Algunos amigos y
amigas me preguntan sobre el sorteo y la cultura. Al respecto creo que el mundo
antiguo puede enseñarnos algo. En concreto, las lecciones filosóficas que
pueden extraerse de cómo se formaban los jurados de las
tragedias. Recordemos que un fondo
estatal permitía a los ciudadanos asistir a los concursos, uno
de los grandes rituales políticos de integración cultural.
Si yo entiendo bien
el sistema (como siempre, bienvenido sea el
especialista que me corrija), previamente existe una designación y
posteriormente se produce un doble sorteo. Por un lado, se asignan
los actores a cada poeta, lo cual se asemeja a un sorteo de los recursos
públicos disponibles. ¿El objeto? Interpreto que evitar las ventajas en el uso
de los recursos públicos. En nuestro tiempo esto contrastaría con la enorme
tendencia al Principio de Mateo en cultura: darás más al que más tiene. O, más
prosaicamente, a permitir que las redes de contactos acumulen las subvenciones.
En segundo lugar, se
sortea previamente a partir de un censo previo, propuesto por las tribus. ¿Cómo
operaba esa cualificación de las tribus (que eran, no lo olvidemos, distritos
políticos)? No lo sabemos. Cabe interpretar, a no ser que mi información sea
mala, que el sorteo sin discriminación no se considera correcto y que debe
haber cierta competencia previa. Entre esos votos, como si se temiese una
distorsión en el jurado, se sortean de nuevo aquellos que valdrán.
Entre nosotros, el
ejemplo podría inspirar cámaras de cultura sorteadas a partir de un censo
previo de las personas competentes. ¿Quién podría participar en el Patronato de
un Museo (por ejemplo, el Reina Sofía)? Tras discusión pública de las cualidades,
no veo qué podría impedir el sorteo sin desmejorar las competencias de los
implicados. ¿Por qué razón? Para evitar el clientelismo.
Esta unión de sorteo
con elección (que tiene puntos en común con el sistema de sorteo en la
Florencia republicana: allí se sorteaba a partir de un voto previo) permitiría
encarnar una de las contribuciones más importantes del sorteo a la cultura
liberal y republicana: la creación de un espacio público libre de
manejos de facción. En la configuración del mismo se reconoce la existencia de
expertos; se cuida únicamente de que no los designen redes oligárquicas, las
cuales no son precisamente fiables para seleccionar a los mejores.
Liliane López-Rabatel, tras leer
esta lo dicho anteriormente, aclara lo siguiente. Me parece muy importante todo
cuanto dice (sobre el voto, sobre el complejo equilibrio entre personas
autodesignadas y sorteadas) y particularmente la puntualización acerca de cómo
se financiaban los coros. La liturgia, un impuesto con el que la polis
conminaba a los ricos a mostrar su patriotismo, formaba parte de un modo de
atrapar los recursos de los pudientes sin quitarles el honor de celebrar su
liberalidad y de competir entre ellos por hacer… aquello a lo que se les
obligaba. Arthur Rosenberg explicaba así el particular modelo fiscal de la democracia: el pueblo
ateniense exprime la vaca de los ricos, pero sin expropiarla…
Según lo que nos dejan
saber las fuentes, que como siempre, son escasas, y según lo que entiendo yo.
Una cosita más: el censo previo se hacía bajo el control del Consejo y con los choregoi, cuyo cargo era la financiación
de un coro para un concurso (dejando de lado a los poetas, los actores y los auletas que los financiaba el
Estado). Eran de los más ricos y elegidos por el arconte o los miembros de su
tribu, no se sabe según qué criterios pero probablemente en este caso serían
importantes los recursos de los mismos para organizar el concurso con el fasto
necesario para conseguir la corona. Dado que algunos como Temístocles, Nicias,
Andócides y Platón fueron designados como choregoi cabe suponer que la competencia no sólo era
financiera sino política, a no ser que fuesen las dos íntimamente unidas. Un
obrero a finales del siglo V cobraba una dracma por día. El coste de este tipo
de liturgia podía alcanzar 2.000 dracmas. Esta contribución del choregos, que debía parecer voluntaria
mantendría en el seno de la élite ateniense una competición honorífica que le
proporcionaba un prestigio seguramente ventajoso a la hora de votos populares
en la asamblea. Se supone que el Consejo, cuyos miembros eran sorteados,
ejercían un contrapoder cuando los choregoi proponían
su lista de jurados entre los cuales se sorteaba uno por tribu el día del
concurso.
Así que el sorteo sin
discriminación no vale pero tampoco vale la discriminación sin sorteo. Por eso
se sorteaba uno de cada dos votos al final del concurso. ¿Por qué uno de cada
dos? La razón, creo, es matemática. Es la única manera, entre 10 votos, de conseguir
un número impar de votos que pueda valer.
Al final, en cuanto a
los concursos, no sé si la discriminación previa se hace sólo acerca de la
competencia cultural…
Tu idea de cámaras de
cultura sorteadas a partir de un censo previo de personas competentes me parece
buena ya que siempre se le opone al sistema del sorteo el argumento de la falta
de competencia de los sorteados. Un término medio interesante…
Imagino un concurso de poesía de un premio importante con un jurado de varios cientos de personas, elegidas por sorteo, entre expertos, ciudadanos, escritores... hoy hay medios técnicos para llevarlo a a cabo. Eso sería cultura popular y eliminaría los efectos de las redes clientelares en el (los) campos.
ResponderEliminarYo estoy completamente de acuerdo contigo
ResponderEliminarHay un problema de escala, o una diferencia esencial entre los griegos y nosotros. No es lo mismo gestionar por sorteo una institución cultural local que otra nacional. Porque en el último caso existe la mediación de la comunicación de masas, mientras que en primer caso las relaciones humanas son directas.
ResponderEliminarQuiero decir que quien controle el flujo de información conseguiría, por estadística, controlar el órgano sorteado, pues a él acudiría gente con sustancialmente el mismo conocimiento de la cuestión, a partir del cual llegarían a las mismas conclusiones. Así creo que se funciona desde los años 30.
Una razón, quizá por la cual las polis no crecían indefinidamente, como nuestras megalópolis modernas, sino que al llegar al límite de la escala humana, donde es posible la interacción personal, se escindían en colonias.
Prueba de que los griegos ya se dieron cuenta de eso era que estaba prohibido, creo, decir tu nombre en las asambleas para que no influyese el argumento de autoridad, y muchas otras reglas que pretendían desvincular el contexto de la asamblea del bagaje previo que traían los participantes y/o la opinión que pudiesen tener de ellos sus conciudadanos.
Creo que habría que explorar las relaciones entre sorteo y hegemonía. Un premio de poesía con un jurado de cientos de personas es factible. Aunque ahora mismo alguien que escriba como Gloria fuertes ganaría todos los jurados sorteados. Un consejo sorteado para el reina sofía exigiría un censo complicadísimo. Por ejemplo si el arte moderno es antiacadémico, y más desde el art brut, ¿entran los catedráticos? ¿y los locos porqué no? aquí saber quién está cualificado es un debate de 70 años y generalmente lo que mejor ha funcionado en términos de productividad han sido los grupos muy cohesionados con un programa concreto que han podido desarrollar al margen del mainstream. Ningún grupo de vanguardia podría evolucionar si tiene que esperar al mínimo común denominador. Tampoco se podría gestionar por sorteo la dirección de una central nuclear o algo así. para que funcionase tendría que ser una institución muy descentralizada.