El historiador Raimundo Cuesta, de la Asociación Fedicaria, ha colgado en http://www.nebraskaria.es este excelente comentario bibliográfico del libro de Alejandro Estrella, Clío ante el Espejo. Un socioanálisis de E. P. Thompson. La reseña se refiere también al trabajo desarrollado por el grupo de Cádiz, demostrando un profundo conocimiento del mismo. Reproducimos debajo, íntegro, el texto de Raimundo Cuesta
El
historiador en la consulta del sociólogo. La construcción
sociogenética de E. P. Thompson y la historia social
A
propósito del libro de Alejandro Estrella González. Clío
ante el espejo. Un socioanálisis de E. P. Thompson.
Cádiz: Universidad de Cádiz/Universidad Autónoma Metropolitana
(UAM) Unidad Cuajimalpa (México), 2012, 342 págs. ISBN
978-607477-589-1
Raimundo
Cuesta, Fedicaria-Salamanca (raicuesta2@gmail.com)
…me
complacen esas obras en las que la teoría, porque es como el aire
que se respira, está por doquier y en ningún sitio, a la vuelta de
una nota, en el comentario de un texto antiguo, en la propia
estructura del discurso interpretativo.
Estas
lúcidas palabras de Pierre Bourdieu, no siempre aplicables a su
propia obra (recurrentemente tentada de incurrir en una cierta
omnipotencia teórica), concuerdan, en cambio, perfectamente con la
singular aportación historiográfica E. P. Thompson, cuyo
socioanálisis y devenir es labor que emprende el libro de Alejandro
Estrella. Sin duda, como tantas veces reconoció el sociólogo
francés, la investigación desnuda de teoría queda ciega, porque la
realidad no es transparente y la explicación de la vida social no
puede conformarse con las apariencias, sino que, pertrechada del
instrumental conceptual adecuado, ha de preocuparse de elucidar las
reglas, a menudo inconscientes, que rigen el orden de los fenómenos
visibles. Ya los miembros de la trilogía de los llamados “maestros
de la sospecha” (Marx, Nietzsche y Freud) alcanzaron a vislumbrar
los engaños, los idola
tribu,
que se cobijaban bajo los supuestos de la economía política del
capitalismo, los lenguajes atravesados de valores morales o la
conductas individuales. Por ejemplo, Sigmund Freud, en su espléndida
Autobiografía,
publicada
en 1925, nos da cuenta de cómo su teoría de la represión de lo
consciente constituyó la base de la comprensión de la neurosis y
del nuevo método de investigación y curación: el psicoanálisis,
que concederá “una extraordinaria importancia al concepto de
inconsciente”.
Incluso, al parecer, albergó la ambición de construir una teoría
general del inconsciente, capaz de ser aplicada a otras ciencias
(op., cit, pp. 98-99). Naturalmente la metateoría freudiana era
empresa desmesurada y llamada a sufrir un estrepitoso fracaso, pero
la idea “inconsciente colectivo”, “inconsciente escolar”,
“impensado social” y otras semejantes, procedentes de diversos
campos disciplinares, han atravesado el lenguaje de las ciencias
sociales y se manejan implícita o explícitamente, con un cierta
recurrencia, en la obra que comentamos. En este caso, el
“inconsciente” sociológico sería algo así como el conjunto de
condicionantes no controlados por el sujeto en su trayectoria
intelectual, que empujan la obra de un autor en determinada
dirección. Valga tal idea como principio de procedimiento, pero
advirtiendo del peligro, que aparece en algunos momentos en este
libro, de convertir tal método en pretexto para trenzar relatos,
como las a veces desmesuradas interpretaciones freudianas, basados en
la suposición y atribución de razones y motivaciones “ocultas”
en la conducta del sujeto, imposibles de contrastar con realidad
fáctica alguna distinta al mero discurso del que lo pronuncia. Claro
que el diván de la consulta del sociólogo gaditano posee una caja
de herramientas muy eficaz para eludir los males del psicologismo,
aunque no tanto para evitar un cierto sesgo sociologista gobernado
por una aplicación, quizás demasiado “fiel”, del legado teórico
de Pierre Bourdieu (principalmente de su teoría de la acción), lo
que no impide reconocer que nos encontramos ante una magnífica y muy
recomendable investigación en la que se ensaya un método de
socioanálisis acerca del devenir de la obra de E. P. Thompson dentro
historia social. En suma, como el propio profesor Estrella indica en
varias ocasiones, se trata de hacer una historia social de la
historia social a través del escrutinio en profundidad de uno de sus
más insignes representantes.
