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domingo, 29 de abril de 2012

Homenaje a Jacobo Muñoz


9:45. INAUGURACIÓN del acto a cargo del Decano de la Facultad de Filosofía, D. Rafael V. Orden Jiménez, y del Director del Departamento de Teoría del Conocimiento, Estética e Historia del Pensamiento, D. Mariano Rodríguez González

10:15. EPISTEMOLOGÍA Y METAFILOSOFÍA (modera Eugenio Moya)
Vicente Sanfélix (Universidad de Valencia)
Ángeles J. Perona (Universidad Complutense de Madrid)

12:30. TEORÍA CRÍTICA Y MARXISMO (modera Eduardo Maura)
José Luis Moreno Pestaña (Universidad de Cádiz)
Francisco Vázquez (Universidad de Cádiz)

16:15. CRÍTICA DE LA MODERNIDAD Y DE LA CULTURA (modera Germán Cano)
Sandra Santana (Universidad de Zaragoza)
Manuel Cruz (Universidad de Barcelona)

18:00. CLAUSURA del acto a cargo de D. Carlos Berzosa, ex-Rector de la UCM, y de D. Pedro Chacón Fuertes, ex-Director del Departamento de Teoría del Conocimiento, Estética e Historia del Pensamiento
18:30. Intervención final de Jacobo Muñoz

Organiza: Departamento de Teoría del Conocimiento, Estética e Historia del Pensamiento
Colabora: Facultad de Filosofía
Fecha: viernes 11 de mayo a partir de las 9:45am
Lugar: Sala de Juntas de la Facultad de Filosofía de la UCM (Ciudad Universitaria)
Tanto a Jacobo como a nosotros nos gustaría que pudieras participar en el acto y en los debates que tendrán lugar a lo largo del día. En caso de que te fuera imposible acudir, al comienzo del acto se leerán los nombres de todas y todos aquellos que hayan querido adherirse al acto con su firma.
Si surgiera alguna cuestión particular sobre el acto, no dudes en escribir a Eduardo Maura en el correo que encontrarás debajo de estas líneas.
Un cordial saludo,
Germán Cano (german.cano@uah.es), Eduardo Maura (emauraz@pdi.ucm.es) y Eugenio Moya (emoya@um.es)

jueves, 26 de abril de 2012

Presentación de Clio ante el espejo. Un socioanálisis de E.P. Thompson de Alejandro Estrella González





 El día viernes 4 de mayo a las 17.00 horas tendrá lugar en la en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla (Calle Pirotecnia, 41013) la presentación del libro Clío ante el espejo. Un socioanálisis de E.P. Thompson de nuestro compañero Alejandro Estrella González, recientemente publicado por la Universidad de Cádiz y la Universidad Autónoma Metropolitana de México. Alejandro Estrella González (Jerez de la Frontera, 1975) se formó en la Universidad de Cádiz y actualmente es profesor del Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana de México. A lo largo de su trayectoria se ha especializado en estudios de historiografía, de historia intelectual y de sociología de la filosofía.

En la presentación participarán:
Alejandro Estrella González, Profesor en el Departamento Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana de México.
Francisco Vázquez García, Catedrático de Filosofía en la Universidad de Cádiz.
José Luis Moreno Pestaña, Profesor de Filosofía en la Universidad de Cádiz.
María Francisca Fernández Cáceres, Doctoranda en la Universidad de Cádiz.
 
La interpretación de E.P. Thompson sobre el proceso de formación de la clase obrera en Inglaterra constituye un referente inexcusable de la historiografía contemporánea que ha desbordado las propias fronteras de la disciplina. Su apuesta por una concepción de la subjetividad como agente, a la par víctima y protagonista de su propia historia, ha captado la atención de especialistas de diferentes ciencias sociales. En este trabajo, Alejandro Estrella reconstruye el itinerario intelectual de E.P. Thompson que desembocó en su ya clásico The Making of the English Working Class, obra que narra el conflicto social a través del cual la clase obrera inglesa se forjó como sujeto histórico consciente. A partir de la técnica del socioanálisis, Alejandro Estrella vincula el itinerario intelectual de Thompson a su origen de clase, a la cultura política de entreguerras en la que éste se forja, a su toma de posición política durante la Guerra Fría y a su particular aprendizaje del oficio de historiador. Esta reconstrucción implica utilizar las herramientas que proporciona la historia social para comprender una etapa clave de la evolución de la propia historia social. Constituida entonces como un ejercicio de reflexividad, Clío ante espejo. Un socioanálisis de E.P. Thompson contribuye a arrojar cierta luz sobre el inconsciente colectivo del historiador.






