En
Francia, en octubre de 2015, el grupo de trabajo denominado El futuro de las
instituciones presentó el informe Rehacer la democracia, en el que
se dan cuenta de las actividades desarrolladas durante un año y se presentan
los resultados bajo la forma de diecisiete propuestas para la mejora del
funcionamiento de las dos cámaras de representación política: la Asamblea
Nacional y el Senado.
El
grupo fue creado y dirigido por el presidente de la Asamblea Nacional y estaba
formado por once parlamentarios, de todos los grupos políticos, y por doce
expertos de diversos ámbitos (mundo de la empresa, sindicatos, intelectuales y
académicos), en total veintitrés. Para la elaboración del documento con las propuestas,
el grupo recurrió a treinta y una personas, todas ellas especialistas en alguno
de los temas sobre los que se trabajaba. Cada invitado hizo una exposición y a
continuación se debatió con ellos sobre el tema en cuestión. Finalmente, con
toda esa información, cada miembro del grupo de trabajo debía responder a un
cuestionario compuesto por 133 preguntas. Las respuestas se registraban en una
escala de preferencias, del 1-5, en la que se mostraba en qué medida se estaba
más o menos de acuerdo. Del siguiente modo: 1 (en absoluto de acuerdo), 2 (más
bien en desacuerdo), 3 (abstención), 4 (más bien de acuerdo), 5 (totalmente de
acuerdo). Los registros se trataron calculando la media aritmética para cada
pregunta, obteniendo así un valor numérico que expresa el mayor o menor
consenso en cada caso. En base a esos resultados y al de los contenidos de los
debates, se redactaron las diecisiete propuestas. Toda la información sobre
este grupo, su composición, el informe final, los videos y otros detalles, pueden
verse en este enlace: http://www2.assemblee-nationale.fr/14/autres-commissions/avenir-des-institutions
Entre
los expertos invitados por este grupo de trabajo, se encontraba Bernard Manin,
reconocido internacionalmente por sus trabajos sobre el liberalismo, la
democracia representativa y la deliberación. Su libro, Los principios del
gobierno representativo, es un trabajo fundamental para los estudiosos de
estas cuestiones y una obra de referencia para orientarse en la reflexión sobre
el uso que se hacía del sorteo en las democracias antiguas.
A
Bernard Manin se le pidió hablar sobre el tema de la representación. Una buena
parte de su intervención y del posterior debate se centró en su propuesta de
introducir el sorteo en la selección de grupos para el desarrollo de diferentes
tareas vinculadas a la deliberación política. Trataremos, a continuación, de
resumir los argumentos que se expusieron en ese debate.
Preguntado
por los desafíos a los que se enfrentan las democracias modernas, en un momento
en el que la representatividad de las instituciones políticas está cuestionada
y en el que los ciudadanos exigen más participación, Manin organizó su
reflexión en torno a tres puntos.
En
primer lugar, se trata de constatar el hecho de que los ciudadanos reconocen
poco a sus representantes y tienen una opinión cada vez más negativa sobre
ellos. A pesar de lo cual, defiende Manin, no puede hablarse se desafección
política simplemente analizando los datos de la abstención en los procesos
electorales. Esta idea se refuerza con el hecho de que la participación aumenta
en función del tipo de elección y del momento. En todo caso, defiende, cabría
hablar de una desafección “intermitente”. De este modo, argumenta Manin, es más
justo pensar que el sistema representativo está en crisis desde sus comienzos y
a pesar de ello, su capacidad de adaptación no se ve mermada. El descrédito de
los representantes políticos aumenta porque son percibidos como un grupo
cerrado sobre si mismo, sobre sus intereses particulares y los de sus partidos,
y alejados de las preocupaciones de los ciudadanos. En la percepción de los
representados, la pertenencia a ese grupo común, el de “los políticos”, es más
importante que las diferencias políticas y programáticas entre los diferentes
candidatos. De este modo, el sistema representativo conforma gobiernos de
élites que no se ven obligadas a atender las demandas de sus representados.
Como consecuencia de todo o anterior, dice Manin, el gobierno representativo
combina elementos democráticos y elementos poco democráticos.
