Comparto a continuación una parte mi trabajo de tesis sobre
Manuel Sacristán. He estado trabajando este verano sobre el momento de la entrada de Sacristán al PSUC-PCE intentando contextualizar los aspectos políticos e intelectuales
de ese año 1956, un momento clave para el comunismo occidental y para el
comunismo español. Lo que sigue es un esquema de un aspecto que no se suele
mencionar cuando se habla de la decisión de Sacristán de entrar al marxismo-comunismo, pues el énfasis,
y con justa razón, es puesto el la bondad ético-política del filósofo y el
sacrificio personal que implicó su compromiso con el partido clandestino en la España
de Franco. Sin negar lo anterior presento aquí un esbozo en forma de notas que
busca ahondar en las connotaciones intelectuales de esta decisión.
Una decisión doble
Partimos de la hipótesis
de que la decisión que lleva a Sacristán entrar en las filas de PCE en febrero
de 1956 es doble, es decir, implica a la vez una toma de posición política e
intelectual. Para entender esta dualidad debemos tener en consideración que ambos
caminos, el intelectual marxista y el político comunista pueden pensarse como
dos extremos de un mismo contexto, contexto que en su origen ligó la militancia
política con la actividad intelectual. Una particularidad del marxismo es ser una tradición intelectual que
fundamenta una de las corrientes político-sociales más importantes de la
historia, el comunismo. Dominados por lógicas internas diferentes y a veces
contrapuestas, más no obstante ligados en su origen y desarrollo, el marxismo
como ámbito intelectual mantiene una relación compleja con el comunismo como
ámbito político. La toma de posición intelectual «marxista» involucra en sí una
toma de posición política[1] puesto que como tradición intelectual
de base materialista y científica tiene como objetivo elaborar los fundamentos
teóricos que puedan sustentar una trasformación social en sentido emancipatorio
―en su origen y gran parte de su desarrollo entendido como profecía historia―. En
este sentido el contenido teórico discursivo por el cual han discurrido las
corrientes del marxismo ―que aborda, en general, desde la estrategia política
emancipatoria hasta el análisis crítico de la sociedad elaborado desde las más diversas
perspectivas―, implica en su conjunto, de forma más o menos explícita, unos
principios de modificación de las prácticas individuales y colectivas[2]. Por tanto, en diferentes
contextos de alta politización ―como los condicionados por la segunda guerra o
en el caso de Sacristán la decadencia del falangismo y la guerra fría―, los
intelectuales tendieron a pensar el compromiso político como una manifestación
de su compromiso intelectual: intervenían en política en tanto que
intelectuales[3]. Sobre las aspiraciones
científicas del marxismo, la profecía de emancipación social y sobre todo en lo
relativo a las condiciones de la relación entre intelectuales y partido nos
detendremos en profundidad en los capítulos siguientes. Por ahora nos interesa
destacar cómo hacia 1956 el desarrollo del campo del marxismo funcionaba como polo
de atracción intelectual ―ineludiblemente vinculado al compromiso político―
para Sacristán.
«El advenimiento del marxismo occidental»
Cuando Sacristán entra
al PSUC-PCE era un intelectual europeísta y bien formado que, a pesar del aislamiento
español y sobre todo a raíz de su estancia en Alemania, no podía haber estado
ajeno al desarrollo de lo que se llamado el «marxismo occidental»[4]. A la altura de 1956 se
habían sucedido ya cuatro generaciones de intelectuales marxistas. Las dos
generaciones que sucedieron a los fundadores del materialismo histórico: la
primera ―de Labriola, Mehring, Kautsky y Plejánov― se ocupo principalmente en
la tarea de sistematizar y complementar el trabajo emprendido por Marx y
Engels. Estos intelectuales a excepción de Plejánov, estaban vinculados a los
órganos teórico ideológicos antes de que la dirección de sus respectivos
partidos (Anderson: 1979: 12); la segunda generación, en la que se incluyen
Lenin, Luxemburgo, Trotsky, Hilferding, Bauer y Bujarin, aparece en el contexto
más turbulento de las guerras imperiales de fines del siglo XIX y alcanzan la
madurez política antes de la segunda guerra mundial. Una de las característica
de esta generación es que la gran mayoría de sus miembros «iban a desempeñar un
papel destacado en la dirección sus respectivos partidos nacionales» (Anderson:
1979: 15).