Interesa
saber que esta obra no representa una isla en el océano de la
historia de la historiografía. Por el contrario, forma parte del
continente de intereses científicos y profesionales de un grupo de
profesores de la Universidad de Cádiz, que, desde hace ya una
década, vienen trabajando, conforme a los supuestos teóricos de
Bourdieu, a fin de desentrañar la lógica social subyacente, el
“sustrato sociológico” de diversos campos de conocimiento
académico (“escolástico”, diría el sociólogo francés). En
otro momento me he referido, al comentar una reciente historia de la
historiografía,
a la necesidad de hacer frente al “desafío Bourdieu”, esto es, a
la conveniencia de afrontar el uso histórico de sus categorías
sociológicas a la hora de diseccionar la evolución discursiva y las
reglas de diversas comunidades epistemológicas constituidas a lo
largo del tiempo. También tuve ocasión de resaltar la ejemplaridad,
en tal sentido, del libro del catedrático de Filosofía Francisco
Vázquez García (La
Filosofía española. Herederos y pretendientes. Una lectura
sociológica. 1963-1990.
Madrid: Abada), máximo exponente del proyecto colectivo de
investigación sobre los campos disciplinares, principalmente el
filosófico, de la “Escuela de Cádiz”,
nicho de formación y producción de ideas donde se inscribe y cobra
sentido la obra que ahora glosaremos.
En
efecto, Alejandro Estrella González,
doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Cádiz, hoy
profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana de México
(actualmente realiza estudios de historia comparada entre
la filosofía mexicana y española), es persona cultivada en ese
humus
gaditano
(de acendrada impronta filosófica) y sus armas teórico-metodológicas
son deudoras del ambicioso intento de conciliar tres líneas de
investigación que convergen en la historia y sociología del campo
filosófico, a saber, la orientada por Pierre Bourdieu (muy
intensamente empleada por Alejandro Estrella), y las deudoras del
norteamericano Randall Collins y del alemán Martin Kusch (estas dos
últimas mucho más débilmente perceptibles en el libro).
Se
concitan en su persona algunas de las características peculiares que
marcan a esta corriente escolar gaditana, a saber, sólida
formación filosófica de base, preocupación por la historia de la
producción de conocimiento y enfoque sociológico de los objetos de
estudio. Se diría que, siguiendo el rastro de Pierre Bourdieu, su
máxima y más común referencia teórica, esta escuela periférica
respecto a los círculos principales del poder académico practica
una suerte de sociología genética, una especie de historia social o
sociología histórica de los campos disciplinares. Naturalmente, el
no estar aquí ni allí, ni dentro ni fuera de fronteras reconocibles
por sus iguales, incorpora a su quehacer un plus
de “ilegitimidad”, lo que otorga a sus miembros una difusa
silueta de aspirantes a enderezar el discurso dominante en la
historia de las ideas, y los sitúa, por consiguiente, en el papel de
pretendientes a ocupar el espacio de poder-saber de un paradigma
emergente pero no consolidado en el mundo académico.
Precisamente
el propio Alejandro Estrella se ve obligado a explicarnos en una
larguísima nota de su introducción cómo el libro fue declarado
impublicable por los evaluadores del Centro de Investigaciones
Sociológicas. Ahí aprovecha para contrastar las razones de la razón
académica con las razones de una postura crítica y no convencional
sobre lo que deba ser “filosofía”, “sociología” o
“historia”. También le asiste toda la legitimidad al referirse a
la “ola anti-bourdieusiana” que reina en el mundo académico y
la consiguiente devoción a todo lo que posea el sello de lo
anglosajón, ignorando, por ejemplo, como indican J. L. Moreno
Pestaña y F. Vázquez (2008, 9),
la excelente escuela francesa de historia y filosofía de la ciencia,
siempre atenta a las condiciones históricas de la producción
científica.