En
segundo lugar, Manin subraya el problema de la representatividad, en un sentido
estricto. Puesto que los ciudadanos no se reconocen en sus representantes, ¿qué
representatividad tienen éstos? En este punto, Manin discute los análisis que
el grupo de trabajo había presentado como documento previo a su intervención. A
juicio de los miembros del grupo, el problema radica en la distorsión entre las
características sociales de los miembros que componen las cámaras y la mayoría de
la población. Sin negar esa distancia evidente, Manin descarta que la falta de
reconocimiento se deba a esas diferencias. En cualquier caso, no considera que
el criterio de semejanza social pueda constituir el principio fundamental de la
representación y recuerda que los deseos de un grupo determinado pueden ser
perfectamente tenidos en cuenta por personas que no compartan sus mismas
características sociales. Pese a lo anterior, se muestra favorable a establecer
mecanismos correctores (cuotas) en función de diferencias estructurales y
estables, por ejemplo, como en el caso del género. Dichos mecanismo
correctores, también son necesarios para compensar situaciones que puedan discriminar
en un sentido negativo a algún grupo de población, en términos de
representatividad. Lo fundamental de tales mecanismos de corrección es que
tienen que ser eficaces y no meros instrumentos de propaganda para ser
exhibidos con fines partidistas. De ser así, el efecto de legitimación que
pretenden, será muy limitado.
El
tercer conjunto de reflexiones las dedica al mecanismo del sorteo. Manin
recuerda que en los últimos veinte años, se están desarrollando por todo el
mundo multitud de experiencias prácticas que recurren al sorteo para elegir
miembros de asambleas ciudadanas o de grupos de deliberación, como en el caso
de Canada o de Irlanda. Pero más que de las particularidades de un caso en
concreto u otro, lo que nos interesa ahora es sintetizar las ideas que
desarrolló sobre el sorteo en este grupo de trabajo.
En
primer lugar, hay que decir que el modelo de sorteo que defiende aquí Manin,
está limitado a grupos orientados a la deliberación y a la discusión. Hemos de
recordar que se trata de recomendaciones hechas para una institución que trata
de reflexionar, de un modo realista, sobre posibles reformas a adoptar para
mejorar su funcionamiento y su legitimidad. Por lo tanto, Manin defiende un uso
limitado del sorteo a tareas informativas, llevadas a cabo por ciudadanos
“ordinarios”, que pudieran orientar las decisiones que deben tomar los
representantes elegidos en las urnas. Este uso de las asambleas deliberativas,
intuye Manin, reforzaría la legitimidad de la representatividad política, ahora
puesta en cuestión, por la vía de la representatividad social. Este mecanismo
ayudaría a mejorar la credibilidad y la confianza en las instituciones. En
términos operativos, las asambleas sorteadas estarían asesoradas por expertos
del tema a tratar y por lo tanto sometidas a un intenso proceso de aprendizaje.
Manin
insiste en repetidas ocasiones sobre esta dimensión del aprendizaje y explica
que en ella reposa la diferencia fundamental entre una asamblea sorteada entre
ciudadanos “ordinarios” (se refiere con esto, a que no son especialistas de
ninguna materia, ni políticos profesionales o militantes) y un grupo de
personas que discuten, organizados por ejemplo, en torno a un grupo político o
cualquier otro de carácter más o menos informal. Conviene señalar en este
punto, que Manin no entiende las asambleas sorteadas como mecanismos de
participación. A su parecer, la lógica de la participación es muy distinta y
considera que favorecerla, debe continuar siendo una tarea de la que se ocupen
los partidos políticos u otros grupos organizados, en función de sus intereses
legítimos. En el desarrollo de la sesión, algunos de los miembros del grupo de
trabajo mostraban sus recelos ante la idea del sorteo argumentando que un grupo
elegido al azar, y por lo tanto de manera aleatoria, no reflejaría la verdadera
dimensión de la relación de fuerzas antagónicas presentes socialmente. Esta
distorsión, explican, tendería a ocultar relaciones de dominación que la
composición proporcional de las cámaras, en un principio y de manera ideal, sí
deberían reflejar. Los defensores de este argumento, reconocen al mismo tiempo,
que los partidos de masas han sufrido un proceso de cierre y que han limitado
mucho la posibilidad de participar a un gran número de personas. No obstante,
como alternativa, sugieren mecanismos como los que posibilitan las nuevas
tecnologías (teléfonos móviles, internet) para desarrollar procesos de debate
participativos (el presidente del grupo de trabajo y de la Asamblea Nacional,
Claude Bartolone, hace referencia a la herramienta virtual que utilizó Podemos
para elaborar su programa electoral y en la que participaron más de 15.000
personas). En respuesta a estas apreciaciones, Manin insiste en su idea de que
las distintas formas de participación política son compatibles con la
existencia de las asambleas sorteadas, puesto que ofrecen resultados muy
diferentes. A propósito de la primera objeción, sobre la relación de fuerzas,
explica que los grupos sorteados están compuestos, de manera ideal, por
personas que no se conocen y que son convocadas para deliberar y emitir una
opinión razonada sobre un tema concreto. Se trata pues de razonar, utilizando
argumentos, a partir de las informaciones que se van acumulando, y de los
juicios que se forman en el transcurso de los debates. No existe una lógica de
confrontación partidista o ideológica. En el caso del recurso a las nuevas
tecnologías, Manin advierte que los grupos se movilizan siguiendo criterios de
afinidad y que por lo tanto, las diferencias, en cuanto a las opiniones, suelen
ser mínimas. Otro problema añadido es que esos grupos tienen un acceso muy
limitado a la información, o más bien, recurren a informaciones que son bien
valoradas por la mayoría. En un grupo sorteado, por el contrario, sus miembros
tienen a su alcance información que no tendrían en un círculo de su elección.
