El historiador Raimundo Cuesta, de la Asociación Fedicaria, ha colgado en http://www.nebraskaria.es este excelente comentario bibliográfico del libro de Alejandro Estrella, Clío ante el Espejo. Un socioanálisis de E. P. Thompson. La reseña se refiere también al trabajo desarrollado por el grupo de Cádiz, demostrando un profundo conocimiento del mismo. Reproducimos debajo, íntegro, el texto de Raimundo Cuesta
El
historiador en la consulta del sociólogo. La construcción
sociogenética de E. P. Thompson y la historia social
A
propósito del libro de Alejandro Estrella González. Clío
ante el espejo. Un socioanálisis de E. P. Thompson.
Cádiz: Universidad de Cádiz/Universidad Autónoma Metropolitana
(UAM) Unidad Cuajimalpa (México), 2012, 342 págs. ISBN
978-607477-589-1
Raimundo
Cuesta, Fedicaria-Salamanca (raicuesta2@gmail.com)
…me
complacen esas obras en las que la teoría, porque es como el aire
que se respira, está por doquier y en ningún sitio, a la vuelta de
una nota, en el comentario de un texto antiguo, en la propia
estructura del discurso interpretativo1.
Estas
lúcidas palabras de Pierre Bourdieu, no siempre aplicables a su
propia obra (recurrentemente tentada de incurrir en una cierta
omnipotencia teórica), concuerdan, en cambio, perfectamente con la
singular aportación historiográfica E. P. Thompson, cuyo
socioanálisis y devenir es labor que emprende el libro de Alejandro
Estrella. Sin duda, como tantas veces reconoció el sociólogo
francés, la investigación desnuda de teoría queda ciega, porque la
realidad no es transparente y la explicación de la vida social no
puede conformarse con las apariencias, sino que, pertrechada del
instrumental conceptual adecuado, ha de preocuparse de elucidar las
reglas, a menudo inconscientes, que rigen el orden de los fenómenos
visibles. Ya los miembros de la trilogía de los llamados “maestros
de la sospecha” (Marx, Nietzsche y Freud) alcanzaron a vislumbrar
los engaños, los idola
tribu,
que se cobijaban bajo los supuestos de la economía política del
capitalismo, los lenguajes atravesados de valores morales o la
conductas individuales. Por ejemplo, Sigmund Freud, en su espléndida
Autobiografía,
publicada
en 1925, nos da cuenta de cómo su teoría de la represión de lo
consciente constituyó la base de la comprensión de la neurosis y
del nuevo método de investigación y curación: el psicoanálisis,
que concederá “una extraordinaria importancia al concepto de
inconsciente”2.
Incluso, al parecer, albergó la ambición de construir una teoría
general del inconsciente, capaz de ser aplicada a otras ciencias
(op., cit, pp. 98-99). Naturalmente la metateoría freudiana era
empresa desmesurada y llamada a sufrir un estrepitoso fracaso, pero
la idea “inconsciente colectivo”, “inconsciente escolar”,
“impensado social” y otras semejantes, procedentes de diversos
campos disciplinares, han atravesado el lenguaje de las ciencias
sociales y se manejan implícita o explícitamente, con un cierta
recurrencia, en la obra que comentamos. En este caso, el
“inconsciente” sociológico sería algo así como el conjunto de
condicionantes no controlados por el sujeto en su trayectoria
intelectual, que empujan la obra de un autor en determinada
dirección. Valga tal idea como principio de procedimiento, pero
advirtiendo del peligro, que aparece en algunos momentos en este
libro, de convertir tal método en pretexto para trenzar relatos,
como las a veces desmesuradas interpretaciones freudianas, basados en
la suposición y atribución de razones y motivaciones “ocultas”
en la conducta del sujeto, imposibles de contrastar con realidad
fáctica alguna distinta al mero discurso del que lo pronuncia. Claro
que el diván de la consulta del sociólogo gaditano posee una caja
de herramientas muy eficaz para eludir los males del psicologismo,
aunque no tanto para evitar un cierto sesgo sociologista gobernado
por una aplicación, quizás demasiado “fiel”, del legado teórico
de Pierre Bourdieu (principalmente de su teoría de la acción), lo
que no impide reconocer que nos encontramos ante una magnífica y muy
recomendable investigación en la que se ensaya un método de
socioanálisis acerca del devenir de la obra de E. P. Thompson dentro
historia social. En suma, como el propio profesor Estrella indica en
varias ocasiones, se trata de hacer una historia social de la
historia social a través del escrutinio en profundidad de uno de sus
más insignes representantes.