martes, 17 de abril de 2012

Intervención de Franck Poupeau en Sevilla en el Seminario Pepe Gaos

Franck Poupeau estará con nosotros el en Seminario Pepe Gaos, el día 3 de mayo, a las 17 horas, en el aula principal  de la sede del Centro de Estudios Andaluces (CENTRA, C/Bailén, 50, 40001-Sevilla) para discutir la obra de Bourdieu Sur l'État, en cuya edición Franck Poupeau ha jugado un papel de primer orden. La conferencia de presentación se titulará: "Ni de un sitio ni de otro. El inconsciente del Estado colonial". La entrada será libre hasta el límite de plazas disponibles.

Sobre la izquierda intelectual española y Ortega. A propósito del texto de Jorge Costa

El texto anterior de Jorge Costa propone un excelente marco de trabajo. Me centraré en un punto lateral  para ofrecer un ordenación que puede ser de interés para nuestro proyecto. ¿Qué hacía dogmático al PSOE a los ojos de Ortega y cómo éste se encuentra influenciado por la realidad del socialismo de cátedra en Alemania y de figuras como Lasalle. El desdén respecto de los intelectuales fue típico de la tradición “pablista” (por Pablo Iglesias) del PSOE y juega un papel importante en la posición de Largo Caballero. Se parecía a la cultura comunitaria del SPD pero sin las figuras intelectuales que la mantenían y le otorgaban un gran prestigio. La cultura comunista española (“intelectuales cabeza de chorlito”, decía Pasionaria) heredará en ese punto mucho del “pablismo”. La comparación con el comunismo francés –véase el libro de referencia de Frédérique Matonti- se impone Centrémonos brevemente en este punto. La primera generación de grandes intelectuales marxistas (Labriola, Kautsky, Plejanov, Mehring... Unamuno, como dice Perry Anderson, pudo haber sido uno de ellos, pero Don Miguel era de querencias cambiantes) no encuentra correspondiente en España. La segunda generación tampoco (Lenin, Bauer, Mehring, Luxemburg) aunque en ésta puede contarse, no como intelectual marxista pero sí socialista que conoce y discute bien a Marx -por no hablar de su disección temprana de los efectos del leninismo- a Fernando de los Ríos. Esa figura es central para comprender un pensamiento no marxista pero de izquierdas y con mucho fuste intelectual, en un gran filósofo como Gaos. Debe explorarse esa izquierda, en buena medida orteguiana, para comprender las posiciones y los cambios políticos e intelectuales de Don José. En el  otro gran caso de izquierda orteguiana, María Zambrano, la reflexión surge de una profundización y una crítica de una tradición unamuniana y, en cualquier caso, de la indigesta -y hasta letal- visión de España que legó el 98. El magnífico capítulo de Juan Carlos Rodríguez sobre Baroja y El árbol de la ciencia en La norma literaria ayuda a comprender con un escalofrío de qué era un precursor Andrés Hurtado, un personaje tan central en el imaginario español. La tercera generación, la del marxismo occidental, comenzada por Lukács (que incluye a Adorno y Althusser y al más grande de todos Antonio Gramsci), tampoco: aunque podríamos colocar en ella a Jorge Semprún y a Fernando Claudín. Hay que esperar a la cuarta generación para que aparezcan grandes –no solo desde parámetros nacionales- intelectuales como Carlos Paris, Gustavo Bueno y Manuel Sacristán. Es un marxismo, nacido como en Della Volpe de una primera socialización  fascista (véase el trabajo de Francisca Fernández) y también orteguiano. Ese marxismo, ya está directamente conectado con la tradición universitaria (no sólo, en el caso de Sacristán, en que va unido también a la militancia política activa),  conoce la crisis y el desmigajamiento de la tradición. La escuela alrededor de Ibáñez es fundamental en esta generación: el orteguismo zubiriano de la sociología cualitativa española es más que evidente. El libro de Paco Vázquez contiene un ordenación generacional de la vida filosófica del marxismo en España. Hay que aclarar, que sin marxismo y sin comunismo, la tradición de izquierda sigue y produciendo figuras de primer orden, ya sí, con reconocimiento internacional: Manuel Castells es un ejemplo.
Como puede verse toda la izquierda intelectual española, se define respecto a Ortega: es el Sócrates español, decía el joven Sacristán. Esto desaparece en la generación de Castells, Jacobo Muñoz, Juan Carlos Rodríguez, Francisco Fernández Buey, Juan-Ramón Capella, Gabriel Albiac…
Aprecian a Ortega, fundamentalmente, los sacristanianos como Jacobo Muñoz y escribirán sobre él más tarde. La relación de Rodríguez con Ortega, la proclamada y la real, es más peculiar y merecería un estudio monográfico. A ver si Pepe Bellón se anima.  