Lo que Anderson (1979:34)
ha llamado «el advenimiento del marxismo occidental» haciendo alusión a un
cambio del eje geográfico de oriente a occidente, se produce tras el cisma que
la primera guerra imprimió al socialismo internacional, la derrota de la
revolución alemana y el aislamiento de la revolución soviética. Se produce
también después de que la llegada al poder de Stalin apagará la anterior etapa
de florecimiento de la teoría marxista y la revolución rusa quedará
irremediablemente comprometida.
La tercera generación de marxistas ahora en su
mayoría «occidentales» estará, según la ordenación de Anderson (1979:38), marcada
por la experiencia de la primera guerra y la revolución rusa, en ella
aparecerán figuras como Lukács, Korch, Gramsci, Marcuse y Benjamin. Gramsci, el
más destacado de está generación y Lukács serán referentes de Sacristán. Una cuarta
generación de intelectuales marxistas aparecerá en el contexto del ascenso del fascismo
y la segunda guerra mundial, ella puede considerarse integrada figuras como
Lefevre, Adorno, Sartre Althusser, Goldman y Della Volpe (Anderson, 1979: 39).
Dos factores parecen
relevantes a la hora de calibrar la atracción intelectual y política que podía
ejercer el marxismo para Sacristán: el
proceso de politización que implicó la derrota del fascismo en la segunda
guerra y el encuentro entre marxismo y las corrientes filosóficas
contemporáneas. Figuras fundamentales del campo intelectual occidental se
hicieron simpatizantes o militantes comunistas en estos años. «Althusser se
afilió al PCF en 1948 y Sartre se alineaba con el movimiento comunista
internacional en 1950». Lucien Goldmann se hace discípulo de Lukács en este
periodo y Della Volpe, aunque treinta años mayor transita al igual que
Sacristán desde una primera identificación con el fascismo italiano hacia el marxismo
y el comunismo militante afiliándose al PCI en 1944; su discípulo Lucio
Colletti se afilia al PCI en 1950 (Anderson, 1979: 39). Esta identificación
político-intelectual condicionó un encuentro más cercano entre marxismo y el
mundo de la academia especialmente el vinculado a la filosofía. En realidad
esta convergencia había ya comenzado con la creación del Instituto de
Investigación social de Francfort en 1923 y continúa con el encuentro con el marxismo de
filósofos existencialistas como Merleau-Ponty, Simone de Beauvoir y Sartre[5].
El corolario de este
proceso fue la inclusión en toda regla del marxismo dentro del campo
intelectual occidental. El cruce tuvo como consecuencia tanto un retorno a las
grandes fuentes intelectuales anteriores a Marx (Hegel y Kant, pero también
Spinoza, Schelling, Kierkeggard, entre otros) como «un estrecho contacto, a
menudo casi una simbiosis, con los sistemas intelectuales coetáneos de carácter
no marxista, tomando conceptos de Weber en el caso de Lukács [y Merleau-Ponty],
de Croce en el caso de Gramsci, de Heidegger [y Braudel] en el caso de Sartre,
de Lacan en el caso de Athusser, de Hjelmslev en el caso de Della Volpe»
(Anderson, 1986: 14). El campo del marxismo occidental se configura por tanto
en este contexto de politización de los intelectuales que pone las condiciones
para un encuentro entre el marxismo y corrientes intelectuales contemporáneas,
espacio este último dominado por la tradición filosófica alemana y acusadamente
la francesa en torno a 1940 y 1950. Por lo demás, la doble condición que se
daba en Francia de un partido de masas[6]
en el cual militaban o con el cual simpatizaban las estrellas intelectuales del
momento volvía inexorable su referencia y en Italia la figura de Gramsci ―Los Cuadernos de la cárcel se publican entre
1948-1951 (Gerratana, 1999: 28)― se convertía en ícono del partido y el
paradigma de síntesis entre teoría y práctica política. Desde la perspectiva de
la configuración de campo intelectual los corrientes intelectuales dominantes
en el ámbito continental, la fenomenología y el existencialismo, enmarcan la
problemática que intentaba dilucidar la relación entre sujeto y la historia que
se tradujo en el debate entorno las relaciones posibles entre el
existencialismo y el marxismo a fines de 1940 y principios de 1950 (Anderson, 1986:
38).
