Del 26 al 28 de enero de este año, el Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana de México organiza el coloquio "Las revistas en la historia intelectual de América y España". El programa completo se puede consultar en:
http://www.cua.uam.mx/files/diptico-revistasHIAE-en2011.pdf
Anexo la ponencia que impartiré y que lleva por título "La revista Dianoia como nexo de las redes filosóficas mexicanas".
En 1955, en el número inaugural de la Revista Dianoia, Eduardo Nicol afirmaba que la comunidad filosófica hispanoparlante había alcanzado ya el nivel suficiente para cultivar la genuina filosofía científica y no sólo la filosofía ensayística o ideológica. Este hecho justificaba a ojos del maestro catalán la edición de un nuevo tipo de publicación. Tal era el espíritu con el que nacía Dianoia. Esta afirmación debe leerse con cuidado. Nicol, al igual que todos los que participamos en algún tipo de juego intelectual, emitía este juicio sobre el nacimiento de Dianoia desde una posición determinada dentro del entramado filosófico mexicano de la década de los 50. Es más, esa posición se refractaba en el propio entramado que se daba cita en la revista. Pues Dianoia se constituye en el momento de su nacimiento como un microcosmos en el que confluyen las redes más relevantes de la filosofía mexicana del momento. Se trata de un pequeño universo en el que se reproduce el estado del campo filosófico mexicano de la época.
Mi intervención hoy aquí partirá de esta hipótesis. Si queremos comprender qué significado tuvo la experiencia de Dianoia debemos comenzar entendiéndola como un efecto del propio campo filosófico mexicano en el que nace. Enunciada en términos tan generales, esta hipótesis quizás pueda parecer vacía por su obviedad ontológica: cualquier cosa guarda una relación de dependencia constitutiva con el contexto en el que nace. Si embargo, si leemos esta hipótesis en clave metodológica no resulta tan obvia. Hablar de un efecto de campo supone en primer lugar romper con la ilusión biográfica que guía buena parte de los estudios históricos de filosofía. La experiencia de Dianoia no puede interpretarse de entrada como efecto de la intención que animaba a los pensadores que la fundaron y participaron en ella. No cabe duda que el análisis de los motivos que mueven a los sujetos a actuar de determinada manera constituye un campo de investigación histórica irrenunciable. Pero creo que el análisis de estas motivaciones debe ceder prioridad analítica –¡atención! analítica, no ontológica- al estudio de las relaciones impersonales en las que aquellas se enmarcan. Para comprender los motivos que impulsan a actuar a los individuos es necesario comprender cómo esas relaciones impersonales se traducen en contextos concretos y determinan la forma en la que los individuos interactúan entre sí. Por tanto, en nuestro caso, decir que la revista Dianoia es un efecto de campo supone afirmar que es necesario comenzar nuestro análisis por el estudio del conjunto de relaciones que conformaban el campo filosófico mexicano, para a continuación reconstruir la forma en que estas relaciones y posiciones se refractaron en el microcosmos que constituía la revista.
Una de las primeras consecuencias que se derivan de esta preeminencia metodológica afecta a la cronología que ocupará nuestro relato. Una interpretación que tomara como punto de partida las motivaciones de los filósofos concretos probablemente situaría el comienzo de su estudio en 1955, año de fundación de la revista. En cambio, si seguimos la línea que aquí he defendido, lo que deberíamos hacer es encontrar fechas significativas para la historia del campo filosófico mexicano y relacionar estas con aquellas relevantes para la propia historia de la revista. A mi juicio es necesario entonces que nos remontemos a finales de la década de los 30 para concluir 30 años después, a finales de la década de los 60. Filosóficamente hablando, este periodo posee unas características específicas que lo distinguen de etapas anteriores y posteriores. Esta diferenciación es posible si identificamos cuatro variables fundamentales: la estructura generacional que caracteriza al periodo en cuestión, el grado de autonomía del que goza el campo filosófico frente a intereses exógenos, el estado de la cuestión o el conjunto de discusiones sobre las cuales debe posicionarse cualquier filósofo competente y, finalmente, la morfología de las redes filosóficas que estructuran el campo. La forma en la que se relacionan estas cuatro variables a partir de finales de la década de los 30 sufre un salto cualitativo con respecto a la etapa anterior. En la misma medida, a finales de la década de los 60 eclosiona una configuración diferente a la del periodo que aquí nos ocupa. Desde esta perspectiva, la experiencia de la revista Dianoia entre 1955 y finales de la década de los 60 puede leerse como indicativa de la evolución que sufre ese estado general del campo filosófico que se inaugura a finales de la década de los 30.
