El 5 de noviembre participaré en una mesa redonda sobre los 25 años de la revista Daímon. He aquí el texto sobre el que apoyaré mi intervención.
Introducción
Se me invitó a
este acto pidiendo una mirada de sociólogo de la filosofía. Lo cual me genera
dos problemas: el primero, este acto es una conmemoración. Mi experiencia, con
la sociología de la filosofía es que, cuando se practica mínimamente en serio, puede
resultar irritante. Lo menos que uno desea ser cuando le invitan a una
conmemoración es resultar irritante.
Desgraciadamente,
no existen otras razones para invitarme. Es verdad que soy miembro del Comité
de Daímon como editor de Antropología.
Obviamente hay muchos más editores y, quizá, alguno tenga un testimonio más
veraz, más implicado y más sabio, en el desarrollo de la revista.
El segundo
problema consiste en que, lisa y llanamente, una intervención de 20 minutos
proporciona poco tiempo para describir el lugar de Daímon en el campo de las revistas de filosofía españolas. Pero, lo
peor de todo, es que no he tenido tiempo para hacer lo que tenía que hacer.
Así que cumpliré
mi encargo a medias. Esta intervención les propondrá unas notas acerca de cómo
analizar una revista de filosofía. Y, bueno, algo diré sobre Daímon, que al menos sirva para
justificar el honor que me hacen al invitarme.
La primera
cuestión importante que podría tratarse sería el lugar de la revista en el conjunto
nacional o internacional en el que se inserta. Existen indicadores
significativos: qué revistas se citan, qué revistas no, que libros se reseñan,
cuáles no, cuales son las propiedades de los que reseñan y de los reseñados.
Podría hacerse
también una historia del consejo de redacción, de sus componentes, de las
relaciones de fuerzas internas al mismo, de su evolución.
Y evidentemente,
todo ello, debe construirse con arreglo a los movimientos del propio universo,
con interlocutores relevantes siempre específicos y en transformación, en el
que se desenvuelven los productores. Subrayo lo de los interlocutores
específicos. Debemos separar los interlocutores específicos y los proclamados.
Los interlocutores proclamados son aquello que se considera legítimo exhibir en
público. En ocasiones aquellos que la propia conciencia, con total sinceridad,
considera legítimo exhibirse a sí misma. Entre intelectuales los interlocutores
proclamados son, casi siempre, los consagrados el la panteón de ilustres. Los
reales, aquellos a los que se hacen guiños de acuerdo o se envía un codazo de
desacuerdo, son otros.
Modalidades de discurso filosófico
Quisiera proponer
un esquema que atendiese a otra regla de comprensión de los productos
filosóficos. Con esta pretendo afinar más en cuanto a la descripción del
productor filosófico y de los marcos discursivos en los que intenta ejercitar
su creatividad. Esos marcos, por lo demás, no son exclusivamente discursivos
sino que se conectan, en líneas generales, con procesos de consagración
institucional y de reconocimiento de los pares.
Es decir, una
persona puede tener tendencia a escoger uno u otro de los marcos discursivos en
función del momento en el que se encuentra en su carrera o, incluso, pueden
convivir en ella, en su carrera, varios marcos.
En un primer
momento podemos distinguir una argumentación filosófica que se apoya en
materiales producidos al margen de la propia tradición filosófica. Así, por
ejemplo, obtenemos una filosofía que se apoya sobre o produce argumentos lógicos,
experimentales o históricos. Los primeros no necesitan mayor descripción aunque
debo recordar que, por ejemplo, en torno a la epistemología y la ontología de
las matemáticas se han curtido algunos de los problemas filosóficos más
relevantes. Los segundos, son los de los saberes, que ocupan una geometría
variable en varias disciplinas (raramente una disciplina es completamente
experimental), capaces de controlar las condiciones iniciales de los hechos que
estudian. El problema de la relevancia de los hechos de laboratorio ha surtido
un enorme grupo de problematizaciones filosóficas. La importancia de la
fenomenología de Merleau-Ponty (construida en dialogo estrecho en informado con
el laboratorio) en la neurofisiología actual, la recuperación incluso del
propio Freud, en fin, las reflexiones de Canguilhem o de Laín Entralgo,
testimonian que no es una tradición filosófica despoblada ni irrelevante. El
tercer tipo de argumentos son los referidos a las ciencias históricas, ciencias
que, desde Dilthey, interpelan un enorme grupo de pensadores, e incluso de
productores de argumentos históricos.
Posteriormente
encontramos un conjunto muy importante de argumentos de otro tipo. Son
argumentos que se identifican como filosóficos por apoyarse en el corpus de la
propia tradición y cuyo contacto con lo real es tejerse en una red de
comentadores. Estos argumentos son hegemónicos en la filosofía española, al
menos hasta hace diez años. Ahora habría que matizar mucho porque los tiempos
están cambiando. El problema no es que se ocupen de textos. Sobre ellos, y
desde el Tratado Teológico-Político,
tenemos múltiples elementos para una lectura racional (Spinoza hablaba de un
método natural de exégesis) de los textos. Lo importante es otra cosa: un autor
se cualifica como filósofo por tratar de tales textos y por hacerlo tratándolos
como algo poco natural, que se puede interpretar como cualquier otra producción
humana –grosso modo, tal era la recomendación de Spinoza.
