Vistas de página en total

lunes, 23 de septiembre de 2013

Comentario bibliográfico de Raimundo Cuesta sobre "Clío ante el espejo. Un socioanálisis de E. P. Thompson"






El historiador Raimundo Cuesta, de la Asociación Fedicaria, ha colgado en  http://www.nebraskaria.es este excelente comentario bibliográfico del libro de Alejandro Estrella, Clío ante el Espejo. Un socioanálisis de E. P. Thompson. La reseña se refiere también al trabajo desarrollado por el grupo de Cádiz, demostrando un profundo conocimiento del mismo. Reproducimos debajo, íntegro, el texto de Raimundo Cuesta

El historiador en la consulta del sociólogo. La construcción sociogenética de E. P. Thompson y la historia social
A propósito del libro de Alejandro Estrella González. Clío ante el espejo. Un socioanálisis de E. P. Thompson. Cádiz: Universidad de Cádiz/Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Unidad Cuajimalpa (México), 2012, 342 págs. ISBN 978-607477-589-1
Raimundo Cuesta, Fedicaria-Salamanca (raicuesta2@gmail.com)
me complacen esas obras en las que la teoría, porque es como el aire que se respira, está por doquier y en ningún sitio, a la vuelta de una nota, en el comentario de un texto antiguo, en la propia estructura del discurso interpretativo1.

