"Sería injusto identificar a la banda hitleriana, con el pueblo alemán, con el Estado alemán. Las experiencias de la historia nos muestran que los Hitler van y vienen, pero que el pueblo alemán, el Estado alemán permanecen. La fuerza del Ejército Rojo reside en el hecho de que no alimenta ningún odio racial contra los otros pueblos, incluso contra el pueblo alemán" (véase Doménico Losurdo, Fuir l'histoire ?, Delga, pp. 50-51). Así hablaba en 1942 el generalísimo de la Unión Soviética, sin duda la peor y más criminal muestra del totalitarismo comunista. Su pueblo era "un pueblo medieval o primario [...] gentes del siglo XIII que de pronto se han vuelto locas con la máquina de vapor, Darwin y el cubismo", sobre cuya destrucción algún plan debía tener "nuestro amigo Don Adolfo". Así hablaba en 1941, sentado en un Citroën con el gordo de Agustín Aznar, y camino de Grigorovo, el dulce poeta falangista Dionisio Ridruejo, hombre corajudo y de corazón noble como pocos, pero según la hagiografía (desmontada ya eficazmente por Santos Juliá o por Sultana Wahnón), convertida en ideología dominante en España, un "falangista liberal". Los totalitarismos, simétricamente letales en la práctica, abrevan en fuentes ideológicas diferentes, localizables en la vida cotidiana, entre la gente "normal". Por eso es tan absurdo confundirlos, ni para estudiarlos ni para defenderse de ellos.
El libro -de su página 276, se recoge la cita anterior, de un texto publicado de Ridruejo- de Francisco Morente Dionisio Ridruejo: del fascismo al antifranquismo. Madrid, Síntesis, 2006 es un ejemplo de trabajo de historiador -y de cómo se escribe en castellano, dicho sea de paso-, que nos permite comprender la génesis del totalitarismo falangista. Nos permite ver a nosotros (porque ese no es el objetivo de Morente) los elementos comunes de trayectoria con Laín o Aranguren (Tovar, Arboleya o Conde, conversos, vendrán de la izquierdista FUE) que permitieron la creación de la unidad generacional de Burgos y cuya presencia será importantísima en el campo filosófico español, aunque no en las facultades de filosofía. Sentimiento religioso acendrado (Ridruejo como Aranguren desde siempre, Laín tras conversión en el Burjassot), trayectoria intelectual voluntariosa y errática, concreción de la misma tras el contacto con el mundo político (Ridruejo antes, pertenecerá a la periferia de la nutrida corte de José Antonio), elistimo orteguiano (despojado de todo liberalismo) y católico, populismo agrarista y antiburgués (lo cual no les impedía una vida de señoras, tertulias y cafelitos, como explicó Andrés Trapiello en Las armas y las letras), imperialismo agresivo (España quiere cañones, decía el poeta... para robarle el imperio de África a Petain: por eso Hitler pasó de Franco que estaba por entrar en la guerra) control del aparato político de propaganda y utilización del capital político para intentar hacerse un hueco intelectual, pero con respeto a las reglas específicas del mundo intelectual. Como cualquier intelectual que merezca ese nombre, no aspiraban a ser pensadores o poetas veterocastellanos, sino mundiales (algo que se ve claro en el primer número de Escorial). El curso del mundo lo marcaba en la época el Eje, con sus cañones, sus Gentiles y sus Heideggers. En Jerarquía, Laín conciliará a Quevedo con el gigante de la Selva Negra.
Esa coordinación entre la sensibilidad política y la intelectual, convertida en habitus, será característica de un grupo entero, que hizo todas las transiciones posibles. Morente hace una descripción excelente de los conflictos en el Estado nacional y permite una comprensión dinámica de cómo se hace uno fascista y se deja de serlo. Entre los conceptos que ayudan a comprender esa transformación, la pareja campo-habitus (para escándalo de los que no comprenden el derecho al eclecticismo científico: exige lo mismo desde el punto de vista de la información empírica a producir que la teoría de los rituales de interacción de Collins), convenientemente retrabajada, no me parece la peor. Y más ahora que comienza a estar estigmatizada y ya no cotiza al alza en los mentideros de las modas científicas patrias.
Muy bien trazado, frente a falsas y oportunistas reconstrucciones retrospectivas, el bosquejo del habitus de esa unidad generacional. Excelente la coda final para los que confunden el uso de instrumentos conceptuales fecundos con un partido de fútbol (el equipo de Bourdieu contra el de Collins)
ResponderEliminar