De acuerdo con lo que se comentó en las entradas
anteriores, el estudio de los críticos - y/o teóricos y/o filólogos y/o
historiadores de literatura - se hace necesario, pero no una celebración de las
“grandes figuras”, los “grandes críticos que leyeron grandes obras escritas por
grandes autores”. En serio y sin contarse historias. En el campo de la
sociología, se viene haciendo en filosofía y sociología españolas (Fco Vázquez
y José Luis Moreno Pestaña, María Francisca Fernández, Jorge Costa Delgado, Juan
Núñez, Álvaro Castro); Alejandro Estrella, dentro de la misma red
universitaria, ha publicado en el 2011 un estudio socioanalítico profundo sobre
el historiador británico marxista E. P. Thompson: Clío ante el espejo.
Quien esto escribe no ha leído La
filología en el purgatorio. Los estudios literarios en torno a 1950 (2003),
de José-Carlos Mainer. El título promete.
La etapa actual de la Universidad global es
una etapa de estancamiento por sobreproducción. También lo recuerda, a su
manera, Terry Eagleton (After Theory (2003), Death of Criticism,
recientemente The Event of Literature) o, en España, entre otros, Juan
Carlos Rodríguez (p. ej. su libro De qué hablamos cuado hablamos de
literatura (2002), o el artículo «Subjetividad y subjetivación en la
cultura de hoy (notas sobre Foucault y Heidegger y otras cuestiones anexas»
(2012)), a la suya. Como planteaba el sociólogo norteamericano R. Collins, en
la historia intelectual esas etapas pueden conducir a la mentalidad
bibliotecaria, museística, o al nihilismo intelectual (como el postmodernismo,
aunque éste tenía también raíces políticas).
Y a ese estancamiento se añade el “todo vale” actual,
la presión por publicar y las valoraciones mercantiles que parecen imponerse en
el campo académico, cada vez más dominado por la lógica mercantil, todo lo cual
no ayuda en absoluto a la investigación y análisis racionales de las
producciones en el campo cultural. El análisis racional es posible si no se exacerba
la presión por publicar lo que sea en los plazos dados por el departamento
respectivo (de forma que este obtenga fondos para que se pueda pagar a los
profes). El régimen darwiniano que se nos está imponiendo contrasta con el
letargo al respecto en las instituciones universitarias, dentro de las cuales
un gran número de individuos parecen haber aceptado las reglas del juego y no
hacen nada (dedicándose a competir con los colegas en la carrera por el puesto
fijo). Es posible, sin embargo, que la crisis y la transformación generen,
paradójicamente, un periodo de creatividad que solo es posible reaccionando a
la presión por publicar.
Adoptar el estilo ensayístico y un eclecticismo de
menú, además de una presión editorial, es síntoma de que no se sabe dónde se
está - lo cual es comprensible dada la indigestión actual de posicionamientos,
teorías e historias, la "indigestión ideológica de los años sesenta y
setenta" (p. xvi) - o de que se
quiere estar en todas partes. Y aunque no se puede saber cuál es la respuesta
ontológica, quizás al menos pueda decirse dónde se está histórica y socialmente
en el entramado y complicado andamiaje de las instituciones educativas y de
poder simbólico.
¿Significa esto que no hay que leer la Historia de la literatura española dirigida por
Mainer? Al contrario. Es imprenscindible. No hay otra forma de conocer la norma
académica contemporánea en el campo del hispanismo literario, una norma lejana
tanto de los conflictos políticos de los 70 y 80, como del relativismo
posmoderno de los 90. Una obra babélica en la que el consumidor puede elegir de
entre el amplio menú de la cocina teórica dominante, pluriforme y proteica y en
la que “lo literario” sutura los desgarrones del caos.
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