Estas lúcidas palabras de Pierre Bourdieu, no siempre aplicables a su propia obra (recurrentemente tentada de incurrir en una cierta omnipotencia teórica), concuerdan, en cambio, perfectamente con la singular aportación historiográfica E. P. Thompson, cuyo socioanálisis y devenir es labor que emprende el libro de Alejandro Estrella. Sin duda, como tantas veces reconoció el sociólogo francés, la investigación desnuda de teoría queda ciega, porque la realidad no es transparente y la explicación de la vida social no puede conformarse con las apariencias, sino que, pertrechada del instrumental conceptual adecuado, ha de preocuparse de elucidar las reglas, a menudo inconscientes, que rigen el orden de los fenómenos visibles. Ya los miembros de la trilogía de los llamados “maestros de la sospecha” (Marx, Nietzsche y Freud) alcanzaron a vislumbrar los engaños, los idola tribu, que se cobijaban bajo los supuestos de la economía política del capitalismo, los lenguajes atravesados de valores morales o la conductas individuales. Por ejemplo, Sigmund Freud, en su espléndida Autobiografía, publicada en 1925, nos da cuenta de cómo su teoría de la represión de lo consciente constituyó la base de la comprensión de la neurosis y del nuevo método de investigación y curación: el psicoanálisis, que concederá “una extraordinaria importancia al concepto de inconsciente”2. Incluso, al parecer, albergó la ambición de construir una teoría general del inconsciente, capaz de ser aplicada a otras ciencias (op., cit, pp. 98-99). Naturalmente la metateoría freudiana era empresa desmesurada y llamada a sufrir un estrepitoso fracaso, pero la idea “inconsciente colectivo”, “inconsciente escolar”, “impensado social” y otras semejantes, procedentes de diversos campos disciplinares, han atravesado el lenguaje de las ciencias sociales y se manejan implícita o explícitamente, con un cierta recurrencia, en la obra que comentamos. En este caso, el “inconsciente” sociológico sería algo así como el conjunto de condicionantes no controlados por el sujeto en su trayectoria intelectual, que empujan la obra de un autor en determinada dirección. Valga tal idea como principio de procedimiento, pero advirtiendo del peligro, que aparece en algunos momentos en este libro, de convertir tal método en pretexto para trenzar relatos, como las a veces desmesuradas interpretaciones freudianas, basados en la suposición y atribución de razones y motivaciones “ocultas” en la conducta del sujeto, imposibles de contrastar con realidad fáctica alguna distinta al mero discurso del que lo pronuncia. Claro que el diván de la consulta del sociólogo gaditano posee una caja de herramientas muy eficaz para eludir los males del psicologismo, aunque no tanto para evitar un cierto sesgo sociologista gobernado por una aplicación, quizás demasiado “fiel”, del legado teórico de Pierre Bourdieu (principalmente de su teoría de la acción), lo que no impide reconocer que nos encontramos ante una magnífica y muy recomendable investigación en la que se ensaya un método de socioanálisis acerca del devenir de la obra de E. P. Thompson dentro historia social. En suma, como el propio profesor Estrella indica en varias ocasiones, se trata de hacer una historia social de la historia social a través del escrutinio en profundidad de uno de sus más insignes representantes.
Interesa saber que esta obra no representa una isla en el océano de la historia de la historiografía. Por el contrario, forma parte del continente de intereses científicos y profesionales de un grupo de profesores de la Universidad de Cádiz, que, desde hace ya una década, vienen trabajando, conforme a los supuestos teóricos de Bourdieu, a fin de desentrañar la lógica social subyacente, el “sustrato sociológico” de diversos campos de conocimiento académico (“escolástico”, diría el sociólogo francés). En otro momento me he referido, al comentar una reciente historia de la historiografía3, a la necesidad de hacer frente al “desafío Bourdieu”, esto es, a la conveniencia de afrontar el uso histórico de sus categorías sociológicas a la hora de diseccionar la evolución discursiva y las reglas de diversas comunidades epistemológicas constituidas a lo largo del tiempo. También tuve ocasión de resaltar la ejemplaridad, en tal sentido, del libro del catedrático de Filosofía Francisco Vázquez García (La Filosofía española. Herederos y pretendientes. Una lectura sociológica. 1963-1990. Madrid: Abada), máximo exponente del proyecto colectivo de investigación sobre los campos disciplinares, principalmente el filosófico, de la “Escuela de Cádiz”4, nicho de formación y producción de ideas donde se inscribe y cobra sentido la obra que ahora glosaremos.
En efecto, Alejandro Estrella González5, doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Cádiz, hoy profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana de México (actualmente realiza estudios de historia comparada entre la filosofía mexicana y española), es persona cultivada en ese humus gaditano (de acendrada impronta filosófica) y sus armas teórico-metodológicas son deudoras del ambicioso intento de conciliar tres líneas de investigación que convergen en la historia y sociología del campo filosófico, a saber, la orientada por Pierre Bourdieu (muy intensamente empleada por Alejandro Estrella), y las deudoras del norteamericano Randall Collins y del alemán Martin Kusch (estas dos últimas mucho más débilmente perceptibles en el libro).
Se concitan en su persona algunas de las características peculiares que marcan a esta corriente escolar gaditana, a saber, sólida formación filosófica de base, preocupación por la historia de la producción de conocimiento y enfoque sociológico de los objetos de estudio. Se diría que, siguiendo el rastro de Pierre Bourdieu, su máxima y más común referencia teórica, esta escuela periférica respecto a los círculos principales del poder académico practica una suerte de sociología genética, una especie de historia social o sociología histórica de los campos disciplinares. Naturalmente, el no estar aquí ni allí, ni dentro ni fuera de fronteras reconocibles por sus iguales, incorpora a su quehacer un plus de “ilegitimidad”, lo que otorga a sus miembros una difusa silueta de aspirantes a enderezar el discurso dominante en la historia de las ideas, y los sitúa, por consiguiente, en el papel de pretendientes a ocupar el espacio de poder-saber de un paradigma emergente pero no consolidado en el mundo académico.
