Publicado en la revista Laberinto, nº 44,
2015, pp. 83-86.
Artículo-reseña
sobre el libro Silence and Democracy: Athenian Politics in Thucydides'
History, de John Zumbrunnen (Pennsylvania State University Press, 2008).
Edic. Electrónica Kindle.
[John
Zumbrunnen trabaja en la universidad Wisconsin-Madison y es asimismo autor de Aristophanic
Comedy and the Challenge of Democratic Citizenship (University of
Rochester Press, 2012).
Pericles hijo de Jantipo y Bush
Junior.
Silence and Democracy: Athenian
Politics in Thucydides' History, de J. Zumbrunnen,
es un estudio de un aspecto de la obra Historia de la guerra del
Peloponeso o Historias (historiai) del
ateniense Tucídides (460- circa 396 a.e.c), básicamente, el de las interacciones
en Atenas entre el dêmos (o colectivo de ciudadanos libres) y
las figuras políticas de relieve durante la citada guerra.
Silence and Democracy tiene
dos niveles: uno histórico, de análisis de Tucídides y de la historia de
Atenas, y otro de interpretación, que transpola su lectura a la democracia
representativa occidental contemporánea. Esta parte del análisis es más
especulativa; la primera combina la lectura con una hermenéutica del texto de
Tucídides. Se trata, por tanto, de una obra académica de historia y de teoría
política que analiza e interpreta el pasado para pensar, más ensayísticamente,
sobre el presente.
La guerra del Peloponeso (431-404
a.n.e.), sostenida entre Esparta y Atenas y los aliados, fue, además del choque
entre dos potencias, un conflicto entre oligarquía y democracia. En las Historias,
los puntos de vista sobre importantes discusiones políticas y militares en
Atenas son puestos en boca de la élite política, mientras el dêmos escucha
silencioso, si bien es él quien toma las decisiones. Entiéndase: en la obra hay
actores políticos de renombre (Pericles, Cleón, Brásidas, Alcibíades… etc.),
líderes de facciones o líderes del conjunto de ciudadanos. El “conjunto de
ciudadanos libres atenienses” nunca habla colectivamente; “dêmos” suele ser una
palabra que se asocia a los ciudadanos pobres y apenas ninguno habla en las
asambleas, pero aparece, sin embargo, como un personaje colectivo que escucha
los discursos de oradores sobre asuntos de capital importancia y toma
decisiones, algunas de ellas más que discutibles. Así, el abandono de los
aliados de la pequeña ciudad Platea (sitiada por los espartanos, 427 a.n.e.),
la brutal represión de la pequeña isla de Melos (416 a.n.e.), o la desastrosa
campaña de Sicilia (415). ¿Son estas decisiones producto de la volubilidad, de
la ligereza? ¿Es Atenas una república liderada por demagogos incompetentes y en
manos de una masa irracional? ¿Cómo interactúan el dêmos y
estos individuos que viven dedicados a la política? ¿Vivirían los melios si no
se actuase con arbitrariedad? Tales son las cuestiones que explora J.
Zumbrunnen, cuyo principal acierto es el de plantear preguntas y hacer pensar
sobre algo tan difícil como la representación de la colectividad de los
ciudadanos en Tucídides, representación escurridiza pero abierta, más que
cerrada o moralizante.
Zumbrunnen finaliza su obra con una
escena extraña: a partir del llamado “Bullhorn Speech”, el discurso de Bush -
megáfono en mano - en ground zero a los trabajadores del
servicio de emergencia tres días después del 9-11, compara al citado Bush
Junior con Pericles. Y a los que lo escucharon, los titula el “dêmos
americano”: aconteció, según el autor, un “coming together”, una unión o
comunión. La actitud del autor se comprende quizás a partir de sus (posibles)
ideas políticas y de las fáciles analogías históricas. En la misma conclusión
del libro se comparan la fallida expedición a Sicilia de Atenas (en el contexto
de la misma guerra del Peloponeso; un intento de Atenas de extender el imperio hacia
el Este) y la guerra en Irak. (Ya se había hecho - y por grandes historiadores
-, p. ej. comparar la guerra fría y la URSS con Atenas). Las analogías
Sicilia-Irak-Bush-Pericles están al final de la obra y como pegadas a la
argumentación. Se anclan en la tan repetida frase de Tucídides sobre su propia
obra (I, 22, 4), descrita como «una posesión para siempre más que como objeto
de certamen para oír un instante» (trad. F. Romero Cruz, Cátedra, p. 66). Pero,
¿se es consciente del océano temporal que separa ambos continentes históricos?
