El número 18 de la Revista de Hispanismo Filosófico publica una reseña de La norma de la filosofía, firmada por el profesor Gerardo Bolado y que se reproduce aquí con su amable autorización.
Este ensayo de
José Luis Moreno Pestaña es una sociología de la filosofía, inspirada
principalmente en Pierre Bordieu, Randall Collins, etc., que se aplica a la
interpretación del cambio experimentado por la filosofía oficial en España tras
la Guerra Civil, interesándose sobre todo en mostrar la alteración en sentido “escolástico”
del patrón filosófico orteguiano, gestada y establecida durante los años
cuarenta y cincuenta, y que sólo empezará a ser replanteada avanzados los años
sesenta, de manera ostensible en el debate sobre el lugar de la filosofía en el
conjunto del saber entre Manuel Sacristán y Gustavo Bueno.
En la
introducción, el autor caracteriza la norma orteguiana de la filosofía por su
vigorosa implantación institucional, el desbordamiento del entorno académico en
una influyente proyección socio-política, y, en fin, la trasgresión del canon
filosófico y la práctica de una filosofía abierta a las ciencias, a las
humanidades y, en general, al resto de los campos de la cultura. Y lo
contrapone a la norma “escolástica” de la filosofía que se impone en la universidad
española de los años cuarenta y cincuenta, sin más proyección que la académica,
y guardiana celosa del canon filosófico.
En el capítulo
primero, estudia las trayectorias de los filósofos (Santiago Ramírez, Juan
Francisco Yela, Alejandro Gil y Fagoaga, Gómez Arboleya, Juan Zaragüeta, Adolfo
Muñoz Alonso, Leopoldo Eulogio Palacios, Manuel Mindán, etc., hasta Ángel
González Álvarez, José Luis López Aranguren, etc.) que van a dominar la
filosofía universitaria y el Instituto Luis Vives de Filosofía, y que van a
excluir de la universidad el orteguismo y a transformar en sentido
“escolástico” la institución filosófica española tras la Guerra Civil. En esta
composición, el profesor Moreno Pestaña se ha basado en el punto de vista de
los autores dominantes en el período, y en el análisis de expedientes de
oposiciones, de expedientes de depuración política, y de registros
administrativos sobre asignaturas universitarias, etc., consultados en la
Fundación Ortega y Gasset, en el Archivo General de la Administración, y en el
Archivo Central del Ministerio de Educación; también en el análisis de
entrevistas a testigos de excepción, como Rábade, Garrido, etc.
En el capítulo
segundo, tomando como marco el debate de los años cuarenta entre Laín Entralgo
y Julián Marías en torno al concepto de generación, se presentan las
trayectorias de los filósofos orteguianos (Gaos, Zubiri, Marías) y de los
intelectuales falangistas (Laín Entralgo, Javier Conde, etc.), entre los que se
va a fraguar la crisis interna del proyecto de Ortega. Insiste de manera
especial en la contrapartida que representaron la figura y la obra de Xavier
Zubiri y sus seguidores en el período. El marco elegido y la atención
preferente a las figuras dominantes explican tal vez que no encontremos las
trayectorias de orteguianos como Antonio Rodríguez Huescar o Manuel Granell. En
este apartado se sirve también de biografías, como la de Zubiri, obra de Jordi
Corominas y Joan A. Vicens, o de memorias, como las de Laín Entralgo o Julián
Marías.
En el capítulo
tercero, se analiza desde el punto de vista de la estabilización del canon
filosófico, en la “escolástica” del período, la persecución de la figura y la
obra de Ortega por parte de los jesuitas Joaquín Iriarte, José Sánchez
Villaseñor y Juan Roig Gironella en los años cuarenta, por parte del dominico
Santiago Ramírez en los años cincuenta y por parte de Vicente Marrero en los
sesenta. Así mismo, se alude a la presión ejercida por el nacional-catolicismo
imperante sobre el orteguismo en la España de Franco. Y, en fin, se interpreta La idea de principio en Leibniz… (1947)
como “una devastadora crítica, a la par filosófica y política, del mundo
filosófico español” (p. 152), a la vez que aprovecha el concepto orteguiano de
“escolasticismo”, procedente del “§ 20. Breve paréntesis sobre los
escolasticismos” de la mencionada obra, para caracterizar la norma de la
filosofía, académica y cerrada, que se impone en los años cuarenta y cincuenta,
y que contrapone a la norma filosófica con proyección socio-política y abierta
al resto de las disciplinas y campos de la cultura, impuesta por la Escuela de
Madrid en los años treinta (p. 159).
En el capítulo
cuarto, se estudia el debate entre Manuel Sacristán y Gustavo Bueno en torno al
lugar de la filosofía desde el punto de vista de la caracterización de la norma
de la filosofía discutida en la obra. Presenta a Sacristán como un orteguiano
radicalizado, que no tiene arraigo institucional, pero si proyección
socio-política y una concepción abierta de la Filosofía, y a Gustavo Bueno como
un profesor asentado institucionalmente, académico, pero conservador
“heterodoxo“ del canon con una práctica filosófica en conexión con las ciencias
y consciente de su proyección ideológica. Desde el punto de vista de esta
caracterización sociológica del patrón filosófico, tanto Sacristán como Bueno conciben la
filosofía como un saber de segundo orden, en lo que “continúan y especifican el
proyecto de Ortega de hacer filosofía en diálogo con las artes liberales de
nuestro tiempo y construir totalizaciones precarias de los saberes
contemporáneos.
El pensamiento
metafilosófico de Bueno y Sacristán continúa pues una reflexión orteguiana
sobre cómo la filosofía debe asimilar los desafíos de las ciencias históricas.
Para Ortega la filosofía debía proporcionar una estructura conceptual clara a
dichas ciencias; esas ciencias debían ayudar a la filosofía a salir de un
comentario deshistorizado, al anacronismo de identificar (como “problemas
eternos”) como propios los problemas de coyunturas pasadas” (p. 207).
La obra se
cierra con un “Epílogo” en el que el autor conecta sus resultados con los
obtenidos por su compañero de trabajo e investigación, Francisco Vázquez, en su
obra de referencia para esta sociología de la filosofía, La filosofía española. Herederos y pretendientes. Una lectura
sociológica (1963-1990).
Se podrá
cuestionar el punto de vista polémico de esta obra, su caracterización
sociológica de la norma de la filosofía, habida cuenta de la extraordinaria
complejidad alcanzada por la institución filosófica en la primera década del
siglo XXI; así como la suficiencia de esta sociología, en general, para sacar
conclusiones relevantes desde el punto de vista de la filosofía y su
historia, o, más en concreto, para caracterizar
de manera adecuada la filosofía de Ortega. Pero me parece indudable que esta
aproximación sociológica a la ruptura de la norma orteguiana de la filosofía
que se produjo tras la Guerra Civil, de manera especial sus capítulos primero,
segundo y tercero, representa una aportación relevante para la historia de la filosofía española interesada en las
décadas de posguerra, los años cuarenta y cincuenta, que puede dar lugar a un
debate tan necesario, como fecundo, en torno a nuestra filosofía oficial durante
ese período.
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