Precisamente el propio Alejandro Estrella se ve obligado a explicarnos en una larguísima nota de su introducción cómo el libro fue declarado impublicable por los evaluadores del Centro de Investigaciones Sociológicas. Ahí aprovecha para contrastar las razones de la razón académica con las razones de una postura crítica y no convencional sobre lo que deba ser “filosofía”, “sociología” o “historia”. También le asiste toda la legitimidad al referirse a la “ola anti-bourdieusiana” que reina en el mundo académico y la consiguiente devoción a todo lo que posea el sello de lo anglosajón, ignorando, por ejemplo, como indican J. L. Moreno Pestaña y F. Vázquez (2008, 9)6, la excelente escuela francesa de historia y filosofía de la ciencia, siempre atenta a las condiciones históricas de la producción científica.
No ha sido una casualidad que Alejandro Estrella elija como objeto de su pesquisa a Edward Palmer Thompson a fin de aplicar su método, el socioanálisis, a la elucidación del devenir de la historia social a través de uno de sus más preclaros cultivadores. Ya Anthony Giddens recordaba en 1987 que “E. P. Thompson podría ser descrito como el historiador de los sociólogos” (1994, 153)7. Desde luego, el elegido no era un historiador cualquiera y la elección implica la creencia, que compartimos, según la cual la historia y anatomía de un campo de conocimiento pueden ser desveladas mediante la disección sociogenética de la trayectoria de un individuo. Claro que no a través de cualquier individuo, sino de ese tipo de autores bastante singulares que, al decir de Foucault, tendrían la condición de “fundadores o instauradores de discursividad”8, o sea, de aquellos que generan nuevas posibilidades de lo que puede ser dicho. No estamos, sin embargo, ante la típica biografía lineal y heroica del pensador autosuficiente y omnipotente, sino ante la inmersión del pensamiento de un historiador en el espacio social de su tiempo y en las coordenadas discursivas que lo atraviesan.
En cuanto a la trama organizativa del libro, se compone de tres extensos capítulos precedidos de un prólogo y una introducción, y seguidos de unas breves conclusiones. En el prólogo, José Luis Moreno Pestaña, uno de sus miembros más sobresalientes de la escuela gaditana9, además de presentar por qué es necesario un trabajo como éste y algunas de sus virtudes, adelanta de rondón una de las opiniones más desafortunadas que en el libro se sostienen, según la cual, en la obra de Thompson es perceptible una “mala filosofía para una buena práctica histórica” (Moreno Pestaña, 2011, 15). Esta idea de la incapacidad filosófica y la flojedad teórica del historiador británico, al parecer, es creencia que forma parte de un patrimonio común de la escuela gaditana10 y, desde luego, no constituye su descubrimiento más excelso.
En la introducción (La historia social como crítica de la mirada escolástica) el profesor Alejandro Estrella advierte sobre el sentido profundo de su investigación como un ejercicio de descubrimiento del “impensado social”, de las relaciones sociológicas subyacentes a las formulaciones lógicas de los campos disciplinares. En cierto modo, lo que ensaya en su libro nos evoca lo que Foucault en su La verdad y las formas jurídicas (Barcelona: Gedisa, 1998) consideraba la doble faz, interna y externa, de toda verdad, de todo régimen de verdad. Tal empeño conllevaría una crítica de la mirada escolástica (del mundo académico encerrado en su torre de marfil e insensible a las condiciones de producción del conocimiento) y, por tanto, en el caso que nos concierne, la historia social de la historia social entrañaría un ejercicio de reflexividad. Para tal menester, Thompson y su obra cumbre, The Making of the English Working Class (1963), se convertirían en el centro de la diana de una labor trituradora y esclarecedora tanto del habitus thompsoniano como del campo de la historia social dentro del que cobra sentido.
A continuación, siguen tres largos capítulos que mantienen un orden relativamente cronológico siguiendo el hilo de la trayectoria de Thompson desde sus años de formación hasta los de consagración como historiador de prestigio mundial. No se trata, sin embargo, de una biografía convencional, porque más bien se aparta del modo heroico de escribir este género y se sitúa en una clave narrativa que resalta la “expresividad” del sujeto dentro del campo intelectual y político de su tiempo. En tal sentido, también el profesor Estrella es “construccionista” tanto por lo que se refiere al sujeto individual como al campo de la historia social. Si quisiéramos resumir muy brevemente los tres capítulos, se diría que en el primero (Los senderos del profeta y la llamada de la historia) se dibuja la matriz de disposiciones familiares, religiosas, escolares y políticas que forjan la arquitectura del habitus (complejo y ambiguo) thompsoniano, y, al mismo tiempo, se dibuja el conjunto de posiciones, estrategias y apuestas dentro del abanico de posibles que ofrecía en su juventud el grupo de historiadores del Partido Comunista (GHPC). A continuación, en el segundo capítulo (En busca del valle que dé fruta), hecha ya la opción de Tompson por la historia y el compromiso político, el autor describe magistralmente el entramado de condiciones dentro de las que fue posible elaborar su excelente biografía sobre Williams Morris11 (el doble diría yo en el que siempre se mira Thompson), en la que se verifica la alquimia (“alquimia social” es término que usa a menudo nuestro autor) del romanticismo en marxismo, y texto que, además, abre “una verdadera puerta a la concepción thompsoniana de subjetividad y clase social” (p. 151), todo ello dentro de un ambiente marcado por la crisis del comunismo británico, la guerra fría y el ascenso de la New Left. De este modo, se califica la obra sobre Morris como laboratorio de ideas y banco de pruebas en el que se forja la noción de agency (la acción humana como creación condicionada entre la necesidad y el deseo) y the education of desire como una suerte de pedagogía de la posibilidad12. Todas este bagaje teórico y conceptual, cuya base filosófica es mirada con cierto recelo por el profesor Estrella, constituye la armadura sobre la que se levantará su obra más famosa: La formación de la clase obrera en Inglaterra (1963), objeto de socioanálisis en el capítulo 3 (Malaquías en el templo: The Making of the English Working Class). Tras desvelar el enfoque subjetivista, la técnica de collage en el montaje del texto, la estructura narrativa de carácter dialéctico y el brillante estilo literario empleado, Alejandro Estrella se interesa por la “teoría escondida” y los sustratos sociológicos que existen tras uno de las obras de historia más celebradas del siglo XX. El hilo oculto que la recorre radicaría en la concepción de la subjetividad y de la clase social vinculada a la idea de agency y experiencia (la acción humana como creación condicionada y la clase como resultado de un proceso de construcción mediado por la experiencia de los sujetos). La otra cara oculta sería la lucha contra el economicismo y mecanicismo marxista y contra el formalismo estructuralista de la época. Finalmente, destaca, con razón, que el hecho de poner en el centro de la formación de la clase obrera inglesa en 1790 y 1830 la subjetividad y la experiencia autoriza a emplear el mismo esquema para lanzar aquí y ahora nuevas pesquisas sobre la génesis de múltiples subjetividades de nuestro tiempo. Ahí reside la herencia más rica y fértil de la obra de E. P. Thompson.