Uso del anacronismo.
«March Bloch concluye afirmando, con
una fórmula que se ha hecho célebre, que hay que comprender el presente
mediante el pasado y el pasado mediante el presente.» (p. 207), afirma la helenista
Nichole Loraux, en su póstumo La guerra civil en Atenas. La política
entre la sombra y la utopía (Akal, 2008 [los trabajos son de los años
noventa]). Loraux anima al uso controlado del anacronismo, evitando que la
reflexión política e histórica se convierta en teología. Alude al uso
indiscriminado de los teóricos y científicos políticos de departamentos
norteamericanos y a la práctica estéril de la discusión de los méritos
comparados (en los que acaba venciendo la democracia representativa
contemporánea con respecto a la antigua o las modernas constituciones como
“equilibradoras” del conflicto social).
¿Cómo se justifica este “uso
controlado del anacronismo” y qué es? Loraux reflexiona sobre la temporalidad
histórica y las pasiones en política: «¿Por qué realizar el elogio del
anacronismo cuando se es historiador? Quizá para invitar a los historiadores a
que atiendan a nuestro tiempo de incertidumbres, centrándose en todo lo que
desborda el tiempo de la narración ordenada: tanto en los desbocamientos como
en los islotes de inmovilidad, que niegan el tiempo en la historia, pero que
construyen el tiempo en la historia» (217). Pensar sobre la posición de Loraux
incluye considerar las tradiciones historiográficas (el campo), la
interpretación ideológica del pasado y el conflicto en el momento histórico en
que esto es discutido por la historiadora y antropóloga. Y además de o junto a
los intereses y la explotación, implicar la ligazón entre el poder, la codicia
y la ambición, sin desproporción de racionalizaciones excesivas.
¿Cuál es la articulación entre
inconsciente político e imaginario ideológico en el caso de la historia de
Atenas? Desde luego la democracia en conflicto, ¿por qué ejerce esa fascinación
si no es por el fantasma de la democracia y del conflicto civil, la stásis?
Los doscientos y pico de años de la democracia ateniense aguzan más apasionadas
discusiones de política que los 2500 del apogeo del Egipto faraónico. Y en esta
discusión política e ideológica se entrevera la propia ontología histórica.
Pero es un imaginario construido en el currículo de educación de las
formaciones sociales capitalistas: la discusión política surge porque hay una
historia escrita relativamente abundante, y porque esta brinda una forma de
racionalismo con apariencia de contemporaneidad en la política occidental. Una
de las primeras traducciones de Tucídides al inglés la hizo el autor del Leviatán.
La contemporaneidad es solo aparente,
ya que la obra de Tucídides contiene el relato de la hybris ateniense
(tesis de F. M. Cornford, de 1907), el trasfondo de la tragedia griega. Hybris es
desmesura, arrogancia, sobrestimación del poder de uno mismo, como la de
Jerjes en la tragedia de Esquilo Los persas. Las Historias,
que narran la derrota de Atenas, cuentan sus excesos (en Melos o Sicilia). Sin
embargo, esta radical historicidad no neutraliza un rizoma: el objetivismo del
texto. ¿Acaso no se efectúa la misma operación al leer a Hobbes o, por ejemplo,
Sun Tzu o Maquiavelo?
Hesychia y
acción.