lunes, 16 de abril de 2012

Conflictos entre disidencia política y exigencia intelectual: el caso de José Ortega y Gasset

Publico los apuntes para la comunicación del mismo título presentada en el IX Congreso ALEPH el pasado miércoles 11 de abril en Cádiz. Por ser un recurso destinado a la exposición oral, quizás resulten chocantes algunas expresiones y la ausencia de citas. La publicación por escrito será revisada e incorporará más contenido, particularmente filosófico.
En primer lugar, convendría aclarar el uso que voy a dar a los términos “disidencia política” y “exigencia intelectual”. Por “disidencia política”, parece más claro, se entenderá el compromiso con posiciones opuestas al polo dominante en un contexto histórico-político determinado. La “exigencia intelectual” supondrá, en un estado de un campo intelectual dado, la capacidad de manejar los recursos que son considerados legítimos y prestigiosos y producir efectos en el mismo, gozando del reconocimiento de los pares, particularmente de los pares más consagrados. No puedo detenerme en los criterios para medir ese reconocimiento, que es siempre revisable, pero daré por hecho e iré mostrando cómo Ortega, en 1914, disfrutaba de él. Aquí hablaremos, en el marco de la crisis de la Restauración en la España de principios del siglo XX, de la trayectoria política e intelectual de Ortega que, al menos por un tiempo, compatibilizó, con dificultades, las dos posibilidades que he esbozado anteriormente. Es importante insistir en que el conflicto entre estas dos posiciones que aquí planteamos no se resuelve de la misma manera en distintos momentos de la vida de Ortega. De hecho, se podría jugar con las diferentes posibilidades que ofrece el binomio político-intelectual para tratar de iluminar distintas fases de su biografía. Así, podría hablarse de disidencia política sin exigencia intelectual (o con ésta en un segundo plano) durante el período de actividad parlamentaria de la Agrupación al Servicio de la República, en 1931 y 1932. O, a la inversa, de exigencia intelectual sin disidencia política a partir de ese mismo año, incluyendo, con matices, la Guerra Civil y el primer franquismo. Sería difícil, en cambio, para el caso de Ortega, más allá de su juventud temprana, hablar de ausencia de compromiso político e intelectual. En todo caso, podría decirse que la Guerra Civil y el exilio en Argentina supusieron un grave deterioro de las condiciones en que Ortega venía desarrollando su proyecto filosófico y, con ello, de la posibilidad de mantener cierto nivel de exigencia intelectual.

¿Cuáles son las condiciones sociales del compromiso político asociado a la exigencia intelectual en este período?