No
ha sido una casualidad que Alejandro Estrella elija como objeto de su
pesquisa a Edward Palmer Thompson a fin de aplicar su método, el
socioanálisis, a la elucidación del devenir de la historia social a
través de uno de sus más preclaros cultivadores. Ya Anthony Giddens
recordaba en 1987 que “E. P. Thompson podría ser descrito como el
historiador de los sociólogos” (1994, 153).
Desde luego, el elegido no era un historiador cualquiera y la
elección implica la creencia, que compartimos, según la cual la
historia y anatomía de un campo de conocimiento pueden ser
desveladas mediante la disección sociogenética de la trayectoria de
un individuo. Claro que no a través de cualquier individuo, sino de
ese tipo de autores bastante singulares que, al decir de Foucault,
tendrían la condición de “fundadores o instauradores de
discursividad”,
o sea, de aquellos que generan nuevas posibilidades de lo que puede
ser dicho. No estamos, sin embargo, ante la típica biografía lineal
y heroica del pensador autosuficiente y omnipotente, sino ante la
inmersión del pensamiento de un historiador en el espacio social de
su tiempo y en las coordenadas discursivas que lo atraviesan.
En
cuanto a la trama organizativa del libro, se compone de tres extensos
capítulos precedidos de un prólogo y una introducción, y seguidos
de unas breves conclusiones. En el prólogo, José Luis Moreno
Pestaña, uno de sus miembros más sobresalientes de la escuela
gaditana,
además de presentar por qué es necesario un trabajo como éste y
algunas de sus virtudes, adelanta de rondón una de las opiniones más
desafortunadas que en el libro se sostienen, según la cual, en la
obra de Thompson es perceptible una “mala filosofía para una buena
práctica histórica” (Moreno Pestaña, 2011, 15). Esta idea de la
incapacidad filosófica y la flojedad teórica del historiador
británico, al parecer, es creencia que forma parte de un patrimonio
común de la escuela gaditana
y, desde luego, no constituye su descubrimiento más excelso.
En
la introducción (La
historia social como crítica de la mirada escolástica)
el profesor Alejandro Estrella advierte sobre el sentido profundo de
su investigación como un ejercicio de descubrimiento del “impensado
social”, de las relaciones sociológicas subyacentes a las
formulaciones lógicas de los campos disciplinares. En cierto modo,
lo que ensaya en su libro nos evoca lo que Foucault en su La
verdad y las formas jurídicas
(Barcelona: Gedisa, 1998) consideraba la doble faz, interna y
externa, de toda verdad, de todo régimen de verdad. Tal empeño
conllevaría una crítica de la mirada
escolástica
(del mundo académico encerrado en su torre de marfil e insensible a
las condiciones de producción del conocimiento) y, por tanto, en el
caso que nos concierne, la historia social de la historia social
entrañaría un ejercicio de reflexividad. Para tal menester,
Thompson y su obra cumbre, The
Making of the English Working Class (1963),
se convertirían en el centro de la diana de una labor trituradora y
esclarecedora tanto del habitus
thompsoniano
como del campo
de
la historia social dentro del que cobra sentido.
A
continuación, siguen tres largos capítulos que mantienen un orden
relativamente cronológico siguiendo el hilo de la trayectoria de
Thompson desde sus años de formación hasta
los
de consagración como historiador de prestigio mundial. No se trata,
sin embargo, de una biografía convencional, porque más bien se
aparta del modo heroico de escribir este género y se sitúa
en
una clave narrativa que resalta la “expresividad” del sujeto
dentro del campo intelectual y político de su tiempo. En tal
sentido, también el profesor Estrella es “construccionista”
tanto por lo que se refiere al sujeto individual como al campo de la
historia social. Si quisiéramos resumir muy brevemente los tres
capítulos, se diría que en el primero (Los
senderos del profeta y la llamada de la historia)
se dibuja la matriz de disposiciones familiares, religiosas,
escolares y políticas que forjan la arquitectura del habitus
(complejo
y ambiguo) thompsoniano, y, al mismo tiempo, se dibuja el conjunto de
posiciones, estrategias y apuestas dentro del abanico de posibles que
ofrecía en su juventud el grupo de historiadores del Partido
Comunista (GHPC). A continuación, en el segundo capítulo (En
busca del valle que dé fruta),
hecha ya la opción de Tompson por la historia y el compromiso
político, el autor describe magistralmente el entramado de
condiciones dentro de las que fue posible elaborar su excelente
biografía sobre Williams
Morris
(el doble diría yo en el que siempre se mira Thompson),
en
la que se verifica la alquimia (“alquimia social” es término que
usa a menudo nuestro autor) del romanticismo en marxismo, y texto
que, además, abre “una verdadera puerta a la concepción
thompsoniana de subjetividad y clase social” (p. 151), todo ello
dentro de un ambiente marcado por la crisis del comunismo británico,
la guerra fría y el ascenso de la New
Left.
