(Presentación de la intervención mañana a las 19:30 en el Congreso Internacional Ortega y Gasset 2011)
Ángel González, catedrático de Filosofía en la Complutense y persona central en la reproducción del gremio de profesores de filosofía durante los años 50, 60 y 70, dijo, y es muy significativo, que la Aurora de la Razón Vital (el texto que Ortega nunca pudo publicar) la escribió Santiago Ramírez en su libro crítico sobre Ortega y considerado por los seguidores del filósofo una agresión en toda regla. Lo que quería decir que él, González Álvarez, era discípulo de quien había sistematizado a Ortega, como el propio autor no era capaz de hacerlo. Esa crítica no es solo un halago a Ramírez, también una apuesta por un modelo de historia de la filosofía completamente ajena a los modelos históricos de Ortega.
Quiero reterner esta cuestión porque en ella se promueve una norma de la filosofía, independientemente de las corrientes filosóficas que se defiendan con ella (que pueden ser muy distintas al tomismo) y al margen de las posiciones políticas que la acompañen (que pueden ser antagónicas a las de un monárquico de extrema derecha como Ramírez o un franquista como González). La polémica acerca de la valía filosófica de José Ortega y Gasset que recorrió la filosofía española entre 1940 y 1960 puede ser analizada desde una doble vertiente, que es la que aquí me interesa, la del proceso de depuración de roles ―las fronteras de la filosofía― y la de las los recursos necesarios para ejercer el oficio de filósofo.
Dentro de ese ataque, se utilizó la argumentación sociológica y la filosófica: la acusación de periodista, de poco sistemático, dirigida hacia Ortega estigmatiza su vinculación a públicos extraacadémicos, considerando que con ello se rebaja el nivel de la filosofía. Llamándolo filósofo mundano ―por ejemplo, Vicente Marrero en Ortega, filósofo “mondain”, pero también en los dos trabajos de Joaquín Iriarte S.J ― se insiste en su vinculación con las modas y, por ende, en su dependencia de la valoración de públicos filosóficamente poco competentes. En el trabajo de Iriarte, que se presume muy filosófico, la argumentación histórica, biográfica y hasta psiquiátrica aparece cuando se quieren demostrar las fallas del filósofo. La sociología, la historia y la psicología solo pueden hacerse de la mala filosofía; para la buena, el comentario hermenéutico moroso e inagotable. Que sea Santo Tomás, el padre Gaetano o el propio Ramírez quienes lo merezcan es secundario; el molde filosófico es el mismo cuando se comenta a Foucault, a Lacan o a Judith Butler.
Los escolásticos sabían lo que se hacían y, en parte, vencieron. Combatían una reformulación del oficio de filósofo que Ortega propuso en la última etapa de su pensamiento (fundamentalmente en la década de 1940). Me detendré en ella porque, además de ejemplificar bien el problema de las fronteras de la filosofía, ofrece otra lectura posible del conflicto alrededor de Ortega.
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