¿Qué caracteriza a este nuevo estado? ¿Cómo se reconfiguran las cuatro variables que hemos diferenciado para dar cabida a una nueva etapa en la historia del campo filosófico mexicano? En relación al primer apartado, la etapa que se inaugura a finales de la década de los 30 viene caracterizada por la entrada en escena, siguiendo la terminología de Mannheim, de un nuevo complejo generacional que dominará la vida filosófica mexicana hasta finales de la década de los 60. Este complejo generacional se diferencia por compartir un horizonte de experiencia marcado precisamente por el proceso de construcción de campos intelectuales diferenciados y profesionalizados en el que se embarca el mundo intelectual y académico mexicano. Entre estos universos en formación, se encuentra el de la filosofía. Evidentemente no se trata de un evento que irrumpe en el universo cultural mexicano como rayo caído de cielo sereno. Sus precedentes pueden retrotraerse a las principales figuras filosóficas del Ateneo (Caso y Vasconcelos) e incluso a los representantes del positivismo crítico, como Justo Sierra y Ezequiel Chávez. Pero es con este complejo generacional heredero de toda esta genealogía cuándo se produce ese acontecimiento fundamental que supone un incremento decisivo del grado de autonomía de la filosofía mexicana frente a intereses exógenos y a otros saberes. Diferenciación de la actividad o del interés específicamente filosófico que esta generación desarrolla mediante dos grandes líneas de acción: la constitución de una base institucional adecuada para la investigación filosófica y el incremento del profesionalismo de la disciplina. En el primer apartado cabe destacar la creación en 1941 del Centro de Investigaciones Filosóficas, la implantación de un programa de becas para estudios en el extranjero, la fundación de revistas que dan cabida a temas específicamente filosóficos o la monumental labor de traducción que lleva a cabo el Fondo de Cultura Económica. En el segundo punto cabe destacar el fortalecimiento de nuevas formas de consagración académica e intelectual que responden a una despersonalización de las interacciones, merced al fortalecimiento del entramado institucional y al incremento de las competencias y habilidades técnicas que se iban a requerir para ingresar e interactuar de manera exitosa en el campo. Institucionalización y profesionalismo constituyen por tanto las dos grandes líneas de fuerzas sobre las que se asienta la diferenciación y el incremento de autonomía que conoce la filosofía mexicana durante este periodo.
El nuevo complejo generacional que protagoniza este proceso introduce por otro lado un nuevo orden del día que rompe con el hasta entonces vigente. Los grandes temas que preocupaban al complejo generacional anterior –la reintroducción de la metafísica frente a la ciencia positiva, la construcción de una cultura nacional mexicana y el problema de la educación- dejan paso a nuevas cuestiones que, aún proviniendo en parte de aquellos debates, alteran el espacio de discusión. De entre estas nuevas cuestiones, cabe destacar en primer lugar una preocupación por la relación entre razón e historia; debate que más allá de la discusión propiamente ontológica y que pondrá sobre la mesa la cuestión de la naturaleza misma de la filosofía (v.g. ¿puede la filosofía trascender las circunstancias de su producción?) y sobre su escritura (¿debe responder al tratado sistemático o al ensayo?), va a derivar en dos grandes líneas de investigación: la historia de la filosofía –con una atención especial al apartado técnico, a la lectura rigurosa de los textos- y la reflexión sobre la condición de lo mexicano o sobre la posibilidad de una filosofía de lo mexicano. Finalmente, cabe hablar de un debate de carácter axiológico sobre el origen y naturaleza de los valores, del que pronto deriva otro relativo específicamente a los valores jurídicos y su relación con el derecho positivo.