Interesa
saber que esta obra no representa una isla en el océano de la
historia de la historiografía. Por el contrario, forma parte del
continente de intereses científicos y profesionales de un grupo de
profesores de la Universidad de Cádiz, que, desde hace ya una
década, vienen trabajando, conforme a los supuestos teóricos de
Bourdieu, a fin de desentrañar la lógica social subyacente, el
“sustrato sociológico” de diversos campos de conocimiento
académico (“escolástico”, diría el sociólogo francés). En
otro momento me he referido, al comentar una reciente historia de la
historiografía3,
a la necesidad de hacer frente al “desafío Bourdieu”, esto es, a
la conveniencia de afrontar el uso histórico de sus categorías
sociológicas a la hora de diseccionar la evolución discursiva y las
reglas de diversas comunidades epistemológicas constituidas a lo
largo del tiempo. También tuve ocasión de resaltar la ejemplaridad,
en tal sentido, del libro del catedrático de Filosofía Francisco
Vázquez García (La
Filosofía española. Herederos y pretendientes. Una lectura
sociológica. 1963-1990.
Madrid: Abada), máximo exponente del proyecto colectivo de
investigación sobre los campos disciplinares, principalmente el
filosófico, de la “Escuela de Cádiz”4,
nicho de formación y producción de ideas donde se inscribe y cobra
sentido la obra que ahora glosaremos.
En
efecto, Alejandro Estrella González5,
doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Cádiz, hoy
profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana de México
(actualmente realiza estudios de historia comparada entre
la filosofía mexicana y española), es persona cultivada en ese
humus
gaditano
(de acendrada impronta filosófica) y sus armas teórico-metodológicas
son deudoras del ambicioso intento de conciliar tres líneas de
investigación que convergen en la historia y sociología del campo
filosófico, a saber, la orientada por Pierre Bourdieu (muy
intensamente empleada por Alejandro Estrella), y las deudoras del
norteamericano Randall Collins y del alemán Martin Kusch (estas dos
últimas mucho más débilmente perceptibles en el libro).
Se
concitan en su persona algunas de las características peculiares que
marcan a esta corriente escolar gaditana, a saber, sólida
formación filosófica de base, preocupación por la historia de la
producción de conocimiento y enfoque sociológico de los objetos de
estudio. Se diría que, siguiendo el rastro de Pierre Bourdieu, su
máxima y más común referencia teórica, esta escuela periférica
respecto a los círculos principales del poder académico practica
una suerte de sociología genética, una especie de historia social o
sociología histórica de los campos disciplinares. Naturalmente, el
no estar aquí ni allí, ni dentro ni fuera de fronteras reconocibles
por sus iguales, incorpora a su quehacer un plus
de “ilegitimidad”, lo que otorga a sus miembros una difusa
silueta de aspirantes a enderezar el discurso dominante en la
historia de las ideas, y los sitúa, por consiguiente, en el papel de
pretendientes a ocupar el espacio de poder-saber de un paradigma
emergente pero no consolidado en el mundo académico.
Precisamente
el propio Alejandro Estrella se ve obligado a explicarnos en una
larguísima nota de su introducción cómo el libro fue declarado
impublicable por los evaluadores del Centro de Investigaciones
Sociológicas. Ahí aprovecha para contrastar las razones de la razón
académica con las razones de una postura crítica y no convencional
sobre lo que deba ser “filosofía”, “sociología” o
“historia”. También le asiste toda la legitimidad al referirse a
la “ola anti-bourdieusiana” que reina en el mundo académico y
la consiguiente devoción a todo lo que posea el sello de lo
anglosajón, ignorando, por ejemplo, como indican J. L. Moreno
Pestaña y F. Vázquez (2008, 9)6,
la excelente escuela francesa de historia y filosofía de la ciencia,
siempre atenta a las condiciones históricas de la producción
científica.
No
ha sido una casualidad que Alejandro Estrella elija como objeto de su
pesquisa a Edward Palmer Thompson a fin de aplicar su método, el
socioanálisis, a la elucidación del devenir de la historia social a
través de uno de sus más preclaros cultivadores. Ya Anthony Giddens
recordaba en 1987 que “E. P. Thompson podría ser descrito como el
historiador de los sociólogos” (1994, 153)7.
Desde luego, el elegido no era un historiador cualquiera y la
elección implica la creencia, que compartimos, según la cual la
historia y anatomía de un campo de conocimiento pueden ser
desveladas mediante la disección sociogenética de la trayectoria de
un individuo. Claro que no a través de cualquier individuo, sino de
ese tipo de autores bastante singulares que, al decir de Foucault,
tendrían la condición de “fundadores o instauradores de
discursividad”8,
o sea, de aquellos que generan nuevas posibilidades de lo que puede
ser dicho. No estamos, sin embargo, ante la típica biografía lineal
y heroica del pensador autosuficiente y omnipotente, sino ante la
inmersión del pensamiento de un historiador en el espacio social de
su tiempo y en las coordenadas discursivas que lo atraviesan.