Zumbrunnen adelanta rápido el
planteamiento central de su obra: a partir de Finley, Ober (Mass and Elite
in Democratic Athens y The Athenian Revolution) y otros, piensa
que el dêmos ateniense tenía un poder real y lo ejercía y que Tucídides piensa
lo mismo. La presencia silenciosa del dêmos en las Historias no
significa una aquiescencia irreflexiva, instintiva o maquinal. No se construye
al dêmos como una “masa” de presencia taciturna manipulable por demagogos
irresponsables que solo buscan su beneficio personal. El autor plantea la
existencia de una “escucha democrática” en la interacción entre una masa
indiferenciada silenciosa (en Atenas varones atenienses libres) y la elite
política que habla. No hay desempoderamiento. La hesychia (calma,
silencio) existía como una forma de actuar.
El autor distingue entre silencio
deliberativo, activo e inactivo. Cabe preguntarse cómo sería una sesión (real,
no en los escritos) de la asamblea ateniense a la hora de decidir cuestiones de
capital importancia para la ciudad, como intervenciones militares de carácter
irreversible: ¿habría un silencio constante, se mezclarían los gritos y los
insultos, las facciones dejarían que fluyera tranquilo el discurso de sus
oponentes? ¿No es posible que Tucídides supusiera que el lector conocería el
ruido y la furia real de una asamblea de verdad? Para colmo, el historiador
ateniense no parece parcial, no registra todos los puntos de vista, no ofrece
uno definitivo o siquiera una lectura terminante, sin ambages.
Un historiador oscuro.
Una nota: Tucídides es un historiador
cuya enorme influencia en Occidente se debe también a que su posicionamiento
frente a ciertos hechos no queda clara. Hasta dónde llega su imparcialidad y
objetivismo no está claro. Lo más probable es que no simpatizara con la
democracia radical (la facción imperalista, partidaria de los más pobres), sin
llegar al desprecio por la misma de Platón o la antipatía de Jenofonte, que
inician una tradición que identifica democracia radical con oclocracia o
tiranía de la masa. Tampoco está claro si las Historias de
Tucídides son una apologia pro vita sua (una defensa de su
propia vida, ya que fue acusado de perder, durante la misma guerra, la
estratégica Anfípolis, una colonia ateniense en Tracia). El asunto seguirá
discutiéndose y por el momento no hay punto y final, puesto que el lenguaje de
la obra es voluntariamente difícil, oscuro. Probablemente en la obra se enlazan
varios elementos, algo que aquí solo puede apuntarse:
(1) la narrativa trágica de la hybris de
Atenas, lo que corresponde al inconsciente ideológico de la obra,
(2) visión objetiva de tres elementos
unidos: participación y poder políticos, stásis (conflicto
civil) y la guerra (objetivismo procedente del racionalismo sofístico en el que
se formó Tucídides, con el sofista Antifonte),
(3) admiración aristocrática –
inconsciente de clase y capa de habitus – de determinados
actores de la escena política, resumidos en Pericles, “el primer ciudadano”.
Hay otra cuestión algo obvia, y es
que la obra está inacabada y no se sabe la fecha de composición (es la
“cuestión tucidídea”, que existe, como la “cuestión homérica”). Sea como sea (y
véase El mundo de Atenas (2011) de Luciano Canfora), la
objetividad textual, incluso donde se ha leído anti-democratismo, es filosa y
los posicionamientos en los múltiples sentidos posibles se hacen factibles. Se
me dirá que la objetividad del ateniense no es la nuestra. Como si la nuestra
fuera prístina, desideologizada. ¿Acaso porque ideológicamente Tucídides se
enmarque en la formación social ática del siglo V a.n.e. es imposible un grado
de objetividad histórica? La objetividad de las Historias puede
deberse a que la obra está inacabada, a la sofística o al carácter dialógico,
pero también a la cautela o prudencia analítica de la persona Tucídides (no la
prosopopeya-autor). «Tucídides insiste en que no se ha embarcado en una
“narrativización patriótica”, sino que ha buscado la “exactitud” (akribeia) que
permite a su obra ser una posesión para siempre», escribe Zumbrunnen. Más que
de varios inconscientes articulados o en capas, hay constelaciones de palabras
que se activan o suturan en torno significantes-amo, dependiendo de aquello de
lo que habla el autor, un autor que habla a varios públicos o lectores.