Finalmente en la conclusiones (Sujeto histórico y clase social) resume la “alquimia social” que experimentó el ambiguo y originario habitus thompsoniano (influencia familiar de padre y hermano; disposiciones religiosas “metodistas”, formación escolar, experiencia universitaria “Oxbridge”) en contacto con el campo intelectual y político que atravesó su vida, produciendo la metamorfosis: una cierta “sublimación del sustrato sociológico” y su “refracción en un discurso teórico e histórico”. Tal discurso, al que se acusa de ciertas adherencias esencialistas y escasa fundamentación filosófica13, sin embargo, se corregiría, en opinión del profesor Estrella, en la práctica historiográfica thompsonmiana, investida de una “concepción constructivista de la subjetividad” (p. 327), que se aviene perfectamente con el interés del grupo gaditano por la comprensión social de las nuevas subjetividades tales como las que comparecen en el momento actual, tras el declive de la clase obrera tradicional desde los años cincuenta14.
Un texto como el comentado no merece cerrarse o despacharse con un juicio superficial sobre su valor, muy grande sin duda. No obstante, nuestra objeción más reiterada consiste en apreciar la existencia de una cierta redundancia conceptual al servicio de una suerte de omnipotencia interpretativa a la hora de asignar o suponer motivaciones a conductas humanas, por lo general debida a una infravaloración de la complejidad de los resortes implicados en la acción de los agentes individuales. No en vano el libro trata del inveterado problema (teológico, filosófico, político y, en suma, humano), que no puede admitir una solución simple, entre el libre albedrío y el determinismo. Quizás una lectura demasiado literal de Bourdieu (al punto que algunos párrafos parecen ser sacados de una antología del pensador galo), seguramente no sea la mejor manera de deshacer el nudo gordiano, que tampoco el sociólogo francés supo cortar15. También a veces resulta un tanto abusiva la imagen dicotómica profeta/sacerdote, ortodoxia/herejía extraída de la sociología de las religiones weberiana, y explotada quizás en demasía. Pero lo que parece más chocante, como ya se dejó dicho, es la tendencia a estigmatizar una parte de la obra de Thompson, principalmente en la que se muestra como defensor de un “humanismo socialista”, por incurrir presuntamente en carencia de recursos propios intelectuales de carácter filosófico: “la tendencia a fundamentar ontológicamente la categoría <<hombre>> y de aquí a considerar la existencia de criterios morales de validez universal” (p. 214)16. Esta exégesis del profesor Estrella aparece abruptamente (páginas 212 y ss.) y como de relleno, porque, al final, él mismo admite que, en realidad, como ya quedó dicho, Thompson es, historiográficamente hablando, un constructivista más que un esencialista. Quizás el quid de la cuestión estriba en el entendimiento instrumental y práctico de la teoría, por parte de Thompson, frente a la noción de gran aparato productor de sentido, que prefiere manejar nuestro autor. Esa estima reverencial del legado teórico del sociólogo francés, consiste en usar a Bourdieu como un todo o nada, antes que como una caja de herramientas de la que servirse conceptos de aquí y de allá, “como el aire que se respira”.
Por lo demás, trascendiendo el texto que reseñamos, conviene concluir esta recensión planteándonos una pregunta: ¿pese a todos los giros habidos en la historiografía, quién garantiza que ya pasó el tiempo de la historia social? En el libro de Alejandro Estrella quizás inconscientemente se toma el todo (“historia social”) por una de sus partes (la tradición historiográfica del marxismo británico). En cualquier caso, en 1976 se creó la Social History Society of the United Kingdom y en el mismo año la revista Social History17. Patrick Joyce en 1995 (Thompson murió en 1993) lanzaba una pregunta retórica a la comunidad de historiadores: The End of Social History?18 Era todo un síntoma del poderoso e invasivo giro cultural experimentado por la historiografía de los ochenta y los noventa, coincidente en el tiempo (no en sus postulados) con la revolución conservadora. Ahora bien, en tocando al mundo de la historia de las ideas, a menudo los muertos suelen resucitar cuando las circunstancias que en el pasado les dieron vida reaparecen más o menos transformadas. De modo que la última década, pasados los tiempos de los fines de la historia y los giros culturales, posestructuralistas, posmarxistas y posmodernos, parece como si existiera “una nostalgia de la historia social”19. Por añadidura, Geoff Eley en su célebre A Crooked Line: From Cultural History to the History of Society. (University of Michigan Press, 2005) ha planteado abiertamente la necesidad de un “hibridación” entre historia social e historia cultural y la práctica de un conveniente “pluralismo metodológico” (Eley, 2011, 139 y 140)20. Lo cierto y verdad es que no hay evolución lineal del conocimiento que ineluctablemente conduzca a un paradigma universalmente aceptable que por su novedad agote todo lo que le ha precedido; el tipo de problemas de cada época exigen respuestas teóricas diferentes, pero no siempre ni necesariamente lo último es lo mejor y la recurrencia cíclica no tiene por qué ser impensable21. Así un cierto retorno a lo social no es un imposible ni una apetencia meramente nostálgica. Quizás todo ello tenga alguna conexión con la comparecencia de una nueva oleada del pensamiento crítico que acompaña a una impugnación del sistema social dominante en su fase de “totalcapitalismo”.
En cierto modo, seguir usando la caja de herramientas de Bourdieu, como de manera sumamente provechosa y estimulante hacen Alejandro Estrella y sus colegas de la escuela de Cádiz, no deja de ser un síntoma y una promesa que invita a la esperanza, porque, parafraseando la brillante frase bourdieusiana, “la tarea política de la ciencia social es alzarse contra el voluntarismo irresponsable y el cientificismo fatalista, ayudar a definir un utopismo racional utilizando el conocimiento de lo probable para hacer realidad lo posible”22.

