El libro de Skinner Hobbes y la libertad republicana se encuentra al nivel de La ontología política de Martin Heidegger de Bourdieu: libros cortos, intelectualmente exigentes y políticamente fundamentales. El de Bourdieu nos enseñaba cuántos tópicos conservadores latían tras la antropología del ser humano de Heidegger. Skinner, por su parte, nos muestra la trama política en la que escribe Hobbes y cuánto influye ésta en su idea de libertad. La libertad de Hobbes, además, es el concepto hegemónico que tenemos de libertad. Me centraré aquí en este punto.
Hobbes escribe en los años de la revolución inglesa. Entre los partidarios del parlamento o entre los Levellers de defendía un concepto de libertad de origen grecorromano. Hobbes insiste: el griego y el latín, Tácito y el Digesto de Derecho Romano, están inundando de sangre el mundo. ¿Cuál es esa libertad grecorromana? La que insiste en que si vivimos bajo el favor de otro, no somos libres, por mucha riqueza que tengamos. La monarquía es tiránica y encierra incluso a su Corte entre cadenas de oro. Una persona es libre en tanto que pueda vivir sin introducir en sus cálculos el albur de otro. Por tanto, en una monarquía nadie es libre, incluso los dominantes, porque todos ellos deben introducir en sus planes la posibilidad de que el Rey interfiera en sus planes. La dependencia, incluso de un amo benevolente elimina la libertad.
Hobbes propone otro modelo de libertad. Cualquier Régimen, nos dice, es idéntico dado que exige sumisión para lo único que puede hacer el poder público: proporcionar protección. Hobbes comenzaba su primera obra con una ilustración. En ésta se mostraba el conflicto entre Atenas y Esparta, respectivamente, modelo de Estado democrático y oligárquico. La vida política de Esparta se nos representa con unos aristócratas debatiendo de igual a igual con el rey Arquídamo. En Atenas, sin embargo, vemos a un orador (puede ser Pericles...) que habla a masas pasivas. Hobbes lo tenía claro: la democracia era una aristocracia (no reconocida como tal) de oradores y, en ocasiones, la tiranía de un orador. Los regímenes aristócráticos permitían más libertad y debate porque los mejores, que no tenían miedo entre sí (porque eran iguales), podían confrontar sus opiniones. Las masas, sin embargo, carecían de recursos para debatir libremente y eran seguidores de los demagogos o clientes pasivos de los poderosos -que les compraban sus voluntades-.
Tras el nihilismo respecto de los regímenes políticos, la defensa de la existencia de una libertad concebida a la manera de la física: como fuerza que puede o no ser obstaculizada por otro cuerpo. Todos somos libres por naturaleza (podemos movernos, enfrentarnos a otros, e incluso incumplir las leyes vivamos bajo el Estado que vivamos). Esa libertad ningún gobierno puede eliminarla, en primer lugar, porque nadie puede legislar sobre todo y, en segundo lugar, porque cualquier hombre puede oponerse a cualquier ley. Cualquier Estado nos quita la libertad, la única libertad que tenemos es la natural, la de eliminar los obstáculos; la perdemos cuando uno de esos obstáculos nos impide avanzar. Hobbes dice que esa libertad existe entre los salvajes y entre el sistema de Estados. Cualquiera que, para evitar la dureza y la brutalidad de la libertad natural, quiera entrar en un sistema político, ya está sujeto y por tanto está dominado. Hobbes es un conservador; enunciados similares encontramos en cierto Foucault y en el más alucinado anarquismo foucaultiano. Ambos parten del nihilismo político y a la exaltación de la libertad física. Foucault, precisamente, leyendo a los griegos y a los romanos se dio cuenta que por ese camino no se iba a parte alguna (pero sobre eso ya me he extendido). Una vez que entramos en una entidad política perdemos toda soberanía y pasamos a formar parte del cuerpo colectivo, del Estado.
Tras el nihilismo respecto de los regímenes políticos, la defensa de la existencia de una libertad concebida a la manera de la física: como fuerza que puede o no ser obstaculizada por otro cuerpo. Todos somos libres por naturaleza (podemos movernos, enfrentarnos a otros, e incluso incumplir las leyes vivamos bajo el Estado que vivamos). Esa libertad ningún gobierno puede eliminarla, en primer lugar, porque nadie puede legislar sobre todo y, en segundo lugar, porque cualquier hombre puede oponerse a cualquier ley. Cualquier Estado nos quita la libertad, la única libertad que tenemos es la natural, la de eliminar los obstáculos; la perdemos cuando uno de esos obstáculos nos impide avanzar. Hobbes dice que esa libertad existe entre los salvajes y entre el sistema de Estados. Cualquiera que, para evitar la dureza y la brutalidad de la libertad natural, quiera entrar en un sistema político, ya está sujeto y por tanto está dominado. Hobbes es un conservador; enunciados similares encontramos en cierto Foucault y en el más alucinado anarquismo foucaultiano. Ambos parten del nihilismo político y a la exaltación de la libertad física. Foucault, precisamente, leyendo a los griegos y a los romanos se dio cuenta que por ese camino no se iba a parte alguna (pero sobre eso ya me he extendido). Una vez que entramos en una entidad política perdemos toda soberanía y pasamos a formar parte del cuerpo colectivo, del Estado.
Punto por punto enfrentado a la concepción republicana de la libertad: porque para ésta lo malo no son las interferencias, sino la existencia de poderes que amenazan nuestros planes de vida. Por otro lado, hay interferencias positivas que no provocan dominación. Y hay no interferencias negativas que, al dejar las relaciones de poder como están, incrementan la dominación. Skinner muestra cómo la visión de Hobbes de la libertad (como cuerpos que se mueven sin obstáculo) ha dominado el pensamiento liberal y se ha convertido en norma en nuestro tiempo. Pero considera que, intelectualmente, los argumentos de los Niveladores no han sido refutados. La lucha no es entre libertad e igualdad sino entre dos visiones de la libertad. La libertad no es una especie del género "cuerpo en movimiento y con capacidad de resistencia". Es hablar con franqueza y sin miedo porque nada obliga a la adulación y al servilismo, porque nada le impide a uno mirar a la cara y decir lo que piensa. Se puede vivir en una tiranía haciendo muchas cosas, incluso siendo un ejemplo ridículo de perpetuum mobile (en lo laboral, lo político, lo moral, lo sexual: hoy lo vemos) y se puede ser libre, verdaderamente libre, siendo fiel a uno mismo (condición de ser fiel a los demás y al mundo en el que vive) y cultivando unas cuantas. Hay mucho en este admirable libro para describir sociológicamente nuestro tiempo y enseña cuántas virtudes tiene para la imaginación empírica la mejor historia de la filosofía.
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