De este modo, se califica la obra sobre Morris como laboratorio de
ideas y banco de pruebas en el que se forja la noción de agency
(la
acción humana como creación condicionada entre la necesidad y el
deseo) y the
education of desire como
una suerte de pedagogía de la posibilidad.
Todas este bagaje teórico y conceptual, cuya base filosófica es
mirada con cierto recelo por el profesor Estrella, constituye la
armadura sobre la que se levantará su obra más famosa: La
formación de la clase obrera en Inglaterra (1963),
objeto de socioanálisis en el capítulo 3 (Malaquías
en el templo: The Making of the English Working Class).
Tras desvelar el enfoque subjetivista, la técnica de collage en el
montaje del texto, la estructura narrativa de carácter dialéctico y
el brillante estilo literario empleado, Alejandro Estrella se
interesa por la “teoría escondida” y los sustratos sociológicos
que existen tras uno de las obras de historia más celebradas del
siglo XX. El hilo oculto que la recorre radicaría en la concepción
de la subjetividad y de la clase social vinculada a la idea de agency
y
experiencia (la acción humana como creación condicionada y la clase
como resultado de un proceso de construcción mediado por la
experiencia de los sujetos). La otra cara oculta sería la lucha
contra el economicismo y mecanicismo marxista y contra el formalismo
estructuralista de la época. Finalmente, destaca, con razón, que el
hecho de poner en el centro de la formación de la clase obrera
inglesa en 1790 y 1830 la subjetividad y la experiencia autoriza a
emplear el mismo esquema para lanzar aquí y ahora nuevas pesquisas
sobre la génesis de múltiples subjetividades de nuestro tiempo. Ahí
reside la herencia más rica y fértil de la obra de E. P. Thompson.
Finalmente
en la conclusiones (Sujeto
histórico y clase social)
resume la “alquimia social” que experimentó el ambiguo y
originario habitus
thompsoniano (influencia
familiar de padre y hermano; disposiciones religiosas “metodistas”,
formación escolar, experiencia universitaria “Oxbridge”) en
contacto con el campo intelectual y político que atravesó su vida,
produciendo la metamorfosis: una cierta “sublimación del sustrato
sociológico” y su “refracción en un discurso teórico e
histórico”. Tal discurso, al que se acusa de ciertas adherencias
esencialistas y escasa fundamentación filosófica,
sin embargo, se corregiría, en opinión del profesor Estrella, en la
práctica historiográfica thompsonmiana, investida de una
“concepción constructivista de la subjetividad” (p. 327), que se
aviene perfectamente con el interés del grupo gaditano por la
comprensión social de las nuevas subjetividades tales como las que
comparecen en el momento actual, tras el declive de la clase obrera
tradicional desde los años cincuenta.
Un
texto como el comentado no merece cerrarse o despacharse con un
juicio superficial sobre su valor, muy grande sin duda. No obstante,
nuestra objeción más reiterada consiste en apreciar la existencia
de una cierta redundancia conceptual al servicio de una suerte de
omnipotencia interpretativa a la hora de asignar o suponer
motivaciones a conductas humanas, por lo general debida a una
infravaloración de la complejidad de los resortes implicados en la
acción de los agentes individuales. No en vano el libro trata del
inveterado problema (teológico, filosófico, político y, en suma,
humano), que no puede admitir una solución simple, entre el libre
albedrío y el determinismo. Quizás una lectura demasiado literal de
Bourdieu (al punto que algunos párrafos parecen ser sacados de una
antología del pensador galo), seguramente no sea la mejor manera de
deshacer el nudo gordiano, que tampoco el sociólogo francés supo
cortar.