Existencialismo y marxismo y lógica formal
El debate de fines de
la década de 1940 entre existencialismo y marxismo debe tomarse como uno de los
puntos de referencia respecto a la posición intelectual de Sacristán. Aunque
quizá él no lo conociera directamente sino hasta mediados de 1950 su referencia
nos sirve para calibrar la relación de Sacristán con el campo intelectual
internacional y dentro de él con el existencialismo ―y su crítica― en esta
etapa condicionada por los estudios de lógica y la llegada al marxismo-comunismo.
Veámoslo brevemente.
En este contexto
político-intelectual la figura dominante era Sartre. El filósofo representaba
la posición devenida icónica del «compañero de viaje», pues el compromiso
político de Sartre con el PCF se fundaba en una separación del trabajo político
y del trabajo intelectual, separación que le permitía mantener su autonomía
respecto a un partido fuertemente dominado por la lógica de la guerra fría, a
la vez funcionaba como catalizador del conjunto de sus recursos intelectuales.
En el otro extremo posible de la relación se encontraba la subordinación de los
criterios intelectuales a las directrices políticas ya fuera la de los
intelectuales fascistas o comunistas (Moreno Pestaña, 2005: 66). Para
Matonti (2005: 38) ―refiriéndose a la primera etapa de la revista del PCF La Nouvelle Critique― «si la “literatura
comprometida” era la opción [intelectual] dominante es exclusivamente cuando
ella es practicada de la forma que la ha teorizado Sartre y no como los
teóricos del realismo socialista que pretenden subordinar sus producciones a
unos objetivos estrechamente políticos», es decir, que precisamente por que la
posición de Sartre venía a representar la posibilidad de compaginar compromiso
político y autonomía intelectual esta ocupó una posición dominantes en el
ámbito de intelectual de la izquierda europea[7].
En El existencialismo es un humanismo,
conferencia realizada el 29 de octubre de 1945 en la Club Maintenant, Sartre se empeña en justificar la relación a la que
hace alusión el título de la conferencia. Le interesaba al filósofo responder a
las críticas de cristianos y comunistas, especialmente de los comunistas, que
acusaban al existencialismo de propugnar un negativismo que conducía a la pasividad
y de tomar como punto de partida una subjetividad exacerbada que aislaba al
hombre de la contingencia social. Sartre argumenta en este texto ―que pone de
manifiesto su compromiso político y marcará la línea de unas preocupaciones que
decantarán en 1960 en su Crítica de la
razón dialéctica― que tanto los existencialistas cristianos ―donde ubica a
Jaspers y Gabriel Marcel― como los ateos ―Heidegger y él mismo― comparten la
consideración básica de que «la existencia precede a la esencia» (Sartre, 2009:
27), es decir, que el hecho de la existencia del hombre precede a cualquier
definición del mismo. En este sentido defiende el existencialismo como un
humanismo pues sostiene que ante la situación de indeterminación originaria el
hombre se encuentra obligado a ser, a elegir una definición de sí, donde
incluso la indolencia es ya una elección. De aquí deriva la exposición de
Sartre que toda elección y toda acción implican un compromiso, una
responsabilidad para con uno mismo y para con demás. De esta forma Sartre
transita desde la concepción de impotencia de la existencia humana frente al
mundo factual y objetivo que constriñe la expresión auténtica, hasta el momento de
apertura de las posibilidades entendidas ahora como una lucha existencial del
hombre frente a la alienación (D’Agostini, 2000: 120). La conexión entre
marxismo y humanismo queda así razonada y el identificación política viene a
potenciar la posición inédita creada por Sartre del «intelectual total» que
disolviendo las fronteras disciplinares reúne en su persona «un conjunto de poderes sociales e
intelectuales hasta entonces divididos» (Bourdieu, 2005: 312).