El campo de experiencia compartido por este complejo generacional y los debates colectivos que contribuyen a definirlo como una comunidad diferenciada obligan a un conjunto de tomas de posición específicas en torno a las cuales se reorganizan las redes que se daban cita en el campo filosófico. Estas redes surgen en debate abierto con los maestros de la generación anterior, especialmente con Antonio Caso. En ellas, por otro lado, ingresan los filósofos del exilio español repartiéndose por un conjunto de afinidades sociológicas e intelectuales sobre las que no podemos discutir ahora. De este modo, ya desde mediados de la década de los 40, es posible distinguir cuatro grandes redes que, amén de los cambios internos que irán sufriendo, estructurarán el campo filosófico mexicano hasta finales de la década de los 60. En una posición dominante encontramos dos redes que se caracterizan por poseer un carácter esencialmente académico. Por un lado tenemos la red historicista u orteguiana, en la que destacan figuras como Samuel Ramos, José Gaos o Recasens Siches; y en la cual se forman tres promociones de alumnos de Gaos, entre los que cabe señalar por su importancia para nuestro relato a Leopoldo Zea, los hiperiones Fernando Salmerón y Luis Villoro y Alejandro Rossi, respectivamente. Por otro lado, se encuentra la red de la filosofía científica (o de la filosofía como ciencia rigurosa), en la que destacan figuras como García Maynez o Eduardo Nicol y a la que se sumarán Robert S. Hartman o Eli de Gortari. En una posición intelectual y académicamente dominada se identifican otras dos redes que en este caso poseen una mayor vocación mundana y política. La red neokantiana, formada por Guillermo Héctor Rodríguez, Francisco Larroyo o Miguel Bueno entre otros, se caracteriza ante todo por haber logrado que las autoridades públicas le cedan prácticamente el monopolio de los manuales de enseñanza secundaria de filosofía. Por otro lado, una red de contenido socialista y marxista en la que destacan figuras como Lombardo Toledano o Narciso Bassols sustituye prácticamente los envites intelectuales por los de la arena pública, excepción hecha de un Wenceslao Roces, probablemente debido a su condición de exiliado.
La revista Dianoia surge en 1955 como un efecto de este estado del campo filosófico mexicano. En este sentido podemos decir que Dianoia refracta el estado general que acabamos de describir. Pero por otro lado, también podemos interpretarla como indicativa de los cambios que se estaban fraguando en dicho estadio y que anunciaban el que eclosionaría ya a finales de la década de los 60. En este sentido, cabe hablar de cómo la experiencia de Dianoia surge asociada al complejo generacional que domina el periodo que hemos acotado, a la par que en ella se aprecia la formación del nuevo complejo que accederá al centro de atención filosófico durante la siguiente etapa. Así, habiendo nacido asociada a la “misión generacional” del complejo que emerge a finales de los 30, no cabe duda de que la propia fundación de Dianoia contribuye a la formación del campo filosófico mexicano, en tanto que redunda en la diferenciación del espacio filosófico, de sus competencias e intereses específicos. Efectivamente, a diferencia de su predecesora Filosofía y Letras -donde se daban cita las diferentes disciplinas humanísticas-, Dianoia nace como un espacio de discusión específicamente filosófico. Constituida como un microcosmos en el que se da cita la filosofía de vanguardia mexicana, obliga a quienes participan en ella a cumplir con sólidos controles cruzados, lo que sin duda contribuye a elevar la frontera entre lo cabía considerar como un filósofo competente o un outsider, y con ello la propia autonomía del campo. No obstante la presencia de estos controles fronterizos que favorecen la cohesión de la comunidad frente a otras comunidades e intereses, comienza a apreciarse un proceso de especialización temática y metodológica asociado al nuevo complejo generacional en formación. Dianoia nace por tanto vinculada al campo experiencial de un complejo generacional preocupado por fortalecer las fronteras disciplinares, pero por otro lado no deja de reflejar indiciadores relativos a un proceso de especialización o diferenciación interna.
En relación al orden del día que impera en el campo filosófico mexicano ocurre algo parecido. Las de historia de la filosofía y la reflexión axiomática y jurídica son las temáticas que con diferencia reciben mayor tratamiento. No obstante se observan ciertas particularidades que informan sobre la futura evolución de la discusión filosófica. Se aprecia por ejemplo como la filosofía científica va a desarrollarse, no sólo en el ámbito de la axiología o de la metafísica sino en el de la filosofía de la ciencia y en de la lógica. Por otro lado, la filosofía latinoamericana y la historia de las ideas -temas prioritarios desde mediados de los 40 a mediados de los 50- conserva en la revista a Leopoldo Zea como único representante. Por el contrario, los antiguos hiperiones han abandonado esta temática y proponen artículos sobre la fenomenología de Husserl y en menor medida sobre la lógica de Hegel. Temas que en origen trataron en los seminarios de Gaos, esta preocupación puede entenderse como parte de una búsqueda de autonomía creativa frente al maestro que les llevara, a partir de una clarificación de los presupuestos de la metafísica, a toparse con el problema del lenguaje. Finalmente se va dando paulatina entrada a ciertos temas de la filosofía cristiana y tomista y a cuestiones sobre estética marxista, de la mano de Sánchez Vázquez.