También a veces resulta un tanto abusiva la imagen dicotómica
profeta/sacerdote, ortodoxia/herejía extraída de la sociología de
las religiones weberiana, y explotada quizás en demasía. Pero lo
que parece más chocante, como ya se dejó dicho, es la tendencia a
estigmatizar una parte de la obra de Thompson, principalmente en la
que se muestra como defensor de un “humanismo socialista”, por
incurrir presuntamente en carencia de recursos propios intelectuales
de carácter filosófico: “la tendencia a fundamentar
ontológicamente la categoría <<hombre>> y de aquí a
considerar la existencia de criterios morales de validez universal”
(p. 214).
Esta exégesis del profesor Estrella aparece abruptamente (páginas
212 y ss.) y como de relleno, porque, al final, él mismo admite que,
en realidad, como ya quedó dicho, Thompson es, historiográficamente
hablando, un constructivista más que un esencialista. Quizás el
quid
de
la cuestión estriba en el entendimiento instrumental y práctico de
la teoría, por parte de Thompson, frente a la noción de gran
aparato productor de sentido, que prefiere manejar nuestro autor. Esa
estima reverencial del legado teórico del sociólogo francés,
consiste en usar a Bourdieu como un todo o nada, antes que como una
caja de herramientas de la que servirse conceptos de aquí y de allá,
“como el aire que se respira”.
Por
lo demás, trascendiendo el texto que reseñamos, conviene concluir
esta recensión planteándonos una pregunta: ¿pese a todos los giros
habidos en la historiografía, quién garantiza que ya pasó el
tiempo de la historia social? En el libro de Alejandro Estrella
quizás inconscientemente se toma el todo (“historia social”) por
una de sus partes (la tradición historiográfica del marxismo
británico). En cualquier caso, en 1976 se creó la Social
History Society of the United Kingdom
y en el mismo año la revista Social
History.
Patrick Joyce en 1995 (Thompson murió en 1993) lanzaba una pregunta
retórica a la comunidad de historiadores: The
End of Social History?
Era todo un síntoma del poderoso e invasivo giro cultural
experimentado por la historiografía de los ochenta y los noventa,
coincidente en el tiempo (no en sus postulados) con la revolución
conservadora. Ahora bien, en tocando al mundo de la historia de las
ideas, a menudo los muertos suelen resucitar cuando las
circunstancias que en el pasado les dieron vida reaparecen más o
menos transformadas. De modo que la última década, pasados los
tiempos de los fines de la historia y los giros culturales,
posestructuralistas, posmarxistas y posmodernos, parece como si
existiera “una nostalgia de la historia social”.
Por añadidura, Geoff Eley en su célebre A
Crooked Line: From Cultural History to the History of Society.
(University of Michigan Press, 2005) ha planteado abiertamente la
necesidad de un “hibridación” entre historia social e historia
cultural y la práctica de un conveniente “pluralismo metodológico”
(Eley, 2011, 139 y 140).
Lo cierto y verdad es que no hay evolución lineal del conocimiento
que ineluctablemente conduzca a un paradigma universalmente aceptable
que por su novedad agote todo lo que le ha precedido; el tipo de
problemas de cada época exigen respuestas teóricas diferentes, pero
no siempre ni necesariamente lo último es lo mejor y la recurrencia
cíclica no tiene por qué ser impensable.
Así un cierto retorno a lo social no es un imposible ni una
apetencia meramente nostálgica. Quizás todo ello tenga alguna
conexión con la comparecencia de una nueva oleada del pensamiento
crítico que acompaña a una impugnación del sistema social
dominante en su fase de “totalcapitalismo”.
En
cierto modo, seguir usando la caja de herramientas de Bourdieu, como
de manera sumamente provechosa y estimulante hacen Alejandro Estrella
y sus colegas de la escuela de Cádiz, no deja de ser un síntoma y
una promesa que invita a la esperanza, porque, parafraseando la
brillante frase bourdieusiana, “la tarea política de la ciencia
social es alzarse contra el voluntarismo irresponsable y el
cientificismo fatalista, ayudar a definir un utopismo racional
utilizando el conocimiento de lo probable para hacer realidad lo
posible”.
Salamanca,
22 de septiembre de 2013