En
cuanto a la trama organizativa del libro, se compone de tres extensos
capítulos precedidos de un prólogo y una introducción, y seguidos
de unas breves conclusiones. En el prólogo, José Luis Moreno
Pestaña, uno de sus miembros más sobresalientes de la escuela
gaditana9,
además de presentar por qué es necesario un trabajo como éste y
algunas de sus virtudes, adelanta de rondón una de las opiniones más
desafortunadas que en el libro se sostienen, según la cual, en la
obra de Thompson es perceptible una “mala filosofía para una buena
práctica histórica” (Moreno Pestaña, 2011, 15). Esta idea de la
incapacidad filosófica y la flojedad teórica del historiador
británico, al parecer, es creencia que forma parte de un patrimonio
común de la escuela gaditana10
y, desde luego, no constituye su descubrimiento más excelso.
En
la introducción (La
historia social como crítica de la mirada escolástica)
el profesor Alejandro Estrella advierte sobre el sentido profundo de
su investigación como un ejercicio de descubrimiento del “impensado
social”, de las relaciones sociológicas subyacentes a las
formulaciones lógicas de los campos disciplinares. En cierto modo,
lo que ensaya en su libro nos evoca lo que Foucault en su La
verdad y las formas jurídicas
(Barcelona: Gedisa, 1998) consideraba la doble faz, interna y
externa, de toda verdad, de todo régimen de verdad. Tal empeño
conllevaría una crítica de la mirada
escolástica
(del mundo académico encerrado en su torre de marfil e insensible a
las condiciones de producción del conocimiento) y, por tanto, en el
caso que nos concierne, la historia social de la historia social
entrañaría un ejercicio de reflexividad. Para tal menester,
Thompson y su obra cumbre, The
Making of the English Working Class (1963),
se convertirían en el centro de la diana de una labor trituradora y
esclarecedora tanto del habitus
thompsoniano
como del campo
de
la historia social dentro del que cobra sentido.
A
continuación, siguen tres largos capítulos que mantienen un orden
relativamente cronológico siguiendo el hilo de la trayectoria de
Thompson desde sus años de formación hasta
los
de consagración como historiador de prestigio mundial. No se trata,
sin embargo, de una biografía convencional, porque más bien se
aparta del modo heroico de escribir este género y se sitúa
en
una clave narrativa que resalta la “expresividad” del sujeto
dentro del campo intelectual y político de su tiempo. En tal
sentido, también el profesor Estrella es “construccionista”
tanto por lo que se refiere al sujeto individual como al campo de la
historia social. Si quisiéramos resumir muy brevemente los tres
capítulos, se diría que en el primero (Los
senderos del profeta y la llamada de la historia)
se dibuja la matriz de disposiciones familiares, religiosas,
escolares y políticas que forjan la arquitectura del habitus
(complejo
y ambiguo) thompsoniano, y, al mismo tiempo, se dibuja el conjunto de
posiciones, estrategias y apuestas dentro del abanico de posibles que
ofrecía en su juventud el grupo de historiadores del Partido
Comunista (GHPC). A continuación, en el segundo capítulo (En
busca del valle que dé fruta),
hecha ya la opción de Tompson por la historia y el compromiso
político, el autor describe magistralmente el entramado de
condiciones dentro de las que fue posible elaborar su excelente
biografía sobre Williams
Morris11
(el doble diría yo en el que siempre se mira Thompson),
en
la que se verifica la alquimia (“alquimia social” es término que
usa a menudo nuestro autor) del romanticismo en marxismo, y texto
que, además, abre “una verdadera puerta a la concepción
thompsoniana de subjetividad y clase social” (p. 151), todo ello
dentro de un ambiente marcado por la crisis del comunismo británico,
la guerra fría y el ascenso de la New
Left.
De este modo, se califica la obra sobre Morris como laboratorio de
ideas y banco de pruebas en el que se forja la noción de agency
(la
acción humana como creación condicionada entre la necesidad y el
deseo) y the
education of desire como
una suerte de pedagogía de la posibilidad12.
Todas este bagaje teórico y conceptual, cuya base filosófica es
mirada con cierto recelo por el profesor Estrella, constituye la
armadura sobre la que se levantará su obra más famosa: La
formación de la clase obrera en Inglaterra (1963),
objeto de socioanálisis en el capítulo 3 (Malaquías
en el templo: The Making of the English Working Class).