La replica de Heidegger llegó al año siguiente[8] en un momento en el cual el
referente intelectual de preguerra había sido separado de su trabajo como docente
en Friburgo tras derrota de Hitler. Las implicaciones de esta derrota y de su
cercanía con el fascismo se dejan sentir en el texto de Heidegger. De una
parte, el filósofo no comparte la definición del existencialismo esgrimida por
Sartre pues para él Sartre sólo se limita a invertir los términos de la
«metafísica»[9]: «está adoptando los
términos existentia y essentia en el sentido de la metafísica
que, desde Platón, formula lo siguiente: la essentia
precede a la existentia. Sartre
invierte esa frase. Lo que pasa es que la inversión de una frase metafísica
sigue siendo una frase metafísica. Con esta frase se queda detenido, junto con
la metafísica, en el olvido de la verdad del ser». Heidegger profundiza en su
empresa de búsqueda de una verdad anterior a la «metafísica». En esta búsqueda
vuelve sobre el sujeto impuro y singular kierkegaardiano (D’Agostini, 2000: 116-117) y ensaya una
conceptualización de la «existencia» como indeterminación o identificación
entre sujeto y objeto en un triple rechazo tanto al objetivismo científico como
al idealismo totalizante y al gnoseologismo kantiano. Para Heidegger su
hermenéutica, fundamenta en repensar la historia de la metafísica apoyándose en
una etimológica no científica[10], era la única valida para
acceder a una verdad que sólo podemos adivinar a través del «lenguaje libre de
la gramática para ganar un orden esencial más originario» el lenguaje de la
poesía y la filosofía. En razón de ello se queja de que se pueda llamar
«“irracionalismo” [a su] esfuerzo de reconducir al pensar a su elemento»
(Heidegger, 2000: 14). De esta forma Heidegger, volviendo sobre los pliegues de
su sistema teórico se desmarca de su implicación política con el fascismo
tomando posición respecto al humanismo a la vez que se muestra amable con el
marxismo.
Si bien esta Carta sobre el humanismo marca el giro heideggeriano que da paso del primer Heidegger ―consideración del Dasein como ser-ahí dotado de capacidad de «apertura» o «proyección» del ser en el mundo, es decir, énfasis en la ser-ahí «localizado» como característica fundamental del hombre― al segundo, que ahora invirtiendo el análisis pone en su énfasis en el Ser ―que ilumina al hombre a través de lenguaje―, no obstante, esta preponderancia del Ser en el segundo momento e incluso a pesar del declarado anti-humanismo de la carta, el filósofo no deja de sostener que la verdadera preocupación por el hombre, un verdadero humanismo consiste en plantearse la pregunta respecto de «la verdad de ser», es decir la preocupación existencial: «porque eso es el humanismo: meditar y cuidar que el hombre sea humano en lugar de no-humano, «inhumano», esto es, ajeno a su esencia» (Heidegger, 2000: 20-21). Con respecto al marxismo Heidegger destaca su capacidad de pensar el «desterramiento» ―este término de Heidegger hace alusión a «abandono del ser por el ente» «el olvido del ser a consecuencia de lo cual queda impensada su verdad»―, pues, sostiene Heidegger (2000: 53) que aquello que Marx entendió como extrañamiento o alienación «hunde sus raíces en el desterramiento del hombre moderno». Así Marx a través del extrañamiento como una forma de «desterramiento» advierte «la esencialidad de lo histórico en el ser» y en este sentido se alza, considera Heidegger, por sobre la fenomenología y el existencialismo.
Si bien esta Carta sobre el humanismo marca el giro heideggeriano que da paso del primer Heidegger ―consideración del Dasein como ser-ahí dotado de capacidad de «apertura» o «proyección» del ser en el mundo, es decir, énfasis en la ser-ahí «localizado» como característica fundamental del hombre― al segundo, que ahora invirtiendo el análisis pone en su énfasis en el Ser ―que ilumina al hombre a través de lenguaje―, no obstante, esta preponderancia del Ser en el segundo momento e incluso a pesar del declarado anti-humanismo de la carta, el filósofo no deja de sostener que la verdadera preocupación por el hombre, un verdadero humanismo consiste en plantearse la pregunta respecto de «la verdad de ser», es decir la preocupación existencial: «porque eso es el humanismo: meditar y cuidar que el hombre sea humano en lugar de no-humano, «inhumano», esto es, ajeno a su esencia» (Heidegger, 2000: 20-21). Con respecto al marxismo Heidegger destaca su capacidad de pensar el «desterramiento» ―este término de Heidegger hace alusión a «abandono del ser por el ente» «el olvido del ser a consecuencia de lo cual queda impensada su verdad»―, pues, sostiene Heidegger (2000: 53) que aquello que Marx entendió como extrañamiento o alienación «hunde sus raíces en el desterramiento del hombre moderno». Así Marx a través del extrañamiento como una forma de «desterramiento» advierte «la esencialidad de lo histórico en el ser» y en este sentido se alza, considera Heidegger, por sobre la fenomenología y el existencialismo.