Salamanca, 22 de septiembre de 2013




1 Pierre Bourdieu. Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario. Barcelona: Anagrama, 1995, p. 266.

2 Sigmund Freud. Autobiografía. Madrid: Alianza, 1970, p. 43.

3 Véase mi reseña, que se publicará en la revista Con-Ciencia Social, 18 (2014) sobre la obra de Ignacio Peiró. Historiadores en España. Historia de la Historia y memoria de la profesión. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, 2013. Antes empleé por primera vez la invitación a tal “desafío” en otra reseña anterior (Asclepio, LXII, 2, año 2010, pp. 664-666) sobre el mencionado trabajo de Francisco Vázquez Díaz (La Filosofía española. Herederos y pretendientes….). El propio profesor Vázquez, a quien debo agradecer la noticia de la obra de Alejandro Estrella, escribió una recensión del libro Clío ante el espejo. Un socioanálisis de E. P. Thompson, en Historiografías, 4 (2012), pp.127-130.

4 El volumen y la calidad de la producción de la tal “escuela” viene a ser una sólida realidad por más que no todos sus frutos estén igual de sazonados ni gustemos de ellos con el mismo placer y grado de acuerdo. El propio Francisco Vázquez, en unas jornadas de la Fundación Ortega y Gasset sobre “La Transición filosófica española” efectuaba un balance de las críticas que había recibido su ya su citado libro de 2009 (“Las circunstancias de herederos y pretendientes”. Circunstancias, año XI, 30, enero 2013, 1-17.). En la nota 4 describía el quehacer de la escuela gaditana, que resumimos casi literalmente: “Este trabajo tiene su núcleo en el grupo de investigación de la Universidad de Cádiz, que ha desarrollado dos proyectos (2006-2009 y 2010-2013) de investigación sobre esta temática financiados por el Ministerio español de Ciencia e Innovación. Entre los trabajos derivados de estos proyectos, pueden citarse Moreno Pestaña y Vázquez García [Pierre Bourdieu y la Filosofía. Barcelona: Montesinos, 2006]; Moreno Pestaña [Convirtiéndose en Foucault. Sociogénesis de un filósofo. Barcelona: Montesinos, 2006; Filosofía y sociología en Jesús Ibáñez. Genealogía de un pensador crítico. Madrid: Siglo XXI, 2008; y Foucault y la política. Madrid: Tierra de nadie]; Marqués Perales [Génesis de la teoría social de Pierre Bourdieu. Madrid: CIS, 2008]; Galván García [De vagos y maleantes. Michel Foucault en España. Barcelona: Virus editorial, 2010]; Estrella González [Clío ante el espejo. Un socioanálisis de E. P. Thompson. Universidad de Cádiz, 2012], además del monográfico sobre “Sociología de la filosofía en España”, editado por Daimon. Revista de Filosofía en 2011 y coordinado por Francisco Vázquez. A esta relación habría que sumar los trabajos en curso realizados por Álvaro Castro (José Pemartín), Francisca Fernández Cáceres (Manuel Sacristán), Jorge Costa Delgado (Ortega y Gasset), Juan Gustavo Núñez Olguín (la recepción del régimen de Allende y su caída entre los intelectuales españoles) (Vázquez, 2013, 12). Véase también F. Vázquez. “Transición política y transición filosófica en la España contemporánea: un enfoque sociofilosófico”. Con-Ciencia Social, 14 (2010), pp. 115-123, y J. L. Moreno Pestaña. La norma de la Filosofía. La configuración del campo filosófico español tras la guerra civil. Madrid: Biblioteca Nueva, 2013. Relación larga, en verdad y, sin embargo, no exhaustiva.

5 Ha pasado visitas de investigación en la Universidad de Santiago de Compostela, en el Department of Spanish, Portuguese and Latin American Studies de la Universidad de Leeds y en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Actualmente trabaja en la línea de investigación de la sociología de la filosofía, con un proyecto en el cual pretende explorar los condicionantes sociales e institucionales que orientaron la elaboración de los diferentes discursos del exilio filosófico español en México en relación al problema de la delimitación de fronteras entre la filosofía y las ciencias sociales. Este proyecto se lleva a cabo en colaboración con el grupo de investigación del Área de Filosofía de la Universidad de Cádiz[http://sociologyofphilosophy.blogspot.com/]. Disponible en http://web.cua.uam.mx/csh/index.php?option=com_content&view=article&id=379%3Adralejandroestrella&catid=54%3Anuestros-docentes&Itemid=114

6 En “Presentación”. J. L. Moreno Pestaña y F. Vázquez García (eds.). Pierre Bourdieu y la filosofía. Barcelona: Montesinos, 2008, p. 9. Si no más, ignorancia o desprecio semejantes suelen cultivarse en el campo de la historiografía. Recuerdo ahora cómo con motivo de la muerte de P. Bourdieu, escribí en la revista Con-Ciencia Social (nº 6, 2002, p. 169) un nota necrológica en la que, evocando a un microhistoriador (en todos los sentidos) valenciano, de cuyo nombre no quiero acordarme, que había comparado a Bourdieu con el tabaco, porque, venía a decir, ambos serían perjudiciales para la salud. Para, añado yo ahora, la salud del ramplón empirismo reinante entre los cultivadores de Clío.

7 Y seguía así: “Hay pocos historiadores a los que los sociólogos les guste citar especialmente, y es probablemente cierto que la obra de Thompson goza de mayor estima entre los sociólogos que entre, al menos, ciertos grupos de profesionales de la historia”. En A. Giddens. “Fuera del mecanicismo: E. P. Thompson sobre conciencia e historia”. Historia Social, 18 (1994), pp. 153-170. Con motivo de su muerte en agosto de 1993, la revista Historia Social confeccionó en su número 18 (1994) un monográfico para la ocasión. Allí Josep Fontana cuenta cómo en 1968 se topó con The Making of the English Working Class en una librería de la Rambla de Barcelona. El historiador catalán prologaría la primera versión castellana de tan incomparable obra en 1977 en la editorial Laia. El primer número de la revista Historia Social, privilegiado mirador de la recepción en España de la historia social, data de 1988. En ese mismo año se edita en castellano otra de las obras cumbres de E. P. Thompson. Williams Morris. Romantic to Revolutionary (Wiliams Morris. De romántico a revolucionario. Valencia: Edicions Alfons el Magnànim, 1988). Pues bien, entre esas dos fechas, poco más de una década, se produce la eclosión hispana de la historia social y de la tradición marxista británica, que, efectivamente, como describió Harvey J. Kaye en su The British Marxist Historians (Polity Press, 1984), acuñó una tradición intelectual diferenciada.

8 Michel Foucault. “¿Qué es un autor? En Obras esenciales I. Entre filosofía y literatura. Barcelona: Paidós, pp. 344-345.

9 Y quizás más imprudente, a nuestro modo de ver. Por ejemplo, en su Foucault y la política (Madrid: Tierra de nadie, 2011) se presenta al pensador francés como una trayectoria errática que, tras no pocas ofuscaciones y arrepentimientos, políticos y teóricos, alcanza a ver la luz de la verdad cuando sufre, en su última etapa, un viraje paulino hacia la problemática de la subjetividad y la práctica de la “libertad posible”, p. 120). O sea, el mejor Foucault, el último, o sea, el más “suave” y compatible con la democracia realmente existente. Parece que pasó el tiempo de los profetas y es hora de los científicos sociales.

10 Por cierto, punto de vista que también comparte Francisco Vázquez en su citada reseña del libro del profesor Estrella (Historiografías, 4, 2012, pp. 127-130).

11 Con razón señala la existencia de “dos Morris”, dos ediciones, la primera de 1955, es seguida de otra muy modificada en 1977, cuyas variaciones obedecen al trayecto, cada vez más heterodoxo, del historiador británico. La española, que sigue a la de 1977, se aderezó, como ya mencionamos en 1988, y en ella el propio Thompson señalaba que Morris “fue un comunista verde” y un “crítico del estatismo centralizado” (Thompson, 1988, prefacio a la edición española).

12 La educación del deseo y la concepción de la acción humana entre la necesidad y el deseo ha significado un aspecto valioso en la formulación dentro de Fedicaria de los principios de una didáctica crítica. Véase Raimundo Cuesta. “La educación histórica del deseo. La didáctica de la crítica y el futuro del viaje a Fedicaria”. Con-Ciencia Social, 3 (1999), pp. 70-97. Y también R. Cuesta et al. “Didáctica crítica. Allí donde se encuentran necesidad y deseo”. Con-Ciencia Social, 9 (2005), pp. 17-54. En este segundo artículo se partía de una cita del poema thompsoniano The Place Called Choice para defender la concepción de la didáctica como un espacio teórico y práctico donde ejercitar la “educación del deseo” y “la posibilidad de la posibilidad”. Por otro lado, la revista fedicariana también ha llevado a sus páginas la teoría de la acción de Pierre Bourdieu. Véase Antonio Molpeceres. “Una teoría de la acción para la educación”. Con-Ciencia Social, 14 (2010), pp. 15-80.

13 “Thompson carece de recursos específicos…al menos a nivel filosófico” (p. 214). Tesis que se nos antoja escasamente relevante dentro del marco teórico de un socioanálisis.

14 En 1985 visité Londres cuando las luchas de los mineros contra el gobierno de Margaret Thatcher declinaban y otras muchas cosas iban a naufragar. Allí compré y leí el libro de Harvey J. Kaye (The British Marxist Historians, Oxford, Polity Press, 1984). Visto desde hoy, el libro y la situación evocan el testamento de una tradición.

15 Desde luego, su crítica al simplismo antropológico del homo oeconomicus es sustituida por un entendimiento más rico y refinado del ser humano que opera en el espacio social merced a un habitus forjado en su trayectoria personal respecto a los campos sociales en los que se integra su práctica. Estos dos conceptos (habitus y campo) contienen un gran potencial heurístico, pero la totalidad de la teoría de la acción de Bourdieu, tomada literalmente, puede restarla interés.

16 Quizás hubiera sido más productivo insertar las posiciones filosóficas de E. P. Thompson dentro de un “marxismo cálido”, que no ha dejado de estar presente en pensadores del siglo XX como Ernst Bloch o Walter Benjamin, por poner dos casos.

17 Véase Santos Juliá. Historia social/sociología histórica. Madrid: siglo XXI, 1989, p. 30. En España el primer congreso de historia social tuvo lugar en Zaragoza en septiembre de 1990, poco antes se había creado la Asociación de Historia Social y, como ya se indicó, el primer número de la revista Historia Social data de 1988. Véase Santiago Castillo (coord.). La historia social en España. Actualidad y perspectivas. Madrid: Siglo XXI, 1991. En fin, a la altura de 1991 el panorama evocaba todavía un “secano español” en expresión de Julián Casanova, quien tuvo que “revisitar” el apéndice de su libro cuando reeditó en 2003 su obra La historia social y los historiadores: ¿cenicienta o princesa? Barcelona: Crítica, 2003 (1ª edición de 1991).