Tras desvelar el enfoque subjetivista, la técnica de collage en el
montaje del texto, la estructura narrativa de carácter dialéctico y
el brillante estilo literario empleado, Alejandro Estrella se
interesa por la “teoría escondida” y los sustratos sociológicos
que existen tras uno de las obras de historia más celebradas del
siglo XX. El hilo oculto que la recorre radicaría en la concepción
de la subjetividad y de la clase social vinculada a la idea de agency
y
experiencia (la acción humana como creación condicionada y la clase
como resultado de un proceso de construcción mediado por la
experiencia de los sujetos). La otra cara oculta sería la lucha
contra el economicismo y mecanicismo marxista y contra el formalismo
estructuralista de la época. Finalmente, destaca, con razón, que el
hecho de poner en el centro de la formación de la clase obrera
inglesa en 1790 y 1830 la subjetividad y la experiencia autoriza a
emplear el mismo esquema para lanzar aquí y ahora nuevas pesquisas
sobre la génesis de múltiples subjetividades de nuestro tiempo. Ahí
reside la herencia más rica y fértil de la obra de E. P. Thompson.
Finalmente
en la conclusiones (Sujeto
histórico y clase social)
resume la “alquimia social” que experimentó el ambiguo y
originario habitus
thompsoniano (influencia
familiar de padre y hermano; disposiciones religiosas “metodistas”,
formación escolar, experiencia universitaria “Oxbridge”) en
contacto con el campo intelectual y político que atravesó su vida,
produciendo la metamorfosis: una cierta “sublimación del sustrato
sociológico” y su “refracción en un discurso teórico e
histórico”. Tal discurso, al que se acusa de ciertas adherencias
esencialistas y escasa fundamentación filosófica13,
sin embargo, se corregiría, en opinión del profesor Estrella, en la
práctica historiográfica thompsonmiana, investida de una
“concepción constructivista de la subjetividad” (p. 327), que se
aviene perfectamente con el interés del grupo gaditano por la
comprensión social de las nuevas subjetividades tales como las que
comparecen en el momento actual, tras el declive de la clase obrera
tradicional desde los años cincuenta14.
Un
texto como el comentado no merece cerrarse o despacharse con un
juicio superficial sobre su valor, muy grande sin duda. No obstante,
nuestra objeción más reiterada consiste en apreciar la existencia
de una cierta redundancia conceptual al servicio de una suerte de
omnipotencia interpretativa a la hora de asignar o suponer
motivaciones a conductas humanas, por lo general debida a una
infravaloración de la complejidad de los resortes implicados en la
acción de los agentes individuales. No en vano el libro trata del
inveterado problema (teológico, filosófico, político y, en suma,
humano), que no puede admitir una solución simple, entre el libre
albedrío y el determinismo. Quizás una lectura demasiado literal de
Bourdieu (al punto que algunos párrafos parecen ser sacados de una
antología del pensador galo), seguramente no sea la mejor manera de
deshacer el nudo gordiano, que tampoco el sociólogo francés supo
cortar15.
También a veces resulta un tanto abusiva la imagen dicotómica
profeta/sacerdote, ortodoxia/herejía extraída de la sociología de
las religiones weberiana, y explotada quizás en demasía. Pero lo
que parece más chocante, como ya se dejó dicho, es la tendencia a
estigmatizar una parte de la obra de Thompson, principalmente en la
que se muestra como defensor de un “humanismo socialista”, por
incurrir presuntamente en carencia de recursos propios intelectuales
de carácter filosófico: “la tendencia a fundamentar
ontológicamente la categoría <<hombre>> y de aquí a
considerar la existencia de criterios morales de validez universal”
(p. 214)16.
Esta exégesis del profesor Estrella aparece abruptamente (páginas
212 y ss.) y como de relleno, porque, al final, él mismo admite que,
en realidad, como ya quedó dicho, Thompson es, historiográficamente
hablando, un constructivista más que un esencialista. Quizás el
quid
de
la cuestión estriba en el entendimiento instrumental y práctico de
la teoría, por parte de Thompson, frente a la noción de gran
aparato productor de sentido, que prefiere manejar nuestro autor. Esa
estima reverencial del legado teórico del sociólogo francés,
consiste en usar a Bourdieu como un todo o nada, antes que como una
caja de herramientas de la que servirse conceptos de aquí y de allá,
“como el aire que se respira”.
Por
lo demás, trascendiendo el texto que reseñamos, conviene concluir
esta recensión planteándonos una pregunta: ¿pese a todos los giros
habidos en la historiografía, quién garantiza que ya pasó el
tiempo de la historia social? En el libro de Alejandro Estrella
quizás inconscientemente se toma el todo (“historia social”) por
una de sus partes (la tradición historiográfica del marxismo
británico). En cualquier caso, en 1976 se creó la Social
History Society of the United Kingdom
y en el mismo año la revista Social
History17.
Patrick Joyce en 1995 (Thompson murió en 1993) lanzaba una pregunta
retórica a la comunidad de historiadores: The
End of Social History?18
Era todo un síntoma del poderoso e invasivo giro cultural
experimentado por la historiografía de los ochenta y los noventa,
coincidente en el tiempo (no en sus postulados) con la revolución
conservadora. Ahora bien, en tocando al mundo de la historia de las
ideas, a menudo los muertos suelen resucitar cuando las
circunstancias que en el pasado les dieron vida reaparecen más o
menos transformadas. De modo que la última década, pasados los
tiempos de los fines de la historia y los giros culturales,
posestructuralistas, posmarxistas y posmodernos, parece como si
existiera “una nostalgia de la historia social”19.
Por añadidura, Geoff Eley en su célebre A
Crooked Line: From Cultural History to the History of Society.
(University of Michigan Press, 2005) ha planteado abiertamente la
necesidad de un “hibridación” entre historia social e historia
cultural y la práctica de un conveniente “pluralismo metodológico”
(Eley, 2011, 139 y 140)20.
Lo cierto y verdad es que no hay evolución lineal del conocimiento
que ineluctablemente conduzca a un paradigma universalmente aceptable
que por su novedad agote todo lo que le ha precedido; el tipo de
problemas de cada época exigen respuestas teóricas diferentes, pero
no siempre ni necesariamente lo último es lo mejor y la recurrencia
cíclica no tiene por qué ser impensable21.
Así un cierto retorno a lo social no es un imposible ni una
apetencia meramente nostálgica. Quizás todo ello tenga alguna
conexión con la comparecencia de una nueva oleada del pensamiento
crítico que acompaña a una impugnación del sistema social
dominante en su fase de “totalcapitalismo”.
En
cierto modo, seguir usando la caja de herramientas de Bourdieu, como
de manera sumamente provechosa y estimulante hacen Alejandro Estrella
y sus colegas de la escuela de Cádiz, no deja de ser un síntoma y
una promesa que invita a la esperanza, porque, parafraseando la
brillante frase bourdieusiana, “la tarea política de la ciencia
social es alzarse contra el voluntarismo irresponsable y el
cientificismo fatalista, ayudar a definir un utopismo racional
utilizando el conocimiento de lo probable para hacer realidad lo
posible”22.
Salamanca,
22 de septiembre de 2013
1
Pierre Bourdieu. Las reglas del arte. Génesis y estructura del
campo literario. Barcelona: Anagrama, 1995, p. 266.
2
Sigmund Freud. Autobiografía. Madrid: Alianza, 1970, p. 43.
3
Véase mi reseña, que se publicará en la revista Con-Ciencia
Social, 18 (2014) sobre la obra de Ignacio Peiró. Historiadores
en España. Historia de la Historia y memoria de la profesión.
Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, 2013. Antes empleé
por primera vez la invitación a tal “desafío” en otra reseña
anterior (Asclepio, LXII, 2, año 2010, pp. 664-666) sobre el
mencionado trabajo de Francisco Vázquez Díaz (La Filosofía
española. Herederos y pretendientes….). El propio profesor
Vázquez, a quien debo agradecer la noticia de la obra de Alejandro
Estrella, escribió una recensión del libro Clío ante el
espejo. Un socioanálisis de E. P. Thompson, en
Historiografías, 4 (2012), pp.127-130.
4
El volumen y la calidad de la producción de la tal “escuela”
viene a ser una sólida realidad por más que no todos sus frutos
estén igual de sazonados ni gustemos de ellos con el mismo placer y
grado de acuerdo. El propio Francisco Vázquez, en unas jornadas de
la Fundación Ortega y Gasset sobre “La Transición filosófica
española” efectuaba un balance de las críticas que había
recibido su ya su citado libro de 2009 (“Las circunstancias de
herederos y pretendientes”. Circunstancias, año XI, 30,
enero 2013, 1-17.). En la nota 4 describía el quehacer de la
escuela gaditana, que resumimos casi literalmente: “Este trabajo
tiene su núcleo en el grupo de investigación de la Universidad de
Cádiz, que ha desarrollado dos proyectos (2006-2009 y 2010-2013) de
investigación sobre esta temática financiados por el Ministerio
español de Ciencia e Innovación. Entre los trabajos derivados de
estos proyectos, pueden citarse Moreno Pestaña y Vázquez García
[Pierre Bourdieu y la Filosofía. Barcelona: Montesinos,
2006]; Moreno Pestaña [Convirtiéndose en Foucault. Sociogénesis
de un filósofo. Barcelona: Montesinos, 2006; Filosofía y
sociología en Jesús Ibáñez. Genealogía de un pensador crítico.