No cabe duda de la existencia de una doble barrera de acceso: clase social y género. Sólo a partir de 1910 se regula por ley el acceso de la mujer a la universidad en las mismas condiciones que los hombres y, aún en 1930, sólo el 3’8 % de las mujeres españolas pasaban de la escuela primaria. Respecto a lo primero, basta señalar que los recursos económicos y simbólicos que eran condición de acceso al campo intelectual están muy desigualmente distribuidos en este período, como se observa en las trayectorias que he podido reconstruir hasta ahora.
En segundo lugar, existen una serie de espacios de sociabilidad e instituciones en la España de la época que soportan y alientan este doble compromiso. Es importante distinguir entre ambos elementos, aunque en ocasiones vayan de la mano. Entre los primeros se pueden contar las tertulias, los banquetes-homenajes, los mítines políticos, una campaña electoral, el proyecto de la Escuela Nueva socialista, las reuniones y debates del Ateneo de Madrid, las estancias en el extranjero como pensionados por la Junta de Ampliación de Estudios, o las clases de doctorado de Giner de los Ríos en la Universidad Central de Madrid. Entre las instituciones podemos contar la Institución de Libre Enseñanza, el propio Ateneo de Madrid, la Junta de Ampliación de Estudios, la Residencia de Estudiantes, los partidos políticos que forman parte de la breve coalición republicano-socialista de 1909, algunas revistas y periódicos, la Universidad en expansión y, en general, un Estado que mantiene un funcionariado público relativamente independiente de los vaivenes políticos y al que se accede por oposición. Veamos cómo se materializa la influencia de estos elementos en la trayectoria de Ortega.
Ortega nace en 1883, en el seno de una familia de la burguesía liberal de Madrid, muy bien relacionada: su padre, además de escritor de cierto renombre, fue director de El Imparcial, uno de los principales periódicos liberales, que era propiedad de la familia Gasset. Uno de sus tíos, Rafael Gasset, fue varias veces diputado en las Cortes de la Restauración, llegando incluso a ministro. También encontramos importantes vínculos con la Institución Libre de Enseñanza en el seno familiar. En definitiva, José Ortega y Gasset crece muy familiarizado con el entorno político y cultural liberal de finales del siglo XIX. Retomando los parámetros señalados anteriormente: varón perteneciente a una burguesía liberal con inquietudes intelectuales.
En 1902, a la vez que se licencia en Filosofía y Letras en Madrid, publica su primer artículo en El Faro de Vigo. Tres años después, tras doctorarse, Ortega emprende su primer viaje a Alemania, con el apoyo económico de su familia. La Junta de Ampliación de Estudios aún no existe y, aunque ya se habían dado algunos pasos para enviar al extranjero a estudiantes y profesores españoles para mejorar su formación, las pensiones de estudios no están regularizadas: costearse una estancia en Alemania no era cosa fácil, ni siquiera para un joven procedente de una familia con semejante capital económico y cultural. Más allá de los vínculos personales que puedan establecerse en estos viajes de estudios, que son determinantes para comprender las trayectorias intelectuales y también institucionales de muchos de estos miembros, es interesante comprobar cómo la estancia en el extranjero es una experiencia común fundamental (en su doble sentido: “que sirve de fundamento o es lo principal en algo”, en este caso, en una trayectoria, al abrir un nuevo espacio de posibilidades) para un determinado grupo de jóvenes que luego se presentará y representará socialmente como generación. Zulueta y Castillejo, por ejemplo, están en Alemania ese mismo año.
Detengámonos en este punto: ¿qué papel juega esa alquimia generacional en la trayectoria política e intelectual de Ortega y de este grupo de jóvenes? La distinción de Karl Mannheim entre posición, conexión y unidad generacional arroja luz al respecto. En la sociedad española de la época era evidente que estos jóvenes formaban, por tener un origen social y unas experiencias vitales similares, un grupo bien diferenciado de otros jóvenes que, sin embargo, compartían con ellos el hecho de serlo biológicamente: es decir, una posición generacional. Y eso dejando a un lado las muy razonables dudas que plantea el incluir en un mismo grupo social a Ortega y a un campesino que empieza a trabajar con 6 ó 7 años en el campo. En cualquier caso, este ambiente común, que dota de sentido a lo que Mannheim denomina “conexión generacional”, no basta para conformar un “grupo concreto”, en el sentido de una forma de asociación con un proyecto consciente de intervención en el mundo social. Este “grupo concreto” sería la “unidad generacional”.
Pero habíamos dejado a Ortega estudiando en Alemania… Aún no se puede hablar de “unidad generacional”. De hecho, Ortega se siente tremendamente solo en el extranjero y apenas tiene corresponsales españoles, más allá de su círculo familiar. ¿Cómo se va conformando ese grupo que, en 1914, suscribirá con entusiasmo el panfleto titulado Vieja y nueva política?
En 1906, Ortega vuelve a Alemania, esta vez con pensión del Ministerio de Instrucción pública y con Marburgo como objetivo, para estudiar el neokantismo. Se dedica con ahínco a su formación científica, no sólo filosófica y, pese a que entonces afirma que “en la España de su época no hay derecho a ser sólo periodista o sólo filósofo, metido cada uno en lo suyo”, ya empieza a hacerse presente esa contradicción que le acompañará toda su vida: un proyecto filosófico heterodoxo que le supondrá numerosas críticas y, sin embargo, será a la vez una de las fuentes más importantes de su originalidad y potencia intelectual. A su regreso de Alemania, Ortega comienza a publicar artículos asiduamente en el periódico familiar y crea una nueva revista, Faro, con apoyo económico de su tío, entre otros. Mantiene polémicas con Gabriel Maura, Maeztu, Azorín, Unamuno… Participa en las tertulias y seminarios del Ateneo, donde da su primera gran conferencia. Sus intercambios epistolares se hacen más amplios y, poco a poco, se va haciendo un nombre entre los intelectuales españoles de su tiempo, particularmente entre los de su edad, que comienzan a verlo como un referente. Mientras tanto, comienza a trabajar como profesor en la Escuela Superior de Magisterio de Madrid gracias a las recomendaciones de familiares y amigos y, un año más tarde (1910), gana la cátedra de Metafísica en la Universidad Central, esta vez por oposición. También en este sentido será un referente para muchos de sus coetáneos, que acudirán a él en busca de mediación para obtener pensionados, publicaciones, cátedras… El capital social de Ortega se suma al capital cultural, cultivado intensamente durante sus estancias en Alemania y ampliamente rentabilizado a su regreso a Madrid. Habría aún una tercera estancia en Marburgo, ahora sí con una pensión de la Junta de Ampliación de Estudios, pero nos interesa más centrarnos en la evolución de la posición política de Ortega hacia la cristalización de un programa generacional.
Ya desde su estancia en Alemania, Ortega coquetea con el socialismo y, después de los sucesos de la Semana Trágica (1909), se aproxima a dos de los principales partidos de la conjunción republicano-socialista: el PSOE y el Partido Republicano Radical de Lerroux. Pero no termina de encontrar acomodo en ellos: ve un enorme potencial lastrado por el dogmatismo socialista, por un lado, y la demagogia de Lerroux, por el otro. Otros partícipes de la “conexión generacional” tienen las mismas dudas, aunque con distintos grados de compromiso. Entre 1912 y 1913 se abre una nueva posibilidad en el campo político: el Partido Republicano Reformista de Melquíades Álvarez asume la accidentalidad en la forma de gobierno defendiendo a la vez la necesidad de romper con el turnismo. El mismo año de 1913 se publica el manifiesto de la Liga de Educación Política Española, redactado por Ortega: es la cristalización del programa político de la “unidad generacional” de la que antes hablábamos.