18 Título de un célebre artículo publicado en Social History, 20/1 (1995), pp. 73-92.

19 William H. Sewell. “Líneas torcidas”. Historia Social, 69 (2011), pp. 93-106. En este muy valioso dossier de la revista que reproduce el publicado en Historical Review, vol. 113/2 (2008), pp. 391-437, se acomete el debate ocasionado por el famoso libro de Geoff Eley, A Crooked Line…, escrito originalmente en inglés entre 2003 y 2004, y traducido al español como Una línea torcida. De la historia cultural a la historia de la sociedad. Valencia: PUV, 2008.

20 “El mundo profano e imperfecto de la historiografía”. Historia Social, 69 (2011), pp. 129-142.

21 Desde luego aquí no abogamos sin más por un regreso a las esencias de la historia social. Es más el movimiento de crítica postmoderna ha introducido temas irreversibles como la crítica de las verdades historiográficas establecidas y de la profesión de historiador. Véase por ejemplo, Aitor Bolaños de Miguel: “Crítica de la historia, política emancipatoria y moralidades postmodernas en la obra de Keith Jenkins”. Isegoría, 44 (2011), pp. 217-238.De ahí que la hibridación que defiende G. Eley tenga algún sentido (y no pocos peligros), siempre y cuando, como creemos, se ponga al servicio de una crítica de la actualidad. La historia del presente, entendida al modo foucaultiano como genealogía de los problemas que nos afectan, contiene posibilidades de repensar críticamente la historia y el oficio de historiador.

22 Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant. Una invitación a la sociología reflexiva. Madrid: Siglo XXI, 2005, p. 278.


3 comentarios:

  1. Cuelgo aquí el comentario con el que comparto la reseña en facebook:
    Interesante reseña de una historiador competente que conoce lo que hacemos y que nos lee con simpatía y distancia, lo cual nos honra. No acabo de comprender qué reprocha sobre la formación filosófica de Thompson. Thompson es movilizado permanentemente como crítico de Althusser y de otros pensadores franceses, sobre todo en medios marxistas. Hacen bien. Pero "Miseria de la teoría" es un mal libro (en lo que tiene de crítica a Althusser) lleno de prejuicios y carente de una lectura comprensiva: algún discípulo de Sacristán lo muestra. Y es uno de los libros que más se conocen y se utilizan. Thompson quiere ejercer como filósofo, y lo hace fatal ¿hay que callarse al respecto? Por lo demás, me honran, repito, los adjetivos que me dedica el el profesor Raimundo Cuesta, fundamentalmente el de imprudente, cosa que me define más que bien a muchos niveles. Lo digo con toda cordialidad y de manera sincera. Pero la cita que hace de "Foucault y la política" es una manipulación de lo que digo. Reproduzco el texto al lector: "¿Quiere decir esto que hay un Foucault para todos? No. Hay posiciones imposibles de encontrar en Foucault: además de las aberraciones
    políticas (fascismo o estalinismo), Foucault no fue socialdemócrata
    estatista ni liberal radical. Fue sucesivamente comunista, gaullista
    (o eso parece), izquierdista y socialista liberal (la tercera vía de
    Blair y Clinton, parece lo más próximo de su ideario político final).
    Fuese lo que fuese, sin embargo, Foucault amplió los horizontes del
    pensamiento político. Es difícil que cualquier posición política de iz -
    quierda se pueda construir exclusivamente con él. Contra él u olvi -
    dándolo se condena a la inepcia. Foucault elevó nuestro nivel político
    ampliando nuestro conocimiento sobre cómo funciona el poder y
    ayudando, por consiguiente, a pensar y a practicar mejor la libertad
    posible". Aunque el desdén, la suficiencia y la manipulación son habituales cuando se analiza cómo he intentado acercarme -muy malamente, lo sé- a Foucault (un pensador de la libertad que ha generado más devociones coriáceas que la Virgen de la Macarena y sobre el que se escriben banalidades sin cuento todos los días sin que nadie salte), debido a lo bourdisiano que es uno, he logrado habituarme, y tomármelo con estoicismo. En este caso, lo digo porque contrasta tan radicalmente con mis posiciones políticas, que están más allá de lo teórico y que salen de lo académico, que me fastidia. Y es un tema que me importa mucho. No, pese a que les gustaría a algunos, con el neoliberalismo "simpatiza" Foucault en cursos que ellos leen -y no sé cómo: pero son misterios de la hermenéutica escolástica- casi como revolucionarios. No este humilde servidor, que sólo ha intentado leerlos en serio.
    Aclaro que lo de la devoción coriácea no está dicho a propósito de Raimundo Cuesta, persona por la que, sin conocerla personalmente, tengo el mayor de los respetos y de la que aprendo mucho leyéndola. Quien siga mi blog sabe a qué tipo de lecturas me refiero.

    ResponderEliminar