La historia es lucha de clases,
conflictos sociales, violencia, extorsión y explotación, de pasiones políticas
y de ambición. El extraño y oscuro objetivismo de Tucídides, que se presenta
como un estudio de la guerra entre atenienses y espartanos, se ofrece como un
intento de comprenderla, y por tanto puede ser una historia comparada: como
intento de dilucidar la dinámica y funcionamiento de las relaciones de poder,
la administración de la vida y la muerte, las luchas políticas.
Democracia espectáculo, democracia
representativa.
Queda repuntar el objetivo político
anudado al académico de Silence and Democracy. Cuestión a discutir,
para Zumbrunnen, es la siguiente: si en las formaciones sociales capitalistas
contemporáneas occidentales vivimos en “democracias de espectador” (Chomsky)
que solo ejercen su libertad cada cuatro años, o la “masa” tiene algún papel en
la toma de decisiones. Tucídides
apunta una forma alternativa de pensar la política democrática de masas: «On
this way of thinking, the task of the democratic theorist is not to argue over
the merits of particular modes of leadership or to evaluate the rhetoric of
elites against standards of deliberation or even to diagnose the dangers of
spectator democracy. The task, which will be particularly crucial in times of
war, is to search for signs of the revolutionary, if momentary, activation of
the dêmos.» [Loc. 2358] Es decir: no centrarse en los
argumentos de las élites o líderes, no diagnosticar una “alienación” general de
los ciudadanos-espectadores, sino buscar señales de activación revolucionaria,
si momentánea, del dêmos.
El problema del libro de Zumbrunnen
es que la argumentación está pillada por los pelos. El silencio del dêmos es lo
que él dice, pero también es el dado por Tucídides. Por otro lado, en la obra
del ateniense, es especular si el silencio es activo o inactivo, e
igualmente las ideas de un silencio resistente. La no-acción es una forma de
resistencia si tiene efectos. Por lo mismo, es especulación irenista hablar de
una fusión del dêmos (americano o hispano) y sus líderes.
Lo realmente acertado de Silence
and Democracy es que ve cómo Tucídides usa en su obra al dêmos,
como un personaje colectivo, activo (¿como un coro, ahora silencioso, de
las tragedias?[1]) del que es difícil discernir si actúa irreflexivamente: su
fuerza es arrolladora y los demagogos (como plantea Finley en Vieja y
nueva democracia), más que atraerlo y manipularlo, viven en tensión
continua para no caer en desgracia si cometen un error, porque el pueblo libre
de Atenas responsabiliza a los instigadores de malas decisiones. Tucídides
registra la dialéctica de diferentes puntos de vista, casi dialógicamente, pero
no podemos estar seguros de que sea así: como si pareciera decirnos que su
historia - un conflicto de ambiciones, poderes y formas de vida, en última
instancia el relato del enfrentamiento entre pobres y ricos, entre oligarquía y
democracia - no es un libro que pueda leerse aplicando una metodología. Esta
cautela es la que ha traído de cabeza a sus comentaristas y lectores desde hace
2.500 años, precisamente por el fantasma de la democracia. El problema del
“sentido”, de comprender la raíz última del conflicto social, la “radicalidad”
del texto, puede que no sólo sea un problema para el lector. Pudo serlo incluso
para el mismo Tucídides: Zumbrunnen sugiere esto al final de su libro sin tirar
del hilo de esta idea: en historia y política, la complejidad del entramado
entre la velocidad de los hechos, la irreversibilidad de las decisiones y el
azar desbordan el cauce de la reflexión e incapacitan dar una respuesta última.
El mundo arrolla y abruma cualquier tentativa de control interpretativo. La
política no es una ciencia.
[1]
Nota 18-8-2015, no estaba en el texto enviado a Laberinto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario