su precariedad o por su insuficiencia, al no haber reunido todos los ‘documentos’ o todas las ‘pruebas’ ("un archivo completo ni era posible ni Benjamin pretendía crearlo"), sino por una singular característica:

No es la fragmentariedad o la insuficiencia de un dato lo que hace de él un indicio, sino la función sustitutiva o de reemplazo que debe cumplir. El indicio es un dato que está allí en lugar de la prueba que falta o más allá de la prueba existente. A partir de un indicio no se reconstruye un hecho, como en la paleontología, sino que se lo supone. El indicio invita a la interpretación y, antes que nada, a la interpretación de la circunstancia que hace que él deba estar ahí, en lugar o más allá del dato pertinente, supliendo la ausencia, o incluso la presencia, del mismo. El indicio incita a buscar algo que por alguna razón no ha dejado restos suyos, sino sólo huellas indirectas, algo que por alguna razón estuvo impedido de manifestarse, algo que tuvo prohibido mostrarse, algo que era necesario ocultar.

En cuanto indicio, el archivo es la representación de la violencia del pasado: una huella o fragmento que al ser uno de los sobrevivientes de la destrucción de la historia, muestra, con su sola presencia, antes que una imagen acabada de un proyecto intelectual, las ruinas de éste. Quizá por ello mismo, la belleza de la edición no debe ser fundamentada en su dimensión resplandeciente, sino bajo la idea de catástrofe. La presencia del archivo invita a la interpretación de la circunstancia por la que se encuentra, ahora mismo, entre nosotros, e invita a buscar la explicación de las dimensiones de su condición actual. Mas no sería una explicación de la simple presencia que dota de sentido, sino de la ausencia que representa el vaciamiento de sentido. Sería, entonces, una explicación de esta imagen fragmentaria, inconclusa, atravesada completamente por las marcas de un pasado violento y aniquilador.
"Inventario" o "Archivo" de la obra de Benjamin. "Fragmento", "huella" o "indicio" de la obra y la capacidad productora del autor. ¿Cuál de estos dos tiene la capacidad ―diría Hegel― de "subsumir" al otro y de ser así su "verdad"? Pareciera que la respuesta pudiese ser sugerida por la sentencia siguiente: "No hay documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie", como decía el mismo Benjamin, en la VII Tesis sobre el concepto de historia. Es decir: la relación de similitud que basta para hacer del primero, como "archivo" o "inventario", la representante cabal de éste, como "fragmento" o "indicio".

viernes, 23 de marzo de 2012

La editorial Marcial-Pons publica “El mundo en equilibrio. Jorge Juan (1713-1773)” de nuestra compañera Nuria Valverde.


Hoy como ayer transformar la sociedad significa luchar contra las inercias políticas e institucionales, las tensiones territoriales y los intereses económicos. El mundo en equilibrio. Jorge Juan (1713-1773) es la biografía de un ingeniero comprometido con las reformas y uno de los grandes marinos de la lustración española. En un contexto internacional y colonial complejo, rodeado de un entorno material y tecnológico escaso, emerge su producción como matemático, astrónomo e ingeniero, la obra de un hombre excepcional que fue también diplomático, ciudadano y maestro. Es una biografía que transcurre entre el Mediterráneo y el Atlántico, con una gran aventura andina, episodios de
espionaje, embajadas, escaramuzas navales y algún naufragio.
Dramática en ocasiones, agitada siempre, la vida de Jorge Juan
condensa los avatares de una nación que se quería ilustrada y una
ciencia consagrada a rodear el mundo, a medirlo y navegarlo. Este libro, en suma, interesará a quienes quieran saber de tiempos difíciles y hombres audaces.

sábado, 3 de marzo de 2012

Un antiNuremberg filosófico


Según Juan Carlos Rodríguez (JCR), existe una “necesidad interna” en el pensamiento de Heidegger a la que accederíamos después de la reconstrucción de sus distintas coyunturas discursivas. Tal supuesto le sirve al autor para diferenciarse del acercamiento sociológico (hay dos alusiones críticas pero vertiginosas a Adorno y a Bourdieu se le elogia). La escritura de JCR, enemiga del academicismo pero en ocasiones, acelerada y que, conscientemente, coquetea con la parataxis, no nos ayuda a saber en qué se diferencia su posición de la de, por ejemplo, Ortega (para quien no entendíamos a Platón si no comprendíamos el amor entre varones). ¿Es eso interno? ¿Lo es externo?

Externo e interno, como labios y dientes, se encuentran unidos cuando reconstruimos los hilos de esa necesidad interna y todo buen análisis (como lo es este, como es el de Adorno o el de Bourdieu… porque los tres los encuentro a similar altura) que no sea una paráfrasis enamorada de un autor o una reconstrucción descontextualizada sitúa a las ideas en contextos vitales, para mejor comprender a unas y otros. Por una parte, Heidegger recoge una herencia procedente de la idea de cultura dominante en Alemania. Ésta convirtió a su lengua en sinónimo de la profundidad filosófica frente al inglés comercial y el francés literario. Indudablemente, tan del espacio cultural alemán era Heidegger como Carnap y pueden precisarse las articulaciones de la “cultura alemana” dentro de su formación social. La ayuda de Norbert Elias hubiera precisar las cronologías y los grupos sociales con los que se forja la diferencia entre cultura y civilización: aquélla, profunda, típica de los intelectuales alemanes marginados de las instituciones del Estado; la segunda, derivada de la situación francesa, integrada en la Corte y en el intercambio entre clases sociales y convertida por los alemanes en sinónimo de brillante y banal. En La norma de la filosofía (de inminente publicación) muestro que semejante repertorio se reactivará por la crítica religiosa al pensamiento de Ortega, tan básica para definir el canon filosófico español. Junto a la herencia cultural, JCR articula el problema del ser dentro del programa fenomenológico. En fin, lo externo entra, también en la reconstrucción histórica que JCR considera clave para comprender la filosofía de Heidegger; en concreto, la idea de que la técnica había sido la clave de la guerra.

Heidegger, con su interpretación de la guerra, convertiría a la técnica en el destino mórbido de la cultura occidental; destino que acabaría arramblando con la filosofía y sometiendo a la pobrecita al imperio de las ciencias. Sobre esta interpretación, que tiene su punto extravagante, podrían haberse construido otras genealogías: la movilización de la filosofía en la defensa de sus fronteras (supuestamente atacadas por las ciencias, unas ciencias invasivas y homogeneizantes: la Cibernética de Heidegger) procede de disputas universitarias de espacios que, siendo menos letales que la batalla de Kursk, movilizaron y movilizan las energías teóricas de múltiples filósofos. Igualmente, la mitificación de los presocráticos –descrita con eficacia por JCR- no puede entenderse sin la ideología de los estudios clásicos desde Nietzsche a García Calvo (pasando por Heidegger y Antonio Tovar), tan bien descrita por Luciano Canfora. JCR, por lo demás, muestra con una excelente nota erudita hasta qué punto la Grecia de Heidegger pertenece al género fantástico.

JCR propone una lectura muy interna de la crítica heideggeriana de la razón occidental, insistiendo en que Heidegger construye un antiNuremberg filosófico mediante su reflexión sobre olvido del ser y de una defensa del poetizar y el pensar como remedio contra la catástrofe tecnocrática. En esa época y con un diagnóstico no tan opuesto, los marxistas Adorno y Horkheimer se calzaron las botas teóricas de siete leguas con su Dialéctica de la Ilustración. La Carta sobre el humanismo (un texto que juega en el dispositivo teórico de JCR un papel homólogo al que desempeña el Coloquio de Davos y Kant y el problema de la Metafísica en Bourdieu), permitirá a su autor reescribir las consecuencias de la guerra y conquistar a la Francia resistente con un discurso filosófico de reafirmación propia (menos convincente es el análisis de la recepción de Heidegger en Francia, que ya contaba con una cultura fenomenológica importantísima y que permitía desarrollos teóricos y actitudes políticas distintas de la de Heidegger). Heidegger cosideraque solo profundizando en su pensamiento puede comprenderse la guerra y, en ese sentido, la Carta es uno los contraataques filosóficos más paradójicos: un desahuciado moral y político se rehabilita imponiendo un marco intelectual. Es la momentos tesis central de este importante libro y en él JCR muestra tanto su conocimiento profundo de Heidegger como la elegancia y pertinencia de sus interpretaciones. La Metafísica, explica JCR, quiso pensar un pez sin sumergirse en el agua. Pero el pez pensado en lo seco es un pez desnaturalizado. El pensar poetizante recuperaría la experiencia secada por las ciencias. La Carta, al afirmar que el lenguaje como la casa del Ser, golpea en dos frentes: por un lado contra el humanismo subjetivista (marxista y cristiano) y por otra parte contra la colonización técnica del lenguaje propuesta por la filosofía analítica. JCR convence de que ese doble golpe estratégico permitirá a Heidegger recuperar la iniciativa en el tablero filosófico y lanzarse, nos dice en un momento genial del libro, en brazos de la etimología, como si de un San Isidoro se tratase: “En el origen de la palabra se mueven el ser y la cosa”. Una etimología que presumirá rastrear los orígenes en la historia de las palabras accediendo, supuestamente, a los tesoros arcanos que resuenan en el Griego y el Alemán. En ese momento, añado, la filosofía se liga al comentario filológico, sea de Parménides, sea de Putnam. La imagen del mejor de nuestros marxistas, Manuel Sacristán, traduciendo a Marx mientras se producía la transición política (cuyas sorpresas, para su esquema marxista, intentará comprender por medio de Victor Pérez Díaz… en lugar de aprender las herramientas con que analizar la coyuntura y que Marx no podía ya proporcionar...) muestra hasta qué punto la obsesión filológica atrapa a derecha y a izquierda. Las últimas rehabilitaciones de un marxismo de comentario de texto -y lejano de las ciencias sociales efectivas- lo confirman. En ese terreno, Heidegger desconectó las redes filosóficas (no sólo las llamadas "continentales") de las prácticas científicas y su modelo de filosofía sigue siendo aún nuestro presente.

La Carta, por tanto, adquiere todo su sentido reconstruyendo la coyuntura biográfica y teórica de Heidegger durante la desnazificación. Heidegger salva así su propio compromiso personal (la hecatombe fue culpa del destino de la Metafísica, que llevando dentro al Ser no lo trató como se debía) y propone una redención en la que no hay mejor maestro que él (vuelta a la verdad latiente en los presocráticos).

JCR, como siempre, enseña mucho y aquí especialmente. Ojala este libro, pequeño de tamaño pero grande de contenido, se discuta por quienes le admiran con la lógica de la amistad intelectual, la única que no trafica estrategias tras los elogios. Y cuya condición (no por tópica, debe dejar de recordarse) es pensar con él y, cuando se considera necesario, contra él.