Por último está Lukács
―que será uno de los referentes de Sacristán―, el filósofo interviene en la
polémica con la publicación en 1948 de Exitencialisme
ou marxisme[11]. Lukács se había adhirió al
Parido Comunista en 1918 a los treinta y tres años y aunque se mantuvo dentro
de los márgenes del «marxismo ortodoxo» su relación con el partido conoció
momento de fuerte tensión, sobre todo tras la represión del levantamiento Húngaro
de fines de 1956. Reivindicado como uno de los padre del marxismo occidental,
su calidad y rigor intelectual suele ser un reconocimiento de entrada inculco
en sus más ásperos crítico[12]. En Exitencialisme ou marxisme Lukács quiere poner de relieve las
connotaciones éticas y políticas del existencialismo en un contexto marcado por
los principios ideológicos defensivos de la Kominform. Aunque reconoce una
importante diferencia entre el tono sombrío de Ser y Tiempo al que considera «una incitación a la pasividad
absoluta […] abstraída de toda existencia pública»[13]
y el existencialismo de la libertad sartreano, no obstante, ambos son
considerados por Lukács como manifestación de la decadencia de la filosofía
burguesa, en la cual el existencialismo la «filosofía del imperialismo» permite
salvaguardar un espacio abstracto de libertad que nada tiene que ver con las
condiciones políticas objetivas de su realización. Algo más tarde en El Asalto a la razón publicado en 1953,
Lukács se propone una tarea de mayor envergadura que viene a ser un punto de llegada
de su amplia reflexión respecto al tema de la razón, el irracionalismo y la filosofía
irracionalista. El estudio que aborda desde Schelling hasta Heidegger pretende
establecer las raíces del irracionalismo y su relación con la ideología
reaccionaria ―tan anticientífica como antisocialista, para Lukács―, llegando a
establecer una relación cierta, pero poco matizada en su argumentación, entre
el existencialismo, especialmente el heideggeriano, y la ideología nazi-fascista[14].
Como decíamos más
arriba aunque Sacristán no conociera este debate, sino quizá hasta su estancia
en Alemania, él nos permiten apreciar de una parte, que el interés intelectual
de Sacristán estaba puesto en la vanguardia intelectual internacional ―«el
objetivo era Europa»― y lo estaba de una forma particular: el movimiento que va
desde el existencialismo heideggeriano-orteguiano, hacia la lógica simbólica y el
marxismo, permite una triple caracterización que conjuga las dos grandes corrientes
intelectuales de la primera mitad del siglo XX, el existencialismo y la
filosofía analítica, con el marxismo ―esta será la clave de la particularidad
del acercamiento de Sacristán al marxismo―. Por otra parte, dentro de este
contexto podemos apreciar cual es la especificidad de la crítica al
existencialismo que hace Sacristán, crítica estrechamente vinculada al proceso
de configuración de una habitus
intelectual caracterizado por el respeto por la logicidad científica y por un
posicionamiento político acorde que entiende la razón como potencial
emancipación del hombre frente a lo desconocido.