Por último, Dianoia también se constituye como una traducción de los equilibrios de fuerza entre las diferentes redes filosóficas. Recordemos que la revista nace asociada al Centro de Investigaciones Filosóficas -a diferencia de Filosofía y Letras, que lo hacía a la Facultad de Letras-. De hecho la edición de la revista contaba con dos grandes secciones: una, en la que publicaban los investigadores del Centro y otra, dedicada a estudios monográficos de filósofos nacionales y extranjeros. En la primera sección se aprecia de manera clara cómo Dianoia traduce la jerarquía de las redes que estructuraban el campo filosófico mexicano: encontramos 3 representantes de las redes científicas (si sumamos la participación marginal de Nicol, 4), 5 formados en las redes historicista-orteguianas, sólo 1 de las neokantianas y ninguno de la marxista (Eli de Gortari es efectivamente marxista, pero desde un enfoque sociológico, la red a la que se vincula es la científica de Maynez). Ahora bien, hay que tener aquí en cuenta algunas matizaciones que nos remiten nuevamente a la evolución que experimenta la morfología de las redes hasta desembocar en la nueva situación que se inaugura a finales de al década de los 60. Por ejemplo, es importante señalar cómo la participación de filósofos como Rossi, Salmerón o Villoro se produce en un momento en el que, como acabamos de ver, han abandonado la experiencia de los hiperiones y se encuentran inmersos en la búsqueda de una autonomía creativa frente a la figura de Gaos; búsqueda en la que el contacto con la red de la filosofía científica no constituye un episodio menor. Derivado de aquí y, teniendo en cuenta que esta red científica dirigía el Instituto y la revista, no cabe duda de que su posición en el campo se refuerza con la fundación de Dianoia. Esto no quiere decir que el resto de las redes estuvieran condenadas al ostracismo. Ni esta era la intención de Máynez ni por otro lado lo permitían los equilibrios de fuerzas del campo filosófico mexicano. La presencia de Gaos, de Ramos o de Larroyo en números monográficos así lo atestiguan. Lo que sí parece claro es que en la filosófica académica orientada hacia la investigación, la red de la filosofía científica va cobrando mayor importancia frente a la historicista-orteguiana. Finalmente cabe apreciar cómo de la mano de Eli de Gortari se van haciendo más frecuentes las intervenciones de Adolfo Sánchez Vázquez, figura que como saben constituirá uno de los referentes de la introducción del marxismo en la academia mexicana.
Dianoa, en conclusión, constituye para el periodo que nos ocupa un autentico microcosmos de lo que estaba ocurriendo en el campo filosófico mexicano. De aquí que las líneas de evolución, de desviación con respecto a esa caracterización general del periodo, puedan leerse como indicativas de la nueva fase que irrumpe a finales de la década de los 60. Efectivamente, desde finales de la década de los 60, el campo filosófico mexicano asiste a la eclosión de un nuevo complejo generacional que, si bien convive con miembros del anterior, logra desplazar a este del centro de atención filosófico. Este nuevo complejo -fruto de un estadio en el que, como hemos visto, la filosofía mexicana conoce un fortalecimiento de su entramado institucional, un incremento del profesionalismo y una mayor presencia en los circuitos internacionales- se enfrenta ahora a un nuevo campo de experiencia que vehicula estos logros através de una especialización temática y de las competencias específicas. Especialización sin embargo que no se encuentra exenta de riesgos. Como nos recuerda Guillermo Hurtado, uno de los peligros a los que se ve abocada la filosofía mexicana actual es el de la fragmentación de la comunidad ante la incapacidad para establecer problemas colectivos que impliquen a diferentes escuelas de pensamiento. En cierto sentido, este proceso comienza ya a finales de los 60 como parte de ese campo de experiencia compartido por el nuevo complejo generacional.
Esto no quiere decir que en la nueva etapa que se inaugura a finales de los 60 la comunidad filosófica mexicana careciera de problemas comunes. Cuestiones cómo el problema del lenguaje y la crítica a la metafísica, la relación entre ciencia e ideología, la función revolucionaria o liberadora de la filosofía o la deriva tecnocrática de la analítica constituyen algunos de esas nuevas temáticas que irrumpen en el orden del día de la filosofía mexicana post-sesentayocho.