Un primer tipo de
comentadores se inscriben alrededor de un autor y se identifican precisamente
por referencia al mismo, al que describen, comentan, desarrollan y consagran.
Los números de revista con referencia exclusiva a un filósofo suelen mostrarse
receptivos con este tipo de ejercicios. Tales comentarios permiten al aspirante
a filósofo lograr una comunidad de recepción de sus trabajos y, si tiene
suerte, conectarse con una red institucional, publicitaria e intelectual.
Un segundo tipo
de comentadores practican la polémica filosófica desde su autor de elección. Nótese
que esta posición, excepto que suceda trayectorias muy peculiares, supone haber
incorporado la anterior, haberse empapado de un filósofo y, desde su prisma,
conversar con todos los demás. El filósofo puede ser Marx o Quine. Una variante
algo más arriesgada es cuando Marx o Quine sirven para interrogar
acontecimientos extradiscursivos. Así encontramos una lectura quineana del
liberalismo o una lectura marxista y hasta quineana (se me ocurre un
posibilidad...) de los estatutos de un partido o de la reforma del DSM-IV. Esta
posición atrae, a menudo, agentes aparentemente extraacademicos y deseosos de
captar públicos, o de satisfacer la demanda de estos, al margen de los
circuitos universitarios.
Daímon ha publicado 62 números y tres extras.
Puede ser que estos dos tipos de ejercicios filosóficos tengan especial cabida
en dieciséis de sus números, dedicados específicamente a un autor. Obviamente
todo esto debería matizarse pues, a menudo, tratar sobre un autor no equivale a
un simple comentario. No es raro que, por ejemplo, sirva para tratar problemas
de las ciencias formales, experimentales e históricas. Al respecto, recuerdo el
primer número de Daímon que devoré,
con veinticinco años. Fue el número once y un vistazo al índice y a los textos
permite comprender lo importante que fue para lo que yo ahora hago. Aunque sea
un número consagrado a un autor existen dificultades para clasificarlo. Podría
entrar dentro de los comentarios de autor, de las confrontaciones entre autores
o cobrar sentido dentro de un trabajo continuado de preocupación por las
ciencias históricas. Lo mismo cabe decir de un número en el que Eduardo Bello (a quien conocí poco pero lo suficiente para comprender que se le admire y se le quiera tanto) me invitó a participar, este dedicado a Merleau-Ponty.
Una última
variante integra a todos los filósofos en una corriente universal de
pensamiento en la que sorprende idénticas preocupaciones. Esta corriente, muy
productiva para el irenismo espontáneo de los proyectos docentes para
oposiciones de filosofía (y de los manuales que de ellos resultan),
permite el diálogo sin aristas entre proceso de pensamiento muy alejados
y extraños entre sí. Así dialogan la preocupación por el poder de Maquiavelo
y la de Foucault se compruebe o no una continuidad de problemas comunes
o, más modesta y prosaicamente, de lecturas del segundo respecto del primero. Spinoza hablaba de un comentario especulativo (ejemplificado por Maimónides) que releía violentamente los textos, en función de los propios intereses. Desde entonces, y se le conceda el valor intelectual que se le conceda, el mundo del comentario es, en buena medida, el de la asociación libre.
Discurso y modalidades de consagración
Pero las
comunidades de lectores de textos, como las de los filósofos que producen (o
que reflexionan sobre) argumentos lógicos, históricos o experimentales se
encuentran jerarquizadas entre sí. Quien interpreta un proceso empírico no es
idéntico a quien lo divulga o a quien lo convierte en un marco de reflexión al
que accede de segunda mano. Pero las jerarquías, cuando se trata de discutir
sobre argumentos, son más volátiles, menos fijas. Una persona puede mostrar una
epidemia de enfermedades mentales transitorias (por utilizar el concepto
de Ian Hacking) comenzó antes; o como el concepto de enfermedad mental
transitoria tiene problemas lógicos, experimentales o históricos. De ese modo,
aunque sea un receptor alejado del centro de la red de debate puede acceder a
este fácilmente, porque tales argumentos se apoyan en un corpus claro de
teorías y de base empírica. Sé que la sociología de las ciencias encontrará mis
argumentos ingenuos y deberían matizarse mucho. Debe notarse, ya digo a primera
vista, la ausencia de muchos artículos en Daímon
de este tipo. Aunque sin duda existen, fundamentalmente alrededor de problemas
políticos. Problemas de las ciencias experimentales quizá son más escasos. Son
diecinueve los números de Daímon
dedicados a temas, donde el simple comentario de autor tiene más difícil su
acogida.