En efecto, cuando
Sacristán entra al marxismo lo hace intelectualmente desde la formación lógica
y la crítica al existencialismo. Hay
una línea directa que une los preocupaciones expuestas en «Verdad: desvelación
y ley» [15] (1953) ―que revisamos en el
capítulo 4― y las que le llevan a
realizar la tesis sobre Heidegger y a estudiar lógica simbólica, de hecho estas
pueden pensarse como dos aristas de un mismo proyecto intelectual si tenemos en
cuenta que la propuesta de tesis sobre la Ideas
gnoseológicas de Heidegger aparece inscrita en Universidad de Barcelona con
fecha del día 6 noviembre de 1954[16]. En su propuesta de tesis Sacristán
presenta un panorama en el cual el desarrollo científico contemporáneo ha
tenido una doble consecuencia en su relación con al filosofía. Por una parte,
la ciencia ha condicionado el desarrollo de las filosofías anticientíficas o
irracionalistas ―pues argumenta Sacristán «ni la obra de Bergson es históricamente
explicable sin los progresos de la biología a fines de siglo XIX, ni la de
Jaspers sin los de las psiquiatría en el siglo XX, ni la de Heidegger sin el
pensamiento histórico y la cosmología»―; por otra lado, ha puesto el escenario
de un enfrentamiento directo de esta tradición de pensamiento y la ciencia, pues
hoy las filosofías anticientíficas «no puede[n] limitarse, como en otra épocas,
a proponer al espíritu una vida irracional o “suprarracional”, sino que
tiene[n] que entablar una verdadera y explicita lucha contra la razón,
caracterizándose así propiamente como antirracionalismo». Ante este panorama,
sostiene Sacristán en 1954, «el primer deber de la razón en su ocupación con el
pensamiento irracionalista consiste precisamente en examinar cómo se presenta
en esa filosofía los temas por ella misma [la razón científica] planteados».
Así argumenta Sacristán su interés por abordar las falencias «racionales» de
los principios gnoseológicos y la argumentación etimológica de Heidegger, dando
un paso desde la anterior inquietud por compaginar existencialismo y ciencia
positiva. Si recordamos que Sacristán en
1954 consideraba la lógica como «la entraña de la filosofía»[17] y como requisito del todo
pensamiento racional podemos entender el porqué del interés por la
irracionalidad de la gnoseología heideggeriana en un contexto intelectual y
político de revisión de la propia tradición y los propios parámetros políticos
e intelectuales. Sacristán, aquí está otra vez el matiz crítico del filosofo,
no rechaza sin más el que fuera su primer referente intelectual, el
existencialismo, sino que se propone precisar técnicamente sus preceptos
irracionales. Esta toma de posición debe entenderse también, como bien recuerda
Vázquez (2009: 341)[18] como una respuesta a la
lectura que la filosofía oficial católico-tomisma hacia de Heidegger por ese
entonces: «no sólo [como] una vindicación del catolicismo menéndezpelayista
frente a la modernidad cartesiana e ilustrada, sino también» como la oposición
entre el rigor académico, la sistematicidad y «la hondura teológica» frente al
ensayismo, la ligereza y el agnosticismo de Ortega.
Con la expuesto hasta
aquí podemos retomar la pregunta que dejamos abierta en el capitulo anterior
sobre la relación entre los estudios de lógica y la entrada de Sacristán al
marxismo-comunismo. El contexto que hemos descrito permite comprender el
interés por una tradición intelectual, el marxismo, que fundada en el empeño de
afirmar una organización racional de la sociedad, propugnaba la necesidad de
contar con el desarrollo científico de vanguardia. Esta relación siempre
problemática entre una teoría,
materialista de aspiración
científica y una práctica emancipatoria, implicaba un cuestionamiento
epistemológico que sin duda debió de resultar atractivo[19]
para un Sacristán en pleno proceso de configuración de una subjetividad intelectual
racionalista. Desde la doble perspectiva político-intelectual el «racionalismo
marxista» se oponía a «irracionalismo falangista», análogamente a la oposición
entre la pobreza intelectual de la España de Franco y la pluralidad del campo
internacional, en esta época ya consolidada la simbiosis con el marxismo.
A modo de
recapitulación podemos sintetizar los elementos políticos e intelectuales que
hemos considerado para analizar la decisión de Sacristán entrar al
marxismo-comunismo a comienzos de 1956.
En este último
apartado hemos visto como el desarrollo del marxismo occidental y su encuentro
con las corrientes del pensamiento contemporáneo funcionaba como un polo de atracción
intelectual importante, que enmarcan la etapa de intensa policitación posterior
a la segunda guerra que se extiende hasta 1956. Por otra parte, la aspiración
racionalista del marxismo conectaba con los interese de un Sacristán en proceso
de configuración de un habitus
intelectual racionalista: estudios de lógica guiados por el interés hacia los
cuestionamientos epistemológicos de la relación entre ciencia y filosofía[20] ―sobre la que se preparaba
su crítica al existencialismo― luego entre ciencia, filosofía y emancipación
social.