Madrid: Siglo XXI, 2008; y Foucault y la política. Madrid:
Tierra de nadie]; Marqués Perales [Génesis de la teoría social
de Pierre Bourdieu. Madrid: CIS, 2008]; Galván García [De
vagos y maleantes. Michel Foucault en España. Barcelona: Virus
editorial, 2010]; Estrella González [Clío ante el espejo. Un
socioanálisis de E. P. Thompson. Universidad de Cádiz, 2012],
además del monográfico sobre “Sociología de la filosofía en
España”, editado por Daimon. Revista de Filosofía en 2011
y coordinado por Francisco Vázquez. A esta relación habría que
sumar los trabajos en curso realizados por Álvaro Castro (José
Pemartín), Francisca Fernández Cáceres (Manuel Sacristán), Jorge
Costa Delgado (Ortega y Gasset), Juan Gustavo Núñez Olguín (la
recepción del régimen de Allende y su caída entre los
intelectuales españoles) (Vázquez, 2013, 12). Véase también F.
Vázquez. “Transición política y transición filosófica en la
España contemporánea: un enfoque sociofilosófico”. Con-Ciencia
Social, 14 (2010), pp. 115-123, y J. L. Moreno Pestaña. La
norma de la Filosofía. La configuración del campo filosófico
español tras la guerra civil. Madrid: Biblioteca Nueva, 2013.
Relación larga, en verdad y, sin embargo, no exhaustiva.
5
Ha pasado visitas de investigación en la Universidad de Santiago
de Compostela, en el Department of Spanish, Portuguese and Latin
American Studies de la Universidad de Leeds y en el Instituto de
Investigaciones Sociales de la UNAM. Actualmente trabaja en la línea
de investigación de la sociología de la filosofía, con un
proyecto en el cual pretende explorar los condicionantes sociales e
institucionales que orientaron la elaboración de los diferentes
discursos del exilio filosófico español en México en relación al
problema de la delimitación de fronteras entre la filosofía y las
ciencias sociales. Este proyecto se lleva a cabo en colaboración
con el grupo de investigación del Área de Filosofía de la
Universidad de Cádiz[http://sociologyofphilosophy.blogspot.com/].
Disponible en
http://web.cua.uam.mx/csh/index.php?option=com_content&view=article&id=379%3Adralejandroestrella&catid=54%3Anuestros-docentes&Itemid=114
6
En “Presentación”. J. L. Moreno Pestaña y F. Vázquez García
(eds.). Pierre Bourdieu y la filosofía. Barcelona:
Montesinos, 2008, p. 9. Si no más, ignorancia o desprecio
semejantes suelen cultivarse en el campo de la historiografía.
Recuerdo ahora cómo con motivo de la muerte de P. Bourdieu, escribí
en la revista Con-Ciencia Social (nº 6, 2002, p. 169) un
nota necrológica en la que, evocando a un microhistoriador (en
todos los sentidos) valenciano, de cuyo nombre no quiero acordarme,
que había comparado a Bourdieu con el tabaco, porque, venía a
decir, ambos serían perjudiciales para la salud. Para, añado yo
ahora, la salud del ramplón empirismo reinante entre los
cultivadores de Clío.
7
Y seguía así: “Hay pocos historiadores a los que los sociólogos
les guste citar especialmente, y es probablemente cierto que la obra
de Thompson goza de mayor estima entre los sociólogos que entre, al
menos, ciertos grupos de profesionales de la historia”. En A.
Giddens. “Fuera del mecanicismo: E. P. Thompson sobre conciencia e
historia”. Historia Social, 18 (1994), pp. 153-170. Con
motivo de su muerte en agosto de 1993, la revista Historia Social
confeccionó en su número 18 (1994) un monográfico para la
ocasión. Allí Josep Fontana cuenta cómo en 1968 se topó con The
Making of the English Working Class en una librería de la
Rambla de Barcelona. El historiador catalán prologaría la primera
versión castellana de tan incomparable obra en 1977 en la editorial
Laia. El primer número de la revista Historia Social,
privilegiado mirador de la recepción en España de la historia
social, data de 1988. En ese mismo año se edita en castellano otra
de las obras cumbres de E. P. Thompson. Williams Morris. Romantic
to Revolutionary (Wiliams Morris. De romántico a
revolucionario. Valencia: Edicions Alfons el Magnànim, 1988).
Pues bien, entre esas dos fechas, poco más de una década, se
produce la eclosión hispana de la historia social y de la tradición
marxista británica, que, efectivamente, como describió Harvey J.
Kaye en su The British Marxist Historians (Polity Press,
1984), acuñó una tradición intelectual diferenciada.
8
Michel Foucault. “¿Qué es un autor? En Obras esenciales I.
