Se ha publicado en castellano Contra las elecciones de David Van Reybrouck, un libro valioso por su claridad, su reconstrucción histórica y su estado de la cuestión acerca del uso del sorteo. Los interesados tienen un acercamiento diferente en la guía que publicamos en abierto dentro de la colección Efialtes. El segundo libro de esta colección acaba de aparecer y contiene una edición de un panfleto antidemocrático de autor desconocido y que servirá al lector interesado para comprender la permanencia de la actitud antidemocrática. Próximamente se prepara un volumen de trabajos sobre democracia y sorteo de Yves Sintomer. Poco a poco se encuentra disponible en castellano una importante literatura sobre los fundamentos de este instrumento de la democracia antigua que tanto puede hacer por la actual.
No tengo mucho que añadir a la reseña que realicé hace unos años de la edición francesa del libro de Van Reybrouck. Quisiera insistir en un aspecto del libro que puede prestarse a confusión y que nunca estorba insistir en él. Veamos
Van Reybrouck contrapone con razón las asambleas deliberativas sorteadas con aquellas formadas por voluntarios. Las primeras pueden recoger mayor diversidad real y sobre todo librarse de esos profesionales de la militancia que tienden, por su presencia y su entrenamiento, a condicionar la participación política de manera permanente. De ese modo, el campo político erige pantallas de protección contra el entrometimiento en los asuntos públicos de los ciudadanos no especialistas. Van Reybrouck explica bien las virtudes de las asambleas deliberativas y cómo suelen producir discusiones de enorme calidad que contrastan con lo que acostumbra a pasar en asambleas tan “espontáneas” como cualquier mercado desrregulado. Lo que sucede en los mercados no regulados es que siempre, salvo milagro, se imponen los grandes capitalistas: imponen su visión de las necesidades y su manera de satisfacerlas y eso lo sabe cualquier defensor democrático del mercado como mecanismo de registro de preferencias. Aunque debamos tener cuidado con la analogía, también existen capitalistas políticos capaces de movilizar redes de connivencia y retórica que siempre producen resultados idénticos: o se imponen o convierten los organismos políticos en un desierto donde solo sobreviven los conectados con sus redes ideológicas y/o clientelares.
¿Y dónde quiero hacer una puntualización? Las asambleas deliberativas no carecen de problemas, los cuales recoge bien Van Reybrouck en su último capítulo, aunque esos problemas pueden solucionarse y siempre permitirán prácticas políticas más atractivas que las que ofrecen las asambleas de autodesignados. Me preocupa, sin embargo, otro punto. Efectivamente, no es igual un proceso electoral enriquecido con debates de asambleas deliberativas, que uno basado exclusivamente en la propaganda militar de facciones cuyas diferencias políticas reales, en bastantes ocasiones, cuesta distinguir. Van Reybrouck en El Mundo, señala que una pequeña muestra representativa de la sociedad puede producir resultados de mayor calidad que el voto sin deliberación de ciudadanos sorteadas. El autor puntualiza bien: puede. No siempre. ¿Por qué? En primer lugar, la representatividad estadística (en el fondo, un artefacto matemático) jamás puede sustituir el consentimiento de los ciudadanos. Ciertamente, estos no siempre votan informados en los procesos electorales, mas no cabe quitarles la potestad de tener la palabra en último término. Caeríamos, de lo contrario, en una suerte de aristocracia epistemológica deliberativa. Y la deliberación, a no ser que la idealicemos indebidamente, jamás es una comunidad transparente de voluntades racionales. En segundo lugar, el problema de la democracia no son solo las elites, sino también los ciudadanos. La gente puede votar de manera absurda y no informada en un referéndum o unas elecciones. También puede negarse sistemáticamente a participar en dispositivos sorteados (véase por ejemplo este post) o participar en ellos de manera irresponsable —aunque, insisto, esto puede ser parcialmente controlado con una buena planificación de los mismos.
Van Reybrouck señala en su libro que el sorteo tiene dos grandes enemigos: unos medios de comunicación escandalosamente tendenciosos y los monopolizadores de los bienes políticos. Por el contrario, muchos ciudadanos tienden a abrazar la utilización del sorteo con simpatía. Mas, quienes lo defendemos, tenemos que pasar los filtros que constituyen los primeros. Debemos afinar muchísimo con nuestros argumentos. Defendemos la democracia: también la democracia representativa y creemos que el sorteo puede hacer mucho por hacerla más democrática y más representativa. No estamos contra las elecciones, sino por mejorarlas y puede que a menudo designando por sorteo a quienes debaten antes de que la ciudadanía tenga, como debe ser, la última palabra. El sorteo permitirá mejores elecciones ciudadanas, más informadas y complejas, tanto de representantes políticos como de alternativas que no siempre formulan bien los representantes políticos. No está contra las elecciones, está a favor de sean mejores elecciones.
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