De otro modo, en otro
lugar hemos revisamos las líneas analíticas que permiten establecer una
relación entre el mundo social incorporado ―el habitus Sacristán― y la decisión de entrar al PSUC-PCE. Vimos como
una explicación posible, la relación entre el habitus primario de Sacristán ―caracterizado por una síntesis entra
la identificación materna y paterna que conjugaba elementos heterogéneos― y
algunos elementos del marxismo-comunismo: la inclinación al orden y la relación
con la institucionalidad, vinculado a su vez con una identificación política
hacia lo «común» y lo «popular», como forma de diferenciación respecto de su
entorno familiar y de la naciente «nueva izquierda»; la coincidencia del
falangismo y el marxismo en lo relativo a su componente profético-sálvico «socialista»
que funciona como un elemento que hace posible el tránsito ideológico. Por
último, establecíamos la relación entre este componente sálvico de emancipación
social en el encuentro con una «radicalidad» y una «seriedad» ético-política
que condicionaron tanto la identificación temprana, como la forma de entrada en
la nueva institución, el PSUC-PCE.
[1]
Por lo demás como toda posición intelectual. Perry Anderson (1986: 10-11) lo
explica de la siguiente forma poniendo énfasis en la práctica sobre la teoría: «La
teoría marxista, empeñada en comprender el mundo, ha aspirado siempre a una
unidad asintótica con la práctica popular tratando de transformarla de esta
forma la trayectoria de la teoría siempre ha estado determinada primordialmente por le destino de dicha
práctica» [destacado en el original].
[2] Como
bien ha visto Moreno Pestaña (2012a: 4) ―a la luz del capítulo VII del Tratado teológico-político de Spinoza―
las elaboraciones culturales complejas como la filosofía y la religión no
pueden analizarse fuera de los contextos sociales ―y no sólo conceptuales― en
los que nacen y se desarrolla sino se quiere perderse parte importante de su
realidad. Así resulta significativo, más aún en el caso de marxismo dónde la
intención práctica suele ser explícita, hacer atención a las relaciones
posibles entre la elaboración teórica en forma de «prácticas discursivas […],
un mensaje de salvación (individual y/o colectivo) y un conjunto de prácticas
de modificación de sí mismo y de elaboración de la propia subjetividad».
[3] La
misma aparición del concepto de «intelectual» implica una doble definición: profesional
―los encargados de la elaboración teórica― y política ―el uso del prestigio
intelectual como credencial de intervención en la vida pública― (Sapiro, 2011:
129). En función de esta relación si invertimos el ángulo de análisis desde lo
político a lo intelectual se aprecia cómo la aprehensión del marxismo ―o de una
síntesis del él― funciona como condición de entrada en el ámbito de la
militancia comunista, especialmente el contexto universitario donde es más
fuerte el peso diferencial del capital cultural en relación a otras formas de
valor.
[4] En
lo relativo a este tema nos basamos en los trabajos de Perry Anderson (1979;
1986).
[5] El
filósofo Alexandre Kojève (1902-1968) de origen Ruso se había formado en
Alemania entre 1921 y 1927 «bajo la influencia de Jasper y Heidegger», en
Francia, país donde desarrolló su carrera, siguiendo el camino abierto por
Alexandre Koyré se interesó por sistema Hegeliano. Como sostiene Anderson
(1979: 51) «Kojève fue el primer filósofo académico que introdujo
sistemáticamente a Hegel en Francia antes de la guerra y cuya interpretación
«existencial» de la Fenomenología del
espíritu brindó a Sartre y Merleau-Ponty un puente indirecto hacia el
marxismo».
[6]
Tras la segunda guerra en 1946 el PCF tuvo su máximo de militantes, 810.000
miembros (Matonti, 2005: 33, toma la referencia de Philipe Button, «Les
effectifs du Parti communiste fraçais (1920-1984)», en Comminisme, número 7, 1985).