Entre filosofía y literatura. Barcelona: Paidós, pp. 344-345.
9
Y quizás más imprudente, a nuestro modo de ver.
Por ejemplo, en su Foucault y la
política (Madrid: Tierra de nadie,
2011) se presenta al pensador francés como una trayectoria errática
que, tras no pocas ofuscaciones y arrepentimientos, políticos y
teóricos, alcanza a ver la luz de la verdad cuando sufre, en su
última etapa, un viraje paulino hacia la problemática de la
subjetividad y la práctica de la “libertad posible”, p. 120). O
sea, el mejor Foucault, el último, o sea, el más “suave” y
compatible con la democracia realmente existente. Parece que pasó
el tiempo de los profetas y es hora de los científicos sociales.
10
Por cierto, punto de vista que también comparte
Francisco Vázquez en su citada reseña del libro del profesor
Estrella (Historiografías,
4, 2012, pp. 127-130).
11
Con razón señala la existencia de “dos
Morris”, dos ediciones, la primera de 1955, es seguida de otra muy
modificada en 1977, cuyas variaciones obedecen al trayecto, cada vez
más heterodoxo, del historiador británico. La española, que sigue
a la de 1977, se aderezó, como ya mencionamos en 1988, y en ella el
propio Thompson señalaba que Morris “fue un comunista verde” y
un “crítico del estatismo centralizado” (Thompson, 1988,
prefacio a la edición española).
12
La educación del deseo y la concepción de la
acción humana entre la necesidad y el deseo ha significado un
aspecto valioso en la formulación dentro de Fedicaria de los
principios de una didáctica crítica. Véase Raimundo Cuesta. “La
educación histórica del deseo. La didáctica de la crítica y el
futuro del viaje a Fedicaria”. Con-Ciencia
Social, 3 (1999), pp. 70-97. Y también
R. Cuesta et al. “Didáctica crítica. Allí donde se encuentran
necesidad y deseo”. Con-Ciencia
Social, 9 (2005), pp. 17-54. En este
segundo artículo se partía de una cita del poema thompsoniano The
Place Called Choice para defender la
concepción de la didáctica como un espacio teórico y práctico
donde ejercitar la “educación del deseo” y “la posibilidad de
la posibilidad”. Por otro lado, la revista fedicariana también ha
llevado a sus páginas la teoría de la acción de Pierre Bourdieu.
Véase Antonio Molpeceres. “Una teoría de la acción para la
educación”. Con-Ciencia Social,
14 (2010), pp. 15-80.
13
“Thompson carece de recursos específicos…al
menos a nivel filosófico” (p. 214). Tesis que se nos antoja
escasamente relevante dentro del marco teórico de un socioanálisis.
14
En 1985 visité Londres cuando las luchas de los
mineros contra el gobierno de Margaret Thatcher declinaban y otras
muchas cosas iban a naufragar. Allí compré y leí el libro de
Harvey J. Kaye (The British Marxist
Historians, Oxford, Polity Press,
1984). Visto desde hoy, el libro y la situación evocan el
testamento de una tradición.
15
Desde luego, su crítica al simplismo antropológico del homo
oeconomicus es sustituida por un entendimiento más rico y
refinado del ser humano que opera en el espacio social merced a un
habitus forjado en su trayectoria personal respecto a los
campos sociales en los que se integra su práctica. Estos dos
conceptos (habitus y campo) contienen un gran
potencial heurístico, pero la totalidad de la teoría de la acción
de Bourdieu, tomada literalmente, puede restarla interés.
16
Quizás hubiera sido más productivo insertar las posiciones
filosóficas de E. P. Thompson dentro de un “marxismo cálido”,
que no ha dejado de estar presente en pensadores del siglo XX como
Ernst Bloch o Walter Benjamin, por poner dos casos.
17
Véase Santos Juliá. Historia social/sociología histórica.
Madrid: siglo XXI, 1989, p. 30. En España el primer congreso de
historia social tuvo lugar en Zaragoza en septiembre de 1990, poco
antes se había creado la Asociación de Historia Social y,
como ya se indicó, el primer número de la revista Historia
Social data de 1988. Véase Santiago Castillo (coord.). La
historia social en España. Actualidad y perspectivas. Madrid:
Siglo XXI, 1991. En fin, a la altura de 1991 el panorama evocaba
todavía un “secano español” en expresión de Julián Casanova,
quien tuvo que “revisitar” el apéndice de su libro cuando
reeditó en 2003 su obra La historia social y los historiadores:
¿cenicienta o princesa? Barcelona: Crítica, 2003 (1ª edición
de 1991).
18
Título de un célebre artículo publicado en Social History,
20/1 (1995), pp. 73-92.
