La democracia ateniense (Madrid, Alianza, 1975) de Francisco Rodríguez Adrados, obliga a plantearse el problema de qué es un filósofo y cómo delimitarlo. Podemos pensar en una respuesta del tipo “filósofo es aquel que ayuda a comprender la tradición filosófica y actualizarla creativamente”. Pues bien, este libro da sobradas razones para considerar que quienes hacen historia de las ideas y combinación creativa de las mismas ayudan a comprender tanto la filosofía –lo que se piensa y lo que, diría Ortega, se “sotopiensa”- bastante regular. Que con esos mimbres se puedan hacer cestos teóricos valiosos ya es harina de otro costal.
Porque este grueso libro tiene un protagonista central: la sofística, en concreto, la primera sofística, aquella que constituye la teoría de la edad democrática. La segunda sofística, aquella que florece en los años de la Guerra del Peloponeso, no es idéntica a la primera, ni por su significado político ni por sus tesis filosóficas. ¿Y por qué cree el autor que conocemos mal la sofística? Simple y llanamente “por el descuido con que suelen pasar los historiadores [de la filosofía] por las fuentes literarias y filosóficas y una paralela falta de atención por parte de los historiadores de la filosofía para la relación que existe entre Filosofía e Historia política y social” (p. 165). Existe el tópico (Nicole Loraux se refiere a él en su felizmente traducida La invención de Atenas) de que no existe una teoría de la democracia ateniense y que, por tanto, más allá de la Oración fúnebre de Pericles (recogida por Tucídides), no disponemos de teoría alguna. Los demócratas actuarían y solo los oligarcas teorizaron. Rodríguez Adrados sostiene que no: Protágoras, Demócrito y Pródico son las fuentes (más su amigo Anaxágoras) del pensamiento de Pericles. En el caso de Demócrito no sabemos, reconoce el autor, si la democracia ateniense influyó en sus teorías o si sólo conoció la de su Abdera natal. La metodología del autor consiste en partir de lo evidente, algo que cuando se considera que hablar de ideas, y solo de ideas (porque hablando solo de ellas asciende en importancia el discurso de uno), tiende a pasarse por alto. Tales autores (Anaxágoras, Protágoras, pero también Damón, Hipódamo y Metón) formaban parte del círculo cotidiano de Pericles (p. 263). Existe un continuo entre la historia social y política y la de las ideas y el trabajo teórico consiste en comprender cómo se miran unas a otras; a veces, de reojo y sin querer, a veces directamente.
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