[7] Como
sostiene Bourdieu (2005: 312-317) Sartre revolucionó el campo intelectual
europeo «concentrando en su única persona un conjunto de poderes intelectuales
y sociales hasta entonces divididos […] Sartre inventó y encarnó realmente la
figura del intelectual total, pensador escritor, novelista metafísico y artista
filosófico que compromete en las luchas políticas de su tiempo todas esas
autoridades y esas competencia reunidas en su persona». El compromiso libre del
«compañero de viaje», siempre según Bourdieu, es la contra cara de la dicotomía
que organiza la filosofía sartreana, entre el Para-uno mismo (sublimación
filosófica del intelectual y el burgués) y el En-uno mismo (el pueblo) el
intelectual total se alza tanto «sobre los poderes y privilegio temporales»
como sobre la simplicidad y la «coincidencia beata consigo mismo», es decir, se
ubica en una posición omnipotente y equidistante tanto de la burguesía y
también de los intelectuales «parciales» que son sus concurrentes en el campo
intelectual, equidistante también del pueblo y de los intelectuales que le
acompaña subordinando su libertad bajo las directrices del partido.
[8] «La
Carta sobre el humanismo debe este
título a una carta dirigida por Heidegger a Jean Beaufret, en París, en el año
1946, revisada para su edici6n y publicada por vez primera en 1947. En 1967 la
«Carta» apareció ya junto a una serie de ensayos independientes en el seno del
volumen titulado Wegmarken (Hitos),
que a su vez se amplió con nuevos textos en 1976» (nota de los editores en
Heidegger, 2000: 7).
[9]
Como es sabido para Heidegger la «metafísica» era desde Platón «la forma
asumida por al ontología occidental» (D’Agostini 2000: 116) que, siempre según
Heidegger, en su consideración de la exterioridad y objetividad de los
productos de la conciencia era análoga a un objetivismo científico que toma
esta vez los datos de la experimentación como verdades que encuentran su
objetividad en el mismo procedimiento científico del que nacen.
[10] Como
bien sostiene D’Agostini la «nueva ontología» que buscaba Heidegger no podía
consistir en proponer un nueva concepto se ser sino de repensar la historia de
la metafísica con un método diferente. Por eso «esta historia no es una historia
de instituciones hecho o individuos, sino, una historia de las palabras […] en las cuales ser se manifiesta cada
vez» y agrega «en todas las obras de Heidegger […] el proceder argumentativo
central se produce mediante la reconstrucción etimológica de los términos que
Heidegger se ve obligado a usar […] no se trata de etimologías científicas,
técnicamente precisas, sino, más bien, de una atención dedicada a las
evocaciones que de vez en cuando las raíces de las palabras llevan consigo».
Como veremos más adelante la crítica que Sacristán desarrolló en su tesis
doctoral a la inconsistencia gnoseológica de Heidegger se fundamente también en
una revisión de su particular método etimológico.
[11] Existentialismus oder marxismus se
publicó en 1951, pero como bien informa Manzanera (1995: 90) «una parte
importante de éste había sido traducida y publicada en Francia con el título Existentialisme ou marxisme?, en 1948 en
la editorial Nagel de París».
[12]
Véase Kolokowski (1983: 149-299).
[13]
Lukács (1948) citado en Gérard Raulet (2009: 27).
[14]
Como bien sostiene Vázquez García (2009: 342) el tratamiento y la diferencia de
enfoque entre Lukács y la tesis de Sacristán es evidente «aparte del contraste
ente la atenta lectura sacristaniana, muy ceñida al texto de Heidegger, y las
consideraciones un tanto esquemáticas de Lukács, hay que señalar una segunda
diferencia, Lukács procede a una descalificación en bloque del pensamiento
heideggeriano; Sacristán en cambio advierte en el filósofo de Messkirch una
relevante superación del gnoseologismo que desde Kant en adelante había
impregnado por completo los hábitos de filosofar académico».
[15] La
diferencia es que en la propuesta de tesis Sacristán ya no se plantea como en «Verdad:
desvelación y ley» compaginar
existencialismo y ciencia positiva.
[16]
Puede haber sido justo antes de ir a Alemania o en alguna visita.
[17] En
conferencia de 1954, «Hay una buena oportunidad para el sentido común»,
Sacristán (Pinilla de las Heras, 1989: 226-274) dejaba claro que para él, en
esos momentos, la lógica era «la entraña de la filosofía»
[18]
Véase igualmente Fernández Buey (1995: 9).
[19] En
efecto se trasformo en el tema de su vida: la dialéctica.
[20]
Véase capítulo IV.
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