Para acabar con la cuestión de la participación, Manin explica de qué modo el
sorteo puede ser útil, incluso si se utiliza de manera complementaria a uno de
los mecanismos más defendidos para la participación, el referéndum. Para ello
hace referencia al estado de Oregón, en Estados Unidos, donde hacen uso del
referéndum a instancia de los ciudadanos de manera frecuente. En este caso, una
asamblea sorteada delibera sobre el tema del que trate la consulta y el informe
que emiten se envía por correo postal junto con el resto de la propaganda
electoral.
Recordemos
en este momento, que Manin considera a las democracias representativas como
sistemas imperfectos que se encuentran constantemente en crisis. La
introducción del sorteo, como mecanismo de deliberación disponible para
ciudadanos “ordinarios” que tienen la oportunidad de opinar sobre temas
concretos, con carácter meramente consultivo, reforzaría la dimensión de la
responsabilidad de los representantes electos. En este sentido, Manin defiende
que esa sería una herramienta útil para la necesaria rendición de cuentas. En
la medida en que los resultados de la deliberación se hiciesen públicos, los
cargos públicos deberían justificar sus decisiones. Ciertamente, tal vez fuese
más difícil explicar las razones por las que se adoptan unas u otras medidas, a
favor o en contra, pero esa obligación de claridad reforzaría la legitimidad,
ahora muy erosionada, de los representantes frente a los representados. En la
propuesta de Manin, están inevitablemente las fuentes de la democracia griega,
en la que recordemos que las instituciones del sorteo, la rendición de cuentas
y la rotación de cargos iban siempre unidas.
Sobre
la rotación de cargos también se discutió en este grupo de trabajo.
Concretamente, sus miembros estaban interesados en la cuestión de la limitación
de mandatos. En este punto, Manin defiende la importancia de la continuidad de
los proyectos políticos y la pone en relación con la responsabilidad, y por lo
tanto, como ya hemos visto, con la rendición de cuentas. Manin no excluye la
posibilidad de limitar el tiempo durante el que un dirigente puede permanecer
en un cargo, pero sí señala que la continuidad es lo que permite que un
proyecto político se someta, a largo plazo, a la sanción de los ciudadanos en
las urnas. En este sentido, Manin identifica en los políticos una suerte de
irresponsabilidad, “una miopía estructural”, que hace que tiendan a pensar en
el corto plazo. A su juicio, el compromiso de permanencia de un proyecto
político (no debemos pensar solo en personas) a largo plazo es lo que hará que
sus dirigentes se comporten de manera responsable. Vemos con claridad que
Manin, habiendo identificado los problemas de la representación en nuestras democracias,
no pone tanto el acento en la voluntad de participar de los agentes, como en
los problemas que atraviesan a las organizaciones políticas y a las
instituciones. Porque cuando se trata de participar, el sorteo presenta un
problema que aún está por explicar, y es que un número muy elevado de personas
elegidas al azar lo rechazan. Manin explica que en experiencias donde se hace
un uso intensivo del sorteo, la tasa de rechazo a participar supera el 80%.
Para terminar, queda decir que tras la intervención de Bernard Manin, se introdujo en el cuestionario que debían completar los miembros del grupo, una pregunta sobre el sorteo. Se preguntaba si se consideraba conveniente, en caso de abordar una reforma del Senado, la posibilidad de elegir una parte del mismo por sorteo. El valor medio de la adhesión a la propuesta fue de 2,2 (más bien en desacuerdo), por lo que no fue incluida en las diecisiete recomendaciones.
Para terminar, queda decir que tras la intervención de Bernard Manin, se introdujo en el cuestionario que debían completar los miembros del grupo, una pregunta sobre el sorteo. Se preguntaba si se consideraba conveniente, en caso de abordar una reforma del Senado, la posibilidad de elegir una parte del mismo por sorteo. El valor medio de la adhesión a la propuesta fue de 2,2 (más bien en desacuerdo), por lo que no fue incluida en las diecisiete recomendaciones.
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