Pero volvamos a
la vinculación entre la producción filosófica y las jerarquías de lectores. No
sucede lo mismo con los comentarios de autores. Como estos varían en función de
las coyunturas intelectuales, existen países promotores de autores, o de
lecturas de los clásicos, y países receptores de tales promociones. En fin, las
revistas o las comunidades intelectuales se confrontan, aunque puede haber
pactos, en función de qué se importa desde la metrópoli. Además no se importa
igual desde un centro intelectualmente dominante que desde un centro
intelectualmente dominado. El dominante codifica a lo importado con sus propias
categorías, mientras que el dominado recoge mucho más receptivamente los
productos de los países importadores.
Insisto en que el
modelo propuesto no describe de manera excluyente tipos de autores, ni tipos de
revistas, sino que en un mismo autor pueden conciliarse diferentes modos de
practicar la filosofía. Eso ayuda a comprender cómo, confrontadas a un mismo
texto, las personas raramente lo leen igual. Los textos filosóficos son
esencialmente polifónicos porque en ellos conviven tipos distintos de
filosofía. Sucede lo mismo en los autores y, por supuesto, en las
revistas.
Daímon y los problemas del presente: sobre el fin de la historia de la filosofía
Para acabar dos
consideraciones rápidas.
La primera es
que, si mi esbozo de análisis es correcto, los números consagrados,
exclusivamente, al comentario de autores han ido decreciendo. Lo segundo es que
Daímon es una revista de canon
abierto, donde concurren problemas literarios, científicos y donde los autores
suelen ser comentados con libertad y sin excesivo academicismo. De hecho,
diría, pero es una observación particular, que el academicismo aumenta con los
jóvenes. Yo interpreto esta evolución como un síntoma de una mayor libertad
intelectual y, en general, de maduración de los que escriben y de sus
interlocutores, en suma, del campo. Quien es menos libre tiende a ser más
rígido. Por eso, en la filosofía y en todos los campos (ya sea el mundo del
consumo o de la política) no encuentra uno gente más ortodoxa, con mayor
propensión a la actividad policial, que los jóvenes.
En segundo lugar,
Daímon se enfrenta a un problema
doble, que tiene que ver con la evolución del mundo filosófico. La crisis de
puestos ha exacerbado, en las generaciones más jóvenes, la concurrencia
desenfrenada, la especialización y el academicismo. Esto implica el cultivo de
nichos académicos hiperspecializados, que se vigilan celosamente, imitando,
pero solo imitando, la especialización de las ciencias duras, las formales o
las experimentales. La imitación es falsa. En filosofía y en ciencias humanas
no se produce, incluso cuando se argumenta históricamente, una acumulación estable
dentro de un paradigma. Cuando este se impone, lo hace de manera coactiva.
Consideremos o no valioso el género del comentario de textos filosófico, por lo
demás, y aquí voy al nuevo academicismo, cuando este desaparezca se volatilizará
buena parte de la cultura histórica en filosofía. Y creo que cabe preocuparse,
de que en la formación de los jóvenes filósofos, tienda a desaparecer una formación
generalista, de buen manual, de la historia de la filosofía. Sin buenos
manuales que construyan un mapa, los problemas académicos del presente se
imponen sin ninguna capacidad de distancia. Como si fueran los problemas de las
ciencias con un solo paradigma, el resultado de una evolución racional del espíritu
humano y no de simples modas intelectuales de los centros dominantes de poder
cultural.
La historia de la
filosofía ayudaba a prevenirse contra estas. Aunque solo fuera por eso jugaba
un enorme rol científico, de comparación de contextos y problemas. El
academicismo, y su correspondiente vigilancia ansiosa de fronteras y de
prospección en el interior de las mismas, se entretiene en la mínima
innovación, como si estuviese atendiendo a resultados de alguna tecnología de
punta, que concita todos los intereses de una vanguardia científica.
Que ese
imaginario sea una transposición intelectualmente ridícula no quiere decir que
no sea activo. La falta de importancia de la historia de la filosofía en los
nuevos investigadores lo facilita. Para mí es un peligro. La filosofía y, en
general las ciencias humanas, no contienen la historia de problemas caducados,
cuyas enseñanzas se han integrado en la marcha triunfal de un exclusivo marco
teórico y de tratamiento de los problemas. La filosofía, y en general las
ciencias humanas, contienen la historia de actos localizados de conocimiento,
que siempre miran a un contexto. Pero como un contexto, una situación, puede
permanecer durante siglos (al menos en alguno de sus rasgos), puede que sea
absolutamente contemporánea. Sin cultura histórica esa valoración no puede
hacerse y queda uno sometido a un falso rigor (de lecturas, de modelos) presente que, en
realidad, encubre una ortodoxia arbitraria con la que, a menudo, se vuelven navegables mediterráneos.
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