19
William H. Sewell. “Líneas torcidas”. Historia Social,
69 (2011), pp. 93-106. En este muy valioso dossier de la revista que
reproduce el publicado en Historical Review, vol. 113/2
(2008), pp. 391-437, se acomete el debate ocasionado por el famoso
libro de Geoff Eley, A Crooked Line…, escrito originalmente
en inglés entre 2003 y 2004, y traducido al español como Una
línea torcida. De la historia cultural a la historia de la
sociedad. Valencia: PUV, 2008.
20
“El mundo profano e imperfecto de la historiografía”. Historia
Social, 69 (2011), pp. 129-142.
21
Desde luego aquí no abogamos sin más por un regreso a las esencias
de la historia social. Es más el movimiento de crítica
postmoderna ha introducido temas irreversibles como la crítica de
las verdades historiográficas establecidas y de la profesión de
historiador. Véase por ejemplo, Aitor Bolaños de Miguel: “Crítica
de la historia, política emancipatoria y moralidades postmodernas
en la obra de Keith Jenkins”. Isegoría, 44 (2011), pp.
217-238.De ahí que la hibridación que defiende G. Eley tenga algún
sentido (y no pocos peligros), siempre y cuando, como creemos, se
ponga al servicio de una crítica de la actualidad. La historia
del presente, entendida al modo foucaultiano como genealogía de
los problemas que nos afectan, contiene posibilidades de repensar
críticamente la historia y el oficio de historiador.
22
Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant. Una invitación a la sociología
reflexiva. Madrid: Siglo XXI, 2005, p. 278.
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ResponderEliminarCuelgo aquí el comentario con el que comparto la reseña en facebook:
ResponderEliminarInteresante reseña de una historiador competente que conoce lo que hacemos y que nos lee con simpatía y distancia, lo cual nos honra. No acabo de comprender qué reprocha sobre la formación filosófica de Thompson. Thompson es movilizado permanentemente como crítico de Althusser y de otros pensadores franceses, sobre todo en medios marxistas. Hacen bien. Pero "Miseria de la teoría" es un mal libro (en lo que tiene de crítica a Althusser) lleno de prejuicios y carente de una lectura comprensiva: algún discípulo de Sacristán lo muestra. Y es uno de los libros que más se conocen y se utilizan. Thompson quiere ejercer como filósofo, y lo hace fatal ¿hay que callarse al respecto? Por lo demás, me honran, repito, los adjetivos que me dedica el el profesor Raimundo Cuesta, fundamentalmente el de imprudente, cosa que me define más que bien a muchos niveles. Lo digo con toda cordialidad y de manera sincera. Pero la cita que hace de "Foucault y la política" es una manipulación de lo que digo. Reproduzco el texto al lector: "¿Quiere decir esto que hay un Foucault para todos? No. Hay posiciones imposibles de encontrar en Foucault: además de las aberraciones
políticas (fascismo o estalinismo), Foucault no fue socialdemócrata
estatista ni liberal radical. Fue sucesivamente comunista, gaullista
(o eso parece), izquierdista y socialista liberal (la tercera vía de
Blair y Clinton, parece lo más próximo de su ideario político final).
Fuese lo que fuese, sin embargo, Foucault amplió los horizontes del
pensamiento político. Es difícil que cualquier posición política de iz -
quierda se pueda construir exclusivamente con él. Contra él u olvi -
dándolo se condena a la inepcia. Foucault elevó nuestro nivel político
ampliando nuestro conocimiento sobre cómo funciona el poder y
ayudando, por consiguiente, a pensar y a practicar mejor la libertad
posible". Aunque el desdén, la suficiencia y la manipulación son habituales cuando se analiza cómo he intentado acercarme -muy malamente, lo sé- a Foucault (un pensador de la libertad que ha generado más devociones coriáceas que la Virgen de la Macarena y sobre el que se escriben banalidades sin cuento todos los días sin que nadie salte), debido a lo bourdisiano que es uno, he logrado habituarme, y tomármelo con estoicismo. En este caso, lo digo porque contrasta tan radicalmente con mis posiciones políticas, que están más allá de lo teórico y que salen de lo académico, que me fastidia. Y es un tema que me importa mucho. No, pese a que les gustaría a algunos, con el neoliberalismo "simpatiza" Foucault en cursos que ellos leen -y no sé cómo: pero son misterios de la hermenéutica escolástica- casi como revolucionarios. No este humilde servidor, que sólo ha intentado leerlos en serio.
Aclaro que lo de la devoción coriácea no está dicho a propósito de Raimundo Cuesta, persona por la que, sin conocerla personalmente, tengo el mayor de los respetos y de la que aprendo mucho leyéndola. Quien siga mi blog sabe a qué tipo de lecturas me refiero.