Una política en clave generacional

La posición política de la Liga de Educación Política pasa por un liberalismo social y apuesta por la pedagogía como práctica para alcanzar la modernización cultural, técnica y económica de España. Por otra parte, afirma la intención de hacer Política con mayúsculas, renunciando a las tradicionales formas de “la captación del gobierno” para dedicarse al “fomento de la vitalidad de España”. Respecto a su relación con los partidos políticos, subraya su simpatía por el potencial modernizador del socialismo a la vez que critica su dogmatismo; pero, sobre todo, destaca su proximidad con el reformismo. Por último, no pretende dirigirse a las masas, sino que considera “lo primero fomentar la organización de una minoría encargada de la educación política de las masas”.
Me parece que el concepto de hegemonía y bloque histórico de Gramsci podría ayudarnos a interpretar la apuesta política que aquí se presenta. Si nos preguntamos por qué se asocia este programa político a la cuestión generacional surgen tres respuestas. En primer lugar, porque la apelación a la generación permite movilizar un sentimiento de pertenencia que difícilmente podía expresarse de otra manera dadas las características de los componentes del grupo: alejados intelectualmente de la élite del turnismo y del dogmatismo socialista y republicano, y con unas condiciones materiales de vida igualmente distintas a las de la burguesía y aristocracia rentistas y a las de las clases populares (y también, por cierto, a las de los intelectuales de otra generación, salvo quizás en Cataluña). Así se entiende el llamamiento a “los nuevos hombres privilegiados de la injusta sociedad –a los médicos e ingenieros, profesores y comerciantes, industriales y técnicos–”. En segundo lugar, la representación del cambio político en términos generacionales compite con la división del mundo en clases sociales; de igual forma que un programa político que pretende armonizar los intereses de los distintos grupos sociales que componen una nación en aras de su modernización (otra vez lo nuevo, lo actual), compite con la lucha de clases como motor de la historia y el socialismo como horizonte. En tercer lugar, y en esto consiste el intento de configurar un bloque histórico de cara a una acción política futura, el discurso generacional de renovación, por la propia ambigüedad del concepto de generación en su uso cotidiano, acompañado de guiños a otros grupos sociales, permite presentar los intereses particulares –propios de la perspectiva compartida por la “unidad generacional”– como intereses nacionales que deberían ser asumidos por toda la sociedad o, al menos, conectar con un sector mucho más amplio.

Conclusión

Mi hipótesis es que hay elementos significativos de este proyecto de construcción de hegemonía, que persisten en los esquemas de percepción y en las formas de entender la participación política, para la mayoría de los componentes de esta “unidad generacional” a lo largo de su vida. Más allá de la concreción de su militancia o de su renuncia a participar en diferentes partidos, sindicatos, asociaciones, etc. Este proyecto tiene su primera materialización en la LEP y se fue forjando, como he tratado de mostrar mediante las notas biográficas sobre Ortega, en los años anteriores, a través de experiencias vitales comunes, soportes institucionales y espacios de sociabilidad compartidos. Es decir, que desde esta perspectiva se observaría una afinidad entre una serie de trayectorias personales, que no obstante sólo podrían explicarse combinando otros factores. Por ejemplo, la filosofía y la producción de Ortega como especialista, la resolución del conflicto entre la vocación literaria y política de Manuel Azaña, o las posiciones institucionales de ambos en el Ateneo y la Universidad.
La LEP, como asociación, tuvo una corta vida. De hecho, es probable que muchos de los firmantes no llegaran a reunirse ni una sola vez. Pero sus efectos en el campo político fueron muy intensos a medio y largo plazo: fue el trampolín de acceso de un nutrido grupo de intelectuales a puestos de cierta responsabilidad política, transformando las carreras de muchos de ellos, como la de Manuel Azaña, y, por supuesto, transformando también las reglas del propio juego político. Para la mayoría fue el primer paso decidido hacia un compromiso político organizado y, con ello, la revelación del conflicto entre disidencia política y exigencia intelectual. Azaña lo expresa muy bien en sus observaciones acerca de la ruptura de Ortega con el reformismo y el papel de los intelectuales procedentes de la LEP en las reuniones del comité nacional del partido: “La mayoría de los que a ellas asisten conocen la política de oídas o por lo que leen en los libros, con lo que todo se reduce a torneos en los que cada señor va a demostrar que es más culto, más ingenioso y más elocuente que los otros”, mientras que “los políticos están en contra de Ortega”, que defiende que la menor aproximación a Romanones “nos desprestigia ante la opinión pública y nos anula como fuerza política”. Oposiciones similares pueden, a veces, explicar lo que ocurre en departamentos de facultad o en disputas literarias mejor que clasificaciones escolásticas entre tradiciones intelectuales. O, por qué no, lo que ocurre en asambleas de movimientos sociales o en partidos políticos mejor que la división izquierda-derecha. Son la eficiencia y el pragmatismo frente a la búsqueda de la verdad. O en su cara oculta: la política de expertos y el maquiavelismo frente a la lógica de la distinción y el elitismo, ya sea intelectual o de otro cuño.

sábado, 14 de abril de 2012

Miércoles 18 de abril: Javier Muguerza y Miguel Ángel Quintanilla participan en el ciclo "Democracia y Filosofía" celebrado en Cádiz



Los filósofos españoles Javier Muguerza y Miguel Ángel Quintanilla participarán el próximo miércoles 18 de abril a partir de las 13 horas en el ciclo
"Democracia y Filosofía", organizado por las áreas filosóficas de la Universidad de Cádiz, con participación del proyecto FFI2010-15196.
El acto se celebrará en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz.
Ábrirá la sesión el profesor Miguel Ángel Quintanilla, que presentará la nueva edición del Diccionario de Filosofía Contemporáneo. Dirigida por el propio Quintanilla y editado por primera vez en Sígueme (1976), esta obra constituyó un acontecimiento fundacional en la "transición filosófica" española. En la redacción de sus artículos colaboró lo más granado de la entonces joven filosofía española (Eugenio Trías, Javier Muguerza, Fernando Savater, Jacobo Muñoz, Valeriano Bozal, Javier Sádaba, Ramón Vargas-Machuca, etc..).
Javier Muguerza, por su parte, impartirá la conferencia titulada “Adolfo Sánchez Vázquez y el pensamiento utópico”, donde glosará la figura del pensador mexicano recientemente desaparecido y doctor honoris causa por la Universidad de Cádiz

lunes, 2 de abril de 2012

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Mardi 10 avril 2012





Présentation et discussion des travaux de

Louis Pinto



par

José-Luis Moreno Pestaña



En présence de l’auteur







La Théorie souveraine

Les philosophes français et la sociologie au XXe siècle


« La philosophie ne voyage point », déplorait Jean-Jacques Rousseau. La découverte d’autres cultures lui semblait procurer un indispensable dépaysement et une idée élargie de l’humanité. Or, depuis l’époque des Lumières, les sciences de l’homme ont connu un développement considérable que les philosophes en France n’ont pu ignorer. La sociologie en particulier, issue avec Durkheim de la discipline philosophique, n’a cessé d’être présente à leur esprit. Mais on ne peut analyser le problème qu’elle a posé à la philosophie depuis plus d’un siècle sans envisager ce que la pensée la plus théorique doit à des traditions, à des hiérarchies intellectuelles, à des découpages disciplinaires. Quatre périodes ont été étudiées ici, entre les années 1900 et les années 1970 : la première, marquée par le débat sur le durkheimisme ; la deuxième, dominée par la phénoménologie ; la troisième, placée sous l’emblème du structuralisme ; et la dernière, sous l’emblème des rapports entre politique et philosophie, savoir et pouvoir. Au lieu de recenser ou d’encenser, comme on le fait trop souvent, les pensées d’auteurs prestigieux qui ne manquent pas ici (Durkheim, Husserl, Sartre, Merleau-Ponty, Lévi-Strauss, Foucault, Bourdieu, Deleuze, Derrida, etc.), Louis Pinto s’est donné une autre tâche : celle de comprendre comment les stratégies des philosophes commandées par leur position et leurs ressources dans le champ philosophique ont favorisé l’invention d’instruments conceptuels, parmi lesquels l’antinaturalisme et l’antiobjectivisme. On est ainsi conduit à voir tout autrement les philosophes aussi bien que leurs discours.



La vocation et le métier de philosophe. Pour une sociologie de la philosophie dans la France contemporaine


La sociologie, loin de réduire les pensées les plus originales à des structures sociales impersonnelles, n'ignore ni la portée des innovations ni la valeur des idées, mais envisage les philosophes pour ce qu'ils sont : des hommes comme les autres, dotés d'intérêts et d'attentes qui, bien que spécifiques, ne tombent pas du ciel des idées pures. La première des tâches est de comprendre comment, en France, une doctrine pédagogique, un apprentissage scolaire, des exercices comme la dissertation, un art oratoire contribuent à structurer les esprits et à garantir le statut philosophique des discours. Pour autant, la diversité croissante des manières d'être philosophe dans la période contemporaine n'est pas un simple leurre : le penseur original, le maître de khâgne, l'érudit, la vedette médiatique semblent bénéficier d'un même titre de noblesse intellectuelle. Ce livre ne propose ni panorama, ni manifeste, ni plaidoyer, mais des instruments d'analyse pour comprendre l'obscur engendrement des idées et le pouvoir de séduction que certaines d'entre elles semblent posséder. Alors que la philosophie est devenue le lieu où s'affrontent plus que jamais des définitions sensiblement opposées de ce qu'elle est et prétend être, la sociologie peut favoriser à sa manière ce regard réflexif auquel les philosophes auraient mauvaise grâce à se soustraire puisqu'ils sont les premiers à en revendiquer, sinon l'urgence, du moins les mérites.



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