En torno a las tomas de posición que exigen estas cuestiones a cualquier aspirante a participar en los lances del juego filosófico y sobre la herencia del estadio anterior se produce una profunda reconfiguración de las redes filosóficas mexicanas. La red historicista se diluye definitivamente tras la muerte de José Gaos en 1969 y de ella emergen de manera ya clara dos nuevas genealogías: la de los estudios latinoamericanos aglutinada en torno a Leopoldo Zea y la analítica, que lo hace en torno a Fernando Salmerón, Luis Villoro o Alejandro Rossi. Parte del éxito de ambas radica en el hecho de que logran hacerse con una base material independiente. Efectivamente, en 1966 Leopoldo Zea funda desde la dirección de la Facultad de Filosofía y Letras el Colegio de Estudios Latinoamericanos, al que vincula el Seminario de Historia de las Ideas que hasta entonces dirigía. No es casual que a partir de esta misma fecha Zea se desvincule de Dianoia y pase a colaborar de manera asidua con la Revista de la Universidad de México y con Cuadernos Americanos, las cuáles acabaría dirigiendo. Por su parte, los antiguos alumnos de Gaos que optan por alguna variante de la filosofía analítica logran sustraer al núcleo de Máynez el centro de atención de lo que se denominaba como filosofía científica. Si bien, al menos esta es mi opinión, el contacto con la red de la filosofía científica resulta clave en la evolución de estos discípulos de Gaos, lo cierto es que no por ello se convierten en meros apéndices de ella. De hecho, en 1966 Fernando Salmerón sustituye a García Máynez al frente del Instituto de Investigaciones Filosóficas lo que se traduce en dos cambios fundamentales: una nueva orientación del Instituto, donde se pasa a privilegiar precisamente la filosofía analítica -que si bien en principio fue entendida como una apuesta por una filosofía reflexiva y profesionalizada, acabaría privilegiando el problema del lenguaje- y, derivado de aquí, la pugna por el rubro de la filosofía científica entre la antigua red y la nueva; hecho que queda reflejado en la fundación de la Revista Crítica en 1967 como alternativa a Dianoia. Por otro lado, finales de la década de los 60 supone también, tal y como nos recuerdan Abelardo Villegas y Dulce María Granja el fin de la hegemonía neokantiana en el ámbito de los manuales de filosofía. El neokantismo que nunca tuvo una calurosa acogida en la academia perdía aquí su principal baluarte, en este caso frente a neotomistas y marxistas. En relación con este último punto cabe hablar de la definitiva irrupción del marxismo en la academia mexicana. Sánchez Vázquez constituye un referente inexcusable puesto que en él convergen en forma de recursos filosóficos tres de las grandes redes del periodo anterior: la historicista a través de Gaos, la científica a través de Eli de Gortari y la marxista a través de Wenceslao Roces. A partir de estos recursos Sánchez Vázquez revoluciona el marxismo mexicano y le dota de una relevancia académica desconocida hasta la fecha. En una línea similar se va a situar la obra de Bolívar Echeverria quien en este caso importa las redes del marxismo alemán de los años 60. Finalmente ya durante los años 70 se desarrolla el althuserianismo como subdivisión de una red marxista que había logrado alcanzar una posición prominente en la Facultad de Filosofía y Letras.
Para terminar, la experiencia de Dianoia puede interpretarse como indicativa de un momento clave en la evolución del campo filosófico mexicano. En este sentido cabe acotar una primera etapa de su existencia que ocuparía desde su fundación en 1955 hasta finales de la década de los 60, relacionando su significado histórico con la evolución del estadio filosófico que se inaugura a finales de la década de los 30. Como microcosmos del campo filosófico mexicano y de sus tendencias evolutivas, Dianoia nos permite observar el proceso de transición generacional que está teniendo lugar a lo largo de ese periodo, el desarrollo del orden del día y la irrupción de nuevas temáticas. Finalmente nos permite advertir la forma en la que se produce una reordenación de la morfología de las redes filosóficas mexicanas al calor de ese evento fundamental que dota de sentido historico a la filosofía mexicana de la primera mitad del siglo XX: la transición de un estadio caracterizado por una filosofía escasamente diferenciada respecto a otros saberes a otro, en el que la disciplina entra en un proceso de especialización y diferenciación interna.
Para terminar, la experiencia de Dianoia puede interpretarse como indicativa de un momento clave en la evolución del campo filosófico mexicano. En este sentido cabe acotar una primera etapa de su existencia que ocuparía desde su fundación en 1955 hasta finales de la década de los 60, relacionando su significado histórico con la evolución del estadio filosófico que se inaugura a finales de la década de los 30. Como microcosmos del campo filosófico mexicano y de sus tendencias evolutivas, Dianoia nos permite observar el proceso de transición generacional que está teniendo lugar a lo largo de ese periodo, el desarrollo del orden del día y la irrupción de nuevas temáticas. Finalmente nos permite advertir la forma en la que se produce una reordenación de la morfología de las redes filosóficas mexicanas al calor de ese evento fundamental que dota de sentido historico a la filosofía mexicana de la primera mitad del siglo XX: la transición de un estadio caracterizado por una filosofía escasamente diferenciada respecto a otros saberes a otro, en el que la disciplina entra en un proceso de